Oigo que habla la vida

Oigo que habla la vida de cosas enmarcadas en el reloj de la cocina. Estoy desayunando mientras escucho la música del transistor. Escucho los sonidos del tiempo enhebrado en el trajinar de la consciencia. Pienso si somos enteramente conscientes de nuestra propia realidad en este girar del tiempo en que nos proponemos descubrir un sentido nuevo al comenzar el día. Hoy no tengo el periódico delante de mí así que la vida, ahora, en este mismo instante, me comunica con el silencio y las notas musicales que escucho distraídamente mientras desayuno. No hay nadie a mi lado. Nadie excepto Toby que está jugando con su pelota de plástico. Los demás han salido de la casa con diversas funciones por hacer y entonces pienso en mi función ahora, en este momento en que oigo que habla la vida.

Si por un momento me encontrara en medio de un transitar perplejo entre personas que vienen y van con sus afanes a cuestas, yo sería un miembro más de esa comunidad anónima que monta en un autobús, que circula por una avenida, que entra en una oficina a resolver algún papeleo, que sube por las escaleras de un edificio o está dentro de un ascensor junto a un grupo de personas que no se conocen ni se miran. Sin embargo no estoy allí, sino aquí, en este espacio circular en que Toby se recrea plácidamente con su pelota de plástico y la música me envuelve lentamente. Entonces abro mi consciencia para oir que me habla la vida. Y me doy cuenta de que soy una referencia plena para Toby y para el transistor.

Bien. Pienso que los minutos en que nos descubrimos a nosotros mismos como referencias de algo o de alguien son verdaderamente intensos si nos detenemos un momento para pensar en ellos. En algún momento del día todos y cada uno de nosotros y nosotras somos referencias pasajeras para algo o para alguien que está a nuestro alrededor. Y son esos momentos (horas o minutos) en que nos convertimos en puntos esenciales para quienes nos toman como referencia circunstancial, los momentos en que podemos decir que sí, que oímos hablar a la vida para decirnos que estamos presentes y tenemos importancia.

La verdadera importancia de un ser humano radica en esos momentos en que nos convertimos en referencias concretas y nos individualizan las circunstancias separándonos de la masificación general. Dentro de unos minutos saldré a la calle y me convertiré en un transeunte que pasea en medio del abigarrado espectro de miles de personas sin más coyuntura que un ligero mirarse sin más, o entraré en un ascensor y me mezclaré en un pequeño grupo de personas que no nos vemos ni nos sentimos… pero ahora soy yo para Toby y el transistor una referencia vital de suma importancia. Toby juega a la pelota pero sabe que yo estoy contemplando su juego y soy significativo para él. El transistor no es un ser vivo pero está funcionando porque estoy yo aquí, lo he encendido y le he otorgado la importancia vital para la que fue creado. Es por eso por lo que oigo que habla la vida mientras desayuno en este espacio de pensamientos que me hacen producir una sensación de trascendencia. Tengo que contarlo. Tengo que decir a las personas que cuando somos referencias trascendentales para algo o para alguien es cuando en realidad estamos oyendo a la vida.

2 comentarios sobre “Oigo que habla la vida”

  1. Totalmente de acuerdo contigo Diesel, tu texto lo estoy leyendo escuchando ´´ Wish You Were Here´´ de Pink Floyd y ensambla perfectamente el texto,con la musica. Un saludo a un gran escritor.

  2. También yo estoy totalmente de acuerdo. Hay momentos especiales en los que somos referencias concretas y es cuando oimos que la vida habla. Perfecto. Lo he leído varias veces y siempre me gusta más.

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