Palabras de la conciencia (Fuegos con limón / Fernando Aramburu)

Acabo de terminar de leer la novela Fuegos con limón del escritor español guipuzcoano (residente desde hace años en Alemania) Fernando Aramburu. Esta novela obtuvo el Premio Ramón Gómez de la Serna en 1997. Pese a no ser muy conocida para la mayoría del público lector hay quienes la consideran como uno de los ejercicios más inteligentes y brillantes que existen en la ya larga lista de novelas que tienen como ascendente el humor y la ironía del Quijote. El asunto es que es cierto. Tiene mucha calidad esta novela.

El protagonista principal (Hilario Goicoechea Echevarría) es a la vez la voz narradora de la obra y a través de su narración van desfilando una serie larga de sucesos, entre el surrealismo, lo divertidos y lo irónico, que ocurren alrededor de un grupo de jóvenes vascos escritores que quieren publicar una revista titulada “La Placa” (nombre que agrupa a los jóvenes) liderados por un tal Josu Ruiz que es el filósofo den todos ellos, un poco al estilo goethiano cuando habla de la juventud y su ideal. Pero este grupo vive en medio de las envidias y las rivalidades, los celos y la competitividad y terminar por fracasar el empeño.

Yo creo que en el novelista Fernando Aramburu (que en sus inicios fue un poeta del surrealismo) hay fuerte influencia del búlgaro-británico-austríaco Elias Canetti (por lo de su empleo con palabras de conciencia cotidiana) y del alemán Meter Sloterdijk (el filósofo de la línea de Gastón Bachelard y Gilles Deleuze) porque la novela es algo sincrético entre la terminología melancólica y el conocimiento del mundo cotidiano. Novela que además, por su pulcritud y limpieza clásica, su manejo del lenguaje y y su entramado de historias entrelazadas en la historia central tiene estilo cervantino por su actitud gozosa (un poco carnavalesca) y cierto barroquismo; un poco de “quevedismo” en las notas irónicas que presenta con la suficiente distancia entre el autor y la condición humana de los personajes y también algo de esperpéntico a lo Valle-Inclán.

Josu Ruiz, Pulcro Matallana, Benito Lacunza, Genaro Zaldúa, el mismo Hilario Goicoechea, representan a un grupo de vascos que son acusados de “españolistas” en el ambiente de la revuelta San Sebastián de los años 70 por su radicalismo literario dentro del más puro clasicismo (a veces sale alguna referencia a ETA como contrapunto a los diálogos) con construcciones sintácticas que recuerdan a los clásicos del Siglo de Oro y salpicado de arcaísmos, americanismos, localismos… todo ello enlazado y puesto en boca de personajes modernos a manera de ventrílocuos.

Fernando Aramburu posee una riqueza de lenguaje exuberante en Fuegos con limón: un grupo de jóvenes con aspiraciones centrales en la revista literaria a los que los celos, los amores entrelazados y la vida misma les complican todo su devenir de juventud libertaria (no hay que olvidar que Aramburu tuvo unos inicios juveniles literarios de carácter ácrata) que está expresada en la voz del personaje principal (Hilario) utilizando materiales que interrumpen la narración pero sin hacer desmayar el interés por ella.

El narrador y protagonista Hilario Goicoechea queda inducido, por efectos de la obra, en actor teatral (“un hombre que quiere progresar”) en medio del intrigante gruido. Al lector le queda reminiscencias de páginas intimistas como medio de desvelar la trama basada en prosa, poesía, diario íntimo, ensayo, artículo periodístico, obra de teatro, panfletos, manifiestos, entrevistas… todo va circulando en torno al hilo del relato general.

Al inicio de la novela hay una cita de Maurice Materlinck que sirve de apología al localismo y a lo cotidiano provincial (“por pequeño que sean los actores de estos dramas , tienen su peso y su importancia, pues sabemos perfectamente que en el infinito, que a todos nos contiene, el tamaño no tiene importancia. Y lo que se desarrolla en el cielo obedece a las mismas leyes de lo que ocurre en una gota de agua”). Esto es lo que podríamos definir, al leer Fuegos con limón, sobre lo que entendemos (a través de Aramburu) como realidad y la palabra misma: no hay distancia alguna entre amabas.

No puedo dejar de decir que la muerte ocupa un lugar importante en Fuegos con limón. Un lugar preferente y referencial, pero no representada de manera angustiosa o tenebrosa sino con un tono irreverente e irónico en los casos de los diálogos entre Pulcro Matallana y Benito Lacunza. En descargo de la muerte misma está la conciencia del pasado juvenil del autor y el presente literario de humildad creíble pero con relaciones virtuosas con formas artísticas a lo Rabelais y que afronta, en este argumento ambiental de la convulsa San Sebastián de los años 70, una reminiscencias representativas de Wilhelm Meister y sus “posturas de la desilusión”; todo ello en un juego inconsciente de calidad goethiana bajo los excesos del Sturm und Drang alemán.

Lo mejor del libro es cómo maneja magistralmente Aramburu a su galaxia de personajes casi en posición coral, casi como una escenografía teatral, donde entran y salen de la escena con gran naturalidad. Historias dentro de una historia central. Mirada irónica sobre las debilidades humanas, criaturas grotescas, novela de picaresca en algunos pasajes de la misma…. Fuegos con limón es un libro magistralmente escrito y que se deja leer con gran facilidad. Yo aconsejo su lectura. No decepciona.

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