Para cuando quiera que lo sepas

Vienes y te vas,
vienes, te olvido,
te vas, me acuerdo,
recuerdo…
No puedo más
Me duele el estómago.
Lejos, no te veo y yo misma, pero aquí no respondo.
Te acercas susurrando a la piel
frío, sedoso, especialmente diferente, serio.
Serio de amor o dolor.
Asqueada de incertidumbre, pobre en palabras verdaderas
y rica en todas las demás,
me pierdo.


Muchas risas, cosas, momentos, conversaciones expectantes…
Cansada mi alma, antes desesperada, ya agotada y vacía.
No debería refugiarme más, sedienta de ti.
Lo noto.
Noto tensión por todo el cuerpo,
no las mariposas en el estómago, ni el corazón palpitante,
verdadera tensión.
Mi corazón descansa mientras no lo hago hablar y él nunca le habla a nadie,
sólo a mí.
Tú y yo
nos hablamos desde fuera,
desde la superficie del mar,
pero yo vivo en la parte más oscura del océano
y ya no deseo que vengas a verme.
Nunca lo has hecho.
Dios, estoy cansada.
¿Tan inapropiada me ves?
¿Tantísimo cuesta quererme?
¿De verdad?.
Da igual
Hace tiempo andábamos entre la gente
y a veces te buscaba y no lo entendías, nunca lo has querido así.
Debería quemar mi rosa de los vientos,
pero es de acero
y no se consume.
Desistió mi cuerpo,
desistió mi mente
y desistió mi alma, pero…
ahí persiste el puto corazón,
frío y cálido,
apagado y despierto,
incansable,
sediento,
dolorido y fuerte…
ahí continúa él, increíblemente ciego.
Ciego a las órdenes de la voluntad,
estúpido órgano desobediente que te busca,
tapándose las heridas,
disimulando que ya no sangran,
respirando aguas profundas
para decir lo que nunca te he dicho,
para decirte “te quiero”.
Ya lo he dicho, coño, sí, joder! Te quiero…qué asco…

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