!qué importante es poseer una identidad personal que sea algo así como un estallido de ritmos cosmovisionistas que se proyecte en cada una de nuestras interpretativas representaciones en este teatro llamado vida!. La mejor manera de describirnos es hacernos gestores vigorizadores de nuestros continuos sentimientos, recorrer el camino de nuestros a veces altos y a veces pequeños sueños para sentirnos aire, sangre, esperma de anhelo hecho realidad gracias al esfuerzo redentor de todos nuestros sentidos. Y es a lo largo de ese camino cuando nos debemos preguntar ¿cómo nace mi conciencia?, ¿cómo crece mi entendimiento?, ¿cómo surge mi esperanza?, ¿cómo termina de forjarse mi destino?.
Las respuestas deben ser inclaudicantes: nace mi conciencia cuando aprendo a leer en los árboles, en los riachuelos, en las flores silvestres, en el viento abrazador, en la mitad de una mata de paja, en las manos de un anciano, en los lloros de un niño, en los ojos de los seres humanos… crece mi entendimiento cuando como habas que ha cultivado el agricultor, cuando bebo agua que ha caido de la lluvia, cuando siento mi alma crepitar en los crepúsculos… surge mi esperanza cuando meto sentimientos a mi cuerpo, cuando danzo al magno compás de las cuatro estaciones que se van acumulando en mi existencia, cuando mi sensualidad se hace desenfado de trópicos arrullados en el centro imponente del universo… y termina de forjarse mi destino cuando soy parte de ese escenario que resume todo el crisol de mis ideas expandidas por el cosmos de mi persona que, en ese momento, se hace cultura hegemónica, proyecto maduro de mis propios parámetros y vitrina de mi alma ante los ojos del planeta.