Podía recorrer con la mirada el cuerpo entero, hasta llegar a la punta de los pies, y entonces volver a hacer ese recorrido �en inverso- adhiriendo los demás sentidos; de abajo hacia arriba y otra vez. Pero sépase, sin sentir el vértigo que producía aquella anatomía sobre un par de ojos desorbitados. Nada tenía que ver con su porte emblemático carcomido por la sal y las noches vivas en desérticos mundos; anaqueles de pintura y confines de algodón; nada se parecía a la alegoría de hoy. Pues no lo era. Aún creía que era de noche cuando se despertó y el sol pareció clavarle una lanza de acero sobre su cabeza. Todo seguiría igual. Así la luna estaría en su sitio, y también el sol en el suyo, los diarios en los puestos, los cafés en las esquinas de la ciudad y las flores en los jardines;
y así sucesivamente hasta que alguien muera y entonces las luces parecen trucarse y las noches se transforman en luciérnagas y los días en sacos grises y apolillados; o hasta que alguien diga No, y entonces se reconstruye con migajas del pasado el mundo hacia el porvenir; y siempre hay alguien que se compadece de ser humano y vivir entre nosotros, en fin.
Todo parece escapar a ese orden natural preestablecido (válgase) fundado y entendido como axioma; se desborda, créame. En fin. Caían más y más gotas y ya nadie sabía si ese líquido era el sabio dueño del dolor y las Mil y una noches estremeciendo contornos, o si era un pedazo de luna desplomado en la tiniebla de lo desconocido, o si era polvareda derretida en el tiempo, y sangre, y párpados y manos y días, y sombreros y cigarrillos. No podía buscarse respuestas, pues aún no existía quien sintiera eso que se siente en el intersticio de la deshora, cuando el abismo claroscuro confunde maravillas y adereza el ensueño con la mas dulce locura. Volviendo, después, a la redundancia de la mañana.
Podía recorrer sin mirar, enterarse sin saber, sentir sin tocar, dormirse y volver a despertar con el mismo mundo cercano a una ventana que entonces, prometía lluvia. Pero sépase, era aquella conjunción la que nos trajo hasta aquí, ese tiempo absorto; las horas y el mármol oscuro de unos ojos atentos, reflejados en mosaicos de lunas pintadas, multiplicados por la equivalencia del enjambre de rutas transitadas en silencio, por la humilde madera que construye el suelo. Entonces, otra vez, escapando a toda lógica llegaba primero la noche y luego el día, desafiando la promesa de encontrarse dentro de sí, ahora, resuelta. Desafiando el ápice de su cordura, que, sépase, prometía lo más lejano al delirio y se imaginaba tan fresca como el otoño.
Y aún así, pensando en subjuntivo �no se confunda con subjetivo- algo en la historia tiene que suceder para que la lluvia siga siendo lluvia y el mármol siga siendo mármol y las estrellas, estrellas. ¿Por qué, entonces, nos encontramos en ese repliegue tan infortunado de la circularidad? En fin. Nadie está aquí para dar respuestas, sino, y más bien, para alentar interrogantes que nos obliguen a decapitar resquicios de medios-evos fantasmagóricos, y convivir con la manzana prohibida de nuestro tiempo. Esa que se muerde con los ojos, más que con los dientes.-
2 comentarios sobre “Podía recorrer”
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Otra vez me quito el sombrero para felicitarte Celeste. Tienes una tal profuinda manerta de elegir la reflexión que acabas por introoducirme dentro de ella. Un besazo,. Tu texto es de los que dejan huellas…
Celeste, poco he leido de ti, pero ya me tienes enganchada a tus sabias reflexiones.
Un abrazo y sigue.