Polémica Coeducación (Segunda Parte)

TRES ARGUMENTOS en PRO DE LA COEDUCACIÓN.

1º Coeducación para una cultura en valores éticos de plena igualdad de derechos entre hombres y mujeres. La escuela sigue siendo el entorno vital donde mejor queda asegurada la equidad natural y la convivencia equilibrada entre personas de ambos sexos y donde puede difuminarse la inercia histórica de los roles sexistas.

La vivencia compartida de las mismas tareas escolares, socializándose y formándose conjuntamente está considerada como la fórmula educativa idónea para garantizar la igualdad. De ahí su generalización como el sistema normalizado en la mayoría de los países más avanzados educativamente. Además la coeducación coadyuva determinantemente a desclasificar los valores tradicionalmente asignados a un solo sexo, para favorecerlos en todos los seres humanos: La ternura y la fortaleza, la sensibilidad y la eficacia, la pasión y la laboriosidad son cualidades valiosas en niños y en niñas, en hombres y en mujeres.

Obviamente la coeducación es un recurso metodológico cuya legitimidad procede de su eficacia pedagógica, que persigue objetivos cognoscitivos, actitudinales y afectivos. De ahí que no se deba poner en entredicho un progreso histórico de la envergadura de la coeducación, por controvertibles diferencias en algunos matices académicos, que probablemente proceden más del selectivo input de las escuelas elitistas tomadas como muestra que de la influencia del propio factor coeducativo.

2º Coeducación para superar una realidad social sexista. Para preparar al alumnado a interrelacionarse en una sociedad formada por hombres y mujeres, nada puede ser más efectivo que la convivencia temprana, que también contribuye decisivamente a la consideración de todas y todos los condiscípulos como personas con capacidades semejantes. Así se eliminan estereotipos y discriminaciones por razón de género, para la libre elección de estudios o destinos profesionales.

La educación mixta se presenta como el camino óptimo para alcanzar la igualdad entre los sexos, desde la vivencia como grupo de niños y niñas que juntos caminan hacia su desarrollo personal y colectivo, en una sociedad donde aún perduran prejuicios sexistas y subyacen tendencias muy profundas de discriminación por género. Urge arrinconar las anacrónicas manifestaciones de un sexismo palpable en los espacios sociales. El intramuros escolar con rigor pedagógico puede generar modelos y cánones de actuación no sexista, con superioridad sobre los patrones ofrecidos por el entorno existencial del estudiantado: familia, barrio, amistades, medios de comunicación,…

3º Coeducación para la plena integración educativa. Uno de los mayores retos de la educación del presente radica en la integración no sólo entre géneros, sino desde orígenes y culturas variadas. Este siglo requiere un sistema educativo que capacite para vivir en un mundo intercultural, plurilingüe e intercomunicado. La igualdad de oportunidades y la compensación de desniveles por razones de género, de familia, de cultura o lengua, sólo pueden alcanzarse con acertadas políticas sociales y educativas de carácter interinstitucional, con múltiples y complejas medidas para ofrecer una oportunidad real de éxito escolar a la totalidad del alumnado. Muchas disposiciones serán de discriminación positiva, incluyendo protecciones con cuotas de participación o recursos humanos y materiales de refuerzo para los menos favorecidos.

Merecen una singularizada atención de género las alumnas provenientes de culturas con precaria escolarización femenina. Se velará especialmente desde la administración educativa y desde la comunidad escolar para impedir el riesgo de exclusión femenina por razones étnicas, culturales, o religiosas.

DOS RECOMENDACIONES.

1ª Innovación educativa con una Coeducación adaptable que despliegue tiempos y espacios escolares para agrupamientos flexibles, también por género, para aplicar perfiles pedagógicos diferenciados por sexo. Una mejorada coeducación debe reconocer que el diferente ritmo de maduración en la adolescencia puede aconsejar la inclusión de metodologías diferenciadas por género, de modo que manteniendo la convivencia de los alumnos y alumnas coetáneos se optimicen sus respectivos logros académicos y se recupere un grado mayor de disciplina escolar. Parece razonable que se experimenten programas híbridos con agrupamiento mixto para determinadas materias y modalidad paralela para otras, por ejemplo en las etapas iniciales de matemáticas, ciencias e informática.

Es sabido que, con independencia del estilo de educación por el que nos decantemos, ningún alumno o alumna es igual al resto, por lo que no una educación de calidad atenderá todas las facetas de la persona humana, respetando su particularidad, potenciando sus capacidades y superando sus deficiencias, tanto a escala personal como grupal.

2ª Apuesta decidida por la Coeducación como sistema universal de escolarización, con pleno respeto a otros modelos de educación separada si son demandados por las familias. Por los fundamentos expuestos anteriormente la coeducación aparece como el mejor modelo organizativo de los centros escolares. Esta preferencia no debe ser objeto de imposición como sistema único por parte de la administración, sino que una oferta plural favorecerá la libre elección de las familias sobre el tipo de educación que prefieran para sus hijos e hijas.

Hace 33 años todavía estaba vigente aquella Ley de Educación Primaria de 1945, que dictaba que “La educación primaria femenina preparará especialmente para la vida del hogar, artesanía e industrias domésticas.” Aún pueden rastrearse rasgos machistas en algunas facetas escolares y en materiales didácticos, que siguen primando la transmisión de un modelo masculino con el que han sido educadas las generaciones precedentes. Por tanto, la coeducación es plenamente necesaria, si bien deberá adoptar una perspectiva más flexible en su aplicación. La escuela debe mantener su acción coeducadora en la vanguardia de la sociedad. Desarraigar los patrones sexistas requiere actuaciones de toda la comunidad escolar, desde la revisión de los recursos pedagógicos hasta la composición de los claustros, con una escrupulosa política de género en los modelos y ejemplificaciones que se importan de la realidad social, y que deberán ser analizados y corregidos en la escuela. El mismo equilibrio por sexos se impulsará entre los agentes educativos, desde el profesorado de todos los niveles hasta la participación proporcionada de padres y madres, sin olvidar a abuelos y abuelas.

Los aspectos curriculares también deberán reformarse, si queremos construir una sociedad más justa e igualitaria, en tres áreas básicas: A) Corresponsabilidad en la vida doméstica y familiar, integrando en el currículum escolar aspectos relacionados con el hogar, a fin de que chicas y chicos, desarrollen habilidades y actitudes que contribuyan a una contribución similar a estas labores, tanto en su etapa estudiantil como en su futura vida adulta. B) Convivencia interpersonal, para aprender el funcionamiento de las relaciones chicos-chicas y de la relación de pareja, sin que sólo la mujer asuma la tarea de generar bienestar para los demás. C) Ética del cuidado de la casa, atención de menores, mayores o personas dependientes, cuyas funciones, tanto físicas como psicológicas, todavía se atribuyen al rol femenino suponiendo un sacrificio que obliga a muchas mujeres a renunciar a sus proyectos personales y profesionales.

Una genuina política educativa de género va mucho más allá de la precisión gramatical en las descripciones de colectivos, y puede subsanar los “perversos efectos sexistas” sobre la población escolar. Comienza desde los primeros pasos de la educación, con actuaciones tempranas en las actividades lúdicas de socialización, siguiendo con un uso gramatical exacto que reconozca la paridad hombre-mujer y llegando a los sistemas de orientación escolar y profesional, a fin de corregir las desafortunadas y patentes consecuencias en las opciones poco equilibradas por las que opta el alumnado en función de su sexo, tanto en las especialidades de FP como en las carreras universitarias.

Las diferencias por sexo responden a una combinación de factores que deben ser corregidas para evitar daños al género desfavorecido, a veces el masculino y, en muchas ocasiones, el femenino. Por ejemplo, la tasa de escolaridad para la franja de 18 a 21 años es del 41,1% para las mujeres, frente a un 36,5% de hombres, con la opción de FP mayoritaria para los alumnos. En ambos casos, universidad o FP, las especialidades masculinas cuentan con una mayor demanda laboral, lo que origina en un paro juvenil inaceptablemente alto, una penalización suplementaria para la población femenina. Queda demostrado que persisten factores sexistas que requieren una perentoria corrección, para ofrecer el máximo de opciones académicas y profesionales a todo el alumnado.

Mikel Agirregabiria Agirre. Educador
www.mikelagirregabiria.tk
Miembro de IRAKASTEN.ORG

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