Me lo contó mi madre hace muchos años, y todavía hoy, sigo recordando la anécdota tratando de
hacerle la autopsia y poder diagnosticar la causa de “la muerte”.
Corrían los años cuarenta y llevaban “hablando” unos dos años.
( Entoces se “hablaba”, a ser posible siempre en compañía de terceros, no fuera a ser que un descuido, les diera por hacer lo que no debían , se corriera la voz… y la chica se quedara compuesta, sin novio y con una reputación insalvable de por vida. O con dos reputaciones; la suya y la del fruto del escarnio.
Las madres, se lo repitían a sus hijas hasta la saciedad; “los hombres a pedir, las mujeres a negar”, “ojo al cristo que es de plata”, “prometer hasta meter y después de metido, adiós a lo prometido”, y un largo etcétera repletito de mensajes que no hacían más que convertir, sutil o desvergonzamente, a las mujeres en meros recptáculos, que el costumbrismo de la época, y la sociedad entera, acataban sin rechistar. Ya una vez legalizada la situación, primaban otros valores; limpieza, honradez, obedicencia…. y entre ellos, acaso el más ambigüo… que a ser posible y por no parecer que aquello te gustara… seguir negándose dentro de un término medio. Que también se corría el riesgo de que si te daba por negarte siempre, se apludiera al que buscara fuera lo que no tenía dentro. En este descabellado sentir popular colaboraban tanto hombres como mujeres. Si éstas últimas habían tenido la suerte de casarse, le ponían aún más empeño al arrancarse en aplausos. )
Es de suponer que si llevaban ese tiempo dando paseitos por el parque, tomándose algún que otro café, yendo juntitos a misa de doce, o a la sesión de cine matinal, y cogiéndose las manos de pascuas a ramos…, como poco, era una relación “formal”, para ellos y para todos los que les conocían.
Una tarde, mientras él la acompaña a su casa como era de recibo, a ella, le dió por hacerle aquella pregunta funesta, que como además vivían cerca de la costa… la fraguó asi:
– Dime una cosa, si estuvieramos bañandonos en la playa, y vieras que nos estamos ahogando tu madre y yo… ¿A quién salvarias tú?
Quizá huelgue decir lo que obtuvo por respuesta, pero baste con saber que jamás volvió a buscarla a su casa como hacía cada tarde, y que aquel noviazgo… dió al traste.
Ella, se sumió durante años en una melancolía infinita, y nunca jamás se la vió ningún otro hombre.
Las preguntas que me hago, en el intento de diseccionar lo ocrrido, van en distintas direcciones; direcciones que barrunto hipotéticamente con la ilusión de encontrarle razón de ser a lo ocurrido y que suelo plantear más o menos así:
– ¿Qué mujer enamorada no ha deseado, hasta con desespero, oír alguna vez, de qué sería capaz su amado por ella?
– ¿Deseaba aquella novia que su futura suegra desapareciera?, o ¿era solo una metáfora para sentirse la mujer mas querida por aquel hombre?
– ¿Hizo ella aquella pregunta desgraciada, llevada por la desesperación de quien duda del amor que pueda profesarle el hombre a quien entregará su vida?
– ¿Tan grave fue para él, la afrenta hacia su madre?
– ¿Acaso no pudo responderle cariñosamente, que ante semejante situación y siendo ellas, las mujeres que más amaba sobre la faz de la tierra… quedaria paralizado y se ahogarían las dos?
– ¿O tal vez pensó que una mujer, que pretende poner a prueba a hombre, haciéndole elegir entre su madre y ella, no merece más que desprecio?
No lo sé. ¿Qué piensas tú?
Dakota