Que necedad la tuya, de querer componerme, de seguirme incansable el paso, de atravesarte en el camino y guiarme con certeza, aunque termines involucrándote en mis desvaríos, que cara larga que tienes para adivinar lo que pienso, para ensartarme esa tu mirada profunda, plagada de develadas incógnitas
Que impertinencia la tuya de osar idealizarme, esa de tomarme de ejemplo y erigirme como una estatua ausente en tu roca, que empeño es ese de creer ciegamente en lo que afirmo y sonreír imperturbable aun cuando al final ya sabes lo irremediable que es conmigo terminar perdiendo el piso y la cordura
Que insistencia la tuya, esa de introducirte en mis sueños, de decirme sin palabras que por alguna extraña razón ya te tengo, ya te pertenezco, que obstinación la tuya de querer convencerme y hacer creer que soy yo la que elige lo que quiero, que eres tu solo alguien mas que me seduce, cuando soy yo quien ya no se salva, quien se pierde ardiente en el deseo
Que pretensiones, ¿cuando te quitaras la mascara frente al espejo para que reconozca lo que siento?
Profundo sentir, dinora. Está en la línea de una personalidad carente de hipocresía alguna y que llama a la llama del deseo por su verdadero nombre. Esas pretensiones de las que alguien se muestra crédulo y de las que tú expresas en tu relato como una obsesión inconsecuente. Es para pensar y meditar largamente.
Una reflexión llena de autoconciencia y consciente responsabilidad del autoser. Se descubre una sinceridad profunda en el misterio de las contradicciones existentes entre pretensión y realidad. De verdad que dejas una profunda huella en tu texto: la del análisis de la situación incordial.