Aquí estoy, siendo humo humano
de un cigarrillo alimentario
contínuo de colegas dispersados
entre el rojo de las amapolas
y el tronco aventado de un chopo oscurecido.
Para seguir el camino que guía a los recuerdos
recurro a la estrofa blanca de mis sienes
y recorro aquellas erguidas estampidas
donde quedaron enzarzados los retazos
del tiempo trabajado bajo estrellas encendidas.
Efectivamente, hay una radio en el armario de mi infancia
donde dejé colgadas mis prendas más internas:
un sueño inagotable de peníltimas presencias
y un vendaval de extrañas emociones.
Radio Feudal.
Allí nació, en su caja de madera,
la trémula presencia de mi íntima conciencia.
Una voz de profeta incontestable
oía yo
proveniente de algún nido enardecido.
Con ella escuché recónditas consignas
de cenizas esparcidas sobre poéticas esencias
que morían al alba sin poderse defender.
Y luego crecí un poco, solamente un poco,
para convertirme en diesel de diales de bohemia.
Todo surgió en un campo de batallas
plantado de semillas en el barro natural.
Es el humo de mis cigarrillos
más bien un compuesto amalgamado
de celtas luchando contra bisontes embravecidos
y ducados de banqueros saciados de fortuna.
El pueblo fetén de los barrios marginales
me impuso el embarque en etéreas carabelas
que surcaron océanos de piélagos marinos.
Y entonces los teatrillos lorquianos de mi infancia
con sus sinceros y libres perlamplines
convirtieron mi existencia en un lenguaje.
!No estás muerto si existe tu palabra
más allá del verbo y el silencio!.
!Que quienes de verdad mueren diariamente
son aquellos que no sienten las heridas
del sainete, el drama o la comedia…
o la tragedia en que se ha convertido la existencia!.