Rastro perdido

Ya la he perdido.
Escribo desde el fondo de la casa que en antaño fue su hogar, nuestro refugio. Ya nada importa ahora.
Es vano recordar esa mirada agonizante, su textura áspera y rugosa, sus garras desafiantes y la suntuosidad de sus nervudas ancas. Lo mejor será olvidar su paso por este lugar.
Se marchó hacia la llanura hace unos años y sé que está mejor sin mí, lejos para siempre, libre ya de su prisión y de sus cancerberos fustigantes.
Ella nunca entenderá mi amor, tan solo existe para preservarse y no para reflexionar sobre los hombres y sus sentimientos.
Ella posee tres juegos de dientes, uno detrás de otro, cada uno más monstruoso que el anterior. De manera que es fácil sospechar cuán destructiva es su mordida. Lo comprobé la tarde en que escapó de aquí, por eso escribo en este cruel refugio donde tantas veces contemplé su luz, aislado de la gente que hoy en día me condena.

Desde entonces nadie ha vuelto a verla, y es probable que jamás regrese. La llanura quizás le ofrezca calma y pábulo para sus fauces. Yo sólo le he enseñado el tedio y el dolor.

Lima, julio de 2006.

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