Rodeando al Extranjero (Novela) Capítulo 1.

Tal vez fue ayer mismo cuando la madre murió; o quizás tal vez fue hace ya un año. Pero puede que no haya muerto nunca o haya estado muerta siempre. En el corazón del Extranjero sólo existe un deseo. Escribir el siguiente telegrama: “Voy mañana”. ¿A dónde va el Extranjero?. A la Estación de los Exiliados; que es la estación donde se reúnen todos los demás para jugar a las cartas señaladas haciéndose trampas los unos a los otros. El Extranjero sólo va allí a sentir el calor de la hoguera bajo las estrellas; rodeado como está de hombres insensibles.

No es culpa del Extranjero que los días se llenen de luto. La madre puede haber muerto, pero su vida está hacia adelante… más allá de cualquier otra excusa ajena a sus principios esenciales: lograr que el calor penetre hasta sus helados huesos en este invierno crudo rodeado de niebla por todas partes. No es culpa del Extranjero que haya llegado tarde al caos; por eso toma sus pertenencias y busca asilo en el mañana.

A las dos de la madrugada el cielo es más cielo que nunca. El Extranjero mira al cielo antes de tomar el autobús hacia el destino siguiente. Si la madre ha muerto hoy, o ha muerto hace un año o nunca ha muerto, no es de su incumbencia. En realidad él sólo busca el destino de su futuro y renuncia a las búsquedas abstractas; porque atrás sólo existe el odio y la venganza. Él jamás busca esas cosas negativas. Subido en el autobús de las dos de la madrugada mira a los demás pasajeros y sonríe. Sonríe solamente para superar la ausencia.

Holiendo a gasolina, el Extranjero se duerme apoyando la cabeza, inconscientemeente, sobre el hombro de la chica rubia que viaja en el asiento de al lado. Ella no hace nada por apartar su cabeza. Sólo mira al Extranjero dormir con su sonrisa… pero el Extranjero no está exactamente durmiendo sino soñando. ¿Qué más da? se pregunta a sí misma la señorita rubia. Pero ganas le dan de darle un beso en la boca. El Extranjero despierta.

– Perdón señorita… me quedé sin querer dormido…
– ¿Hacia dónde vas?.
– Hacia el final.
– Yo también voy hacia el final… ¿tienes algún sitio dónde acudir?.
– Sí. No se preocupe por mí. Tengo un sitio donde acudir.

La señorira rubia mira a los ojos del Extranjero. No ha estado bien que sea tan escueto y silencioso. Y es que el lugar hacia donde va el Extranjero es eso… el Silencio.

El lugar estaba a dos kilómetros de la aldea. Entró. Un enfermero salió a saludarle.

– ¿Es usted Alberto Campos?.
– Efectivamente.
– Su madre murió ayer. No pudimos hacer nada por evitarlo.

El Extranjero no dice nada. Se da media vuelta y sale de nuevo a la calle. Quiere compartir su soledad con la gente feliz; le gusta que nadie sepa nada de su desgracia. A él sigue sin importarle el día, el mes o el año en que ha muerto su madre. Sólo añade, para sus adentros, pensamientos mientras camina por la Avenida de las Gracias: “Tengo que dar Gracias a Dios pòr haberme dado la oportunidad de estar vivo todavía. Al fin y al cabo yo no tuve nada que ver con la muerte de mi madre. Ella se habría aburrido mucho conmigo de haberla contado mis desventuras. Es mejor así… que el silencio sea mi manera de manifestar que fueron quienes me rodeaban quienes hicieron que ella se quedara atrás”.

Aquel día era domingo y era cierto que su madre no habría sido feliz al lado de él; así que, siguiendo su camino predeterminado, entró en una cafetería. Había allí un gran número de personas. Todos se volvieron a mirarle. Era él, el Extranjero, el que debía responder lo sucedido en aquel último año. Se acercó a la barra de la camarera morena y pidió un café templado, se lo levó a una mesa, se sentó, sacó de su mochila un viejo cuaderno y un bolígrafo tan viejo como el mismo cuaderno. Y comenzó a ecribir:

“Supongo que, al final, existe algo más que la Nada y supongo que estás ya allí. El parloteo de las personas me es indiferente como me es indiferente que el entierro sea mañana. De todas formas no voy a acudir porque tengo camino por delante. Te preguntarás por qué uno de tus hijos se fue tan lejos que pasó a ser el Extranjero. No me lo preguntes a mí. No es necesario. Soy el Extranjero porque no podría haber sido otra cosa. La responsabilidad de ser el Extranjero sólo reside en mí. Hay cuestiones que sólo Dios comprende y yo, que apenas comprendo un poco de esta mi existencia, no tengo nada más que hacer que tomarme el café templado, salir a la calle y buscar. Te preguntarás ¿qué buscas, hijo mío?. Y yo te digo qe busco esa esperanza donde comienza la vida y donde acaba la muerte. No te preocupes mamá, no me hace ningún daño que se hayan olvidado de mí. Con frecuencia me pregunto si fuiste feliz los últimos años de tu vida. Con frecuencia me pregunto si los otros hermanos te hicieron tanto daño que jamás te comprendieron a ti como jamás me comprendieron a mí. Pero ya no tiene ninguna importancia. No me preguntes nada más sobre eso. Yo sólo sé que soy distinto a todos ellos y que tengo que seguir siendo el Extranjero en mi propia tierra y es porque tengo a toda la Tierra dentro de mí. ¿Sabes lo que te digo?. Me gusta ser el Extranjero y tener toda la Tierra dentro de mí. Si. La Tierra. Este inmenso país en donde puedo viajar de un lugar a otro sin tener otra cosa que hacer que caminar hacia el Silencio. No, mamá. Mi Silencio no tiene nada que ver con tu muerte”.

Dos jóvenes obreros de la construcción entraron en la cafetería. No había más mesas libres y le pidieron al Extranjero permiso para sentarse junto a él.

– No le he visto nunca antes por aquí… ¿de qué país es usted?. -le dijo uno de ellos mientras el otro guardaba silencio.

El Extranjero miró a los ojos del obrero que guardaba silencio y contestó.

– Soy de aquí. Pero ¿quiere que le diga algo?…

El joven obrero que había hablado escuchaba atentamente.

– Dentro de la piel de cada ser humano hay un extranjero en potencia. Sólo tiene que caminar…
– Comprendo… quizás mi compañero no lo sepa bien pero yo sí le comprendo. A pesar de mi juventud he pasado gran parte de ella en tierra extraña.
– Entonces sabrás lo que te estoy diciendo.
– Espere un momento -habló el otro joven obrero que había estado callado- me parece que yo sí le conozco. ¿No es usted hijo de la señora Sáiz?.

El Extranjero siguió mirándole a los ojos.

– Soy hijo de la Tierra. A veces me he convertido en hijo del Mar. A veces ha sido hijo del Aire. Pero lo que de verdad soy es hijo de la Tierra.

El joven obrero entendió que el Extranjero no quería hablar de lo que le había preguntado.

El Extranjero se levantó. Pagó la consumición de los tres y les dijo a los dos jóvenes:

– !Ojalá que nunca sepáis lo que es la soledad!.

A sus espaldas una joven muy guapa le observaba mientra el Extranjero se dirigía hacia la puerta.

– !Oiga, por favor! -le llamó de repente.

El Extranjero dio media vuelta para atenderla.

– ¿Quiere usted hacerme un favor?.
– Según que favor sea.
– No lo tome a mal. Sólo quiero saber cuántos años ha estado usted viajando… y perdone por haber estado escuchando su conversación…
– Los años no importan, señorita. A veces se es extranjero con caminar simplemente un kilómetro cada día. Otras veces hay que pasar muchos años fuera de su país. No importa. Ser el Extranjero es sólo pertenecer.
– ¿Pertenecer a quién?.

El Extranjero se quedó mirando a los ojos de aquella preciosa joven.

– Pertenecer al Mundo.

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