Rodeando al Extranjero (Novela) Capítulo 4.

Siguió su camino el Extranjero hasta que, muy pronto, tropezó su vista con una iglesia. Permaneció durante bastante tiempo observando una de sus ventanas donde un sacerdote estaba, a su vez, observándole a él. Unos minutos después, el sacerdote le hizo un gesto con su mano derecha y el Extranjero se acercó a la ventana.

– Hijo mío…
– Perdone, pero no soy un hijo suyo.

El sacerdote enrojeció mientras intentaba ocultar s vergüenza; pues era cierto que bajo su negra sotana se escondía el misterio de varios hijos e hijas repartidos por la Gran Ciudad.

– ¿Puedo hablar con usted un solo momento –insistió el sacerdote una vez vuelto a su color natural de una palidez verdaderamente mortuoria.
– Verá. No. No quiero que nadie me hable más de mi madre. De una madre que no sé si murió ayer, murió hace un año o no murió nunca. Lo único que me interesa en esta vida es ver amanecer, atardecer y anochecer, ¿me comprende?.

El sacerdote cerró violentamente la ventana y la iglesia que quedó envuelta en la bruma. El Extranjero pensó que ya no tendría que soportar la conversación de aquel falso sacerdote pero se equivocaba porque, pocos segundos después, el citado sacerdote, con la respiración agitada por la gran carrera que tuvo que dar, se encontraba allí, con su aliento pegajoso por culpa del frío, hablándole de nuevo cara a cara.

– Hijo mío…
– Le vuelvo a repetir que yo no soy uno de sus hijos… supongo que me está usted confundiendo con otro…

El sacerdote volvió a sonrojarse. Cada vez que alguien le recordaba sus pecados del pasado se enrojecía violentamente y contestaba con mayor violencia todavía. Pero esta vez guardó un profundo silencio antes de hablar en voz muy baja.

– No debe usted ser tan sincero…
– Lo que no debo ser nunca es un monaguillo al servicio de un sacerdote como usted.
– Yo sólo quiero decirle que su madre…
– ¡Espere!.¡Espere!. No me importa en absoluto lo que otros como usted digan cosas sobre mi madre. Yo no soy como ellos. Yo sabía perfectamente cómo era mi madre. Jamás traicionó a mi padre. Así que siga usted unido a los murmuradores mientras sigue teniendo hijos e hijas con las prostitutas.
– Es que… -balbuceó el sacerdote completamente rojo de ira pero sin atreverse a levantar la voz como era costumbre en él.
– Insisto en que no me preocupa nada de lo que usted me quiera contar. Opine usted lo que quiera. Yo todavía tengo mucho camino por delante y no deseo llegar tarde por culpa de hablar con un sacerdote fariseo.

Entendiendo el sacerdote que el Extranjero llevaba razón sobre lo que decía de él, se volvió, a paso apresurado, por donde había venido.
Un grupo de cuatro hombres de piel negra, que habían estado observando la escena, se acercaron al Extranjero.

– Por favor, acepta tomarse unas cervezas con nosotros –dijo el más robusto de ellos.
El Extranjero miró detenidamente, uno por uno, a los cuatro. Eran, en realidad, como fotocopias de él mismo, pero con otro color de piel.
– No tengo mucho tiempo pero sí, acepto. Y espero que, aunque acepte vuestra invitación, no creáis que soy un vagabundo.
– Sabemos que no lo eres. Tú eres uno más… uno más que, como nosotros, somos extranjeros en nuestros propios países.
– Pero vosotros habéis venido a un país diferente y yo, sin embargo, soy extranjero en mi propio país. ¿Existe mayor grado de ser extranjero?.

Entraron en una cervecería y pidieron cinco botellines. El más robusto de los cuatro hombres de piel negra, que era quien dominaba mejor el español, le sirvió escanciando la cerveza del Extranjero en su vaso.

– Todo extranjero es la misma gente.
– Te confundes amigo, todo extranjero es la misma persona –corrigió el Extranjero.
El más robusto de los cuatro hombres de piel negra quedó escuchando tanta sabiduría con los ojos bien abiertos mientras los otros tres no salían de su asombro.
– Es más, compañeros, los racistas olvidan algo muy esencial: que todos los seres humanos tenemos la sombra negra.

Los cuatro hombres de piel negra sonrieron. Al fin habían encontrado a alguien que era capaz de hacerles sonreír. Y aquel hombre, de cabello blanco, era directo en sus pensamientos.

– Muchos creen que nosotros somos diferentes –siguió el más robusto de los cuatro.
– Todos somos diferentes… pero hay algo que nos hace iguales: que todos bebemos del mismo agua, que todos nos mojamos con la misma lluvia, que a todos nos calienta el mismo sol y que, por las noches, todos somos algo de poetas bajo la misma luna y con los mismos sueños…

El cielo estaba ya irradiado plenamente por el sol.

– Mi madre paseaba con mi padre por aquí, por esta misma calle… y yo sólo sentía un poco de amor pero en silencio –siguió el Extranjero.
Los cuatro hombres de piel negra ahora sólo escuchaban.
– Pero ha llegado la hora de que se escuche la voz del silencio de todos nosotros los extranjeros… al menos lo suficiente…
– Lo suficiente no es bastante –le respondió e más robusto de los cuatro hombres de piel negra.
– Lo suficiente sirve para tener algo al menos. Claro que lo suficiente no es bastante… pero lo suficiente es sólo el principio.

El sol seguía desbordando sur rayos sobre el rostro de los cinco hombres.

– Gracias por la cerveza. La próxima vez os invitaré yo os lo prometo. Me vuelvo a poner en marcha ya. Quizás logre llegar hasta la cima antes de que llegue la noche. Pero no importa. No tengo ninguna prisa sino todo el tiempo por delante.
– ¿Y por qué vas a la cima?.
– Para, al menos, ser parte de la naturaleza donde todos dejamos de ser extranjeros y somos como los árboles, como las plantas, como las piedras, como la rocas pero, sobre todo, como los pájaros…
– Pero… ¿y entonces dónde queda el alma?.

El Extranjero se le quedó mirando fijamente a los ojos y sólo respondió con una sola
palabra mientras se levantó de la silla mientras se disponía a salir de la cervecería.

– Dentro.

El robusto hombre de piel de color negra quiso preguntarle dentro de dónde pero ya el Extranjero había salido de la cervecería a la realidad de la calle de la Gran Ciudad donde multitud de gentes pasaban por su lado y un altísimo número de coches pasaban con hombres, mujeres y niños dentro completamente sonriendo. ¿Era dentro del corazón dónde había querido decir el Extranjero?. ¿Era solamente dentro de la sonrisa e las gentes?. Quizás sí dentro del corazón o quizás no. Quizás sí dentro de la sonrisa o quizás no. Quizás dentro de ambos sitios al mismo tiempo. Quizás. Pero el Extranjero sólo caminaba entre la bruma mientras en la cervecería los cuatro hombres de piel de color negra habían aprendido a tener su mayor dignidad. De pronto el Extranjero les había hecho entenderlo. Ya no era hora de mendigar sino de exigir justicia. Ya no era hora de complejos sino de sentirse iguales, Ya no era hora de tristeza sino de alegría. Ya no era hora de silencio sino de voz. Ya era hora de que la voz del silencio fuese escuchada por toda la sociedad. Y eso gracias a aquel Extranjero en su propia patria, que era distinto a ellos pero les había demostrado que, a la vez, era igual que ellos.

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