Rodeando al Extranjero (Novela) Capítulo 8

A las seis de la tarde los tranvías iban repletos de aficionados y aficionadas al fútbol. Era domingo de partido de la máxima rivalidad. Todos hablaban sobre el resultado final antes de haber comenzado el encuentro. Era esta una curiosa paradoja de este deporte. Y hacían apuestas entre sí. Un hombre de unos setenta años de edad vaticinó que llovería. No era un sabio precisamente, aunque tuviese setenta años de edad. Era pura lógica dentro de lo ilógico. Bastaba con mirar al cielo. Esta estaba nublado por completo. Grises y oscuras nubes amenazaban la lógica respuesta: !tormenta!.

Había muchos que se las daban de conocerlo todo sobre el fútbol. El fútbol era la gran pasión de muchos de la Gran Ciudad. Enfocados de cerca por la cámara de la televisión, se les veía sonreír mientras portaban sus banderas respectivas. No sólo las nubes amenazaban tormenta. Grupos de exaltados de uno y otro equipo también empezaban ya a ser una tormenta para los demás. Eran fanáticos insultándose los unos contra los otros. En este sentido cierta clase de periodismo había encendido la mecha.

En la puerta del gran estadio, en pleno gran Paseo, los periodistas serios entrevistaban a los aficionados. Las respuestas eran como dichas por autómatas y las había de toda clase. Primero se sobresaltaban al ver a las cámaras de la televisión pero sus rostros luego se alegraban y se lanzaban a opinar mientras los periodistas reían abiertamente. Todo aquello era ya ajeno al Extranjero que había detenido su ascenso hacia la cima porque la tormenta no tardaría en estallar. Así que buscó refugio en una cueva donde vivía una familia gitana mientras vio bajar, a toda velocidad, al guía y sus jóvenes y jovencitas que le seguían.

– ¿Se puede pasar? Parece que va a llover en serio.
– !Adelante!. !Adelante! !Pase usted sin ningún temor! -respondió el jerarca de la familia gitana.
– Verá… yo no quiero molestar a nadie. Si es un engorro para ustedes sólo tiene que decírme que no y ya buscaré otro cobijo.
– Pues mi respuesta es sí. Y yo soy quien manda en esta familia. !Ande!. !Pase adentro y caliéntese un poco junto a la hoguera que para eso estamos como dice el refrán “Hoy por ti, mañana por mí”!.

El jerarca de la familia gitana era un hombre verdadermaente charlatán y dicharachero, además de voluminoso. Se cubría la cabeza con un sombrero andaluz y portaba una vara en la mano.

– Nosotros en realidad somos extranjeros en todas las partes del mundo.
– Ustedes en realidad no son extranjeros en ninguna parte del mundo
– ¿Por qué dice eso? -se extrañó el jerarca enrojeciéndose un poco por la ira. Nadie le había contrariado jamás en este tema.
– Porque al estar extendidos por todo el mundo, el mundo es su patria.

El jerarca de la familia gitana se quedó pensando un largo tiempo mientras todos los demás guardaban un tenso silencio.

– ¿Y usted?. ¿A qué patria pertenece usted?
– Mi patria sólo tiene un nombre. No tantos como la suya.
– ¿Y se puede saber cuál es ese único nombre que tiene su patria? -enrojeció aún más el jerarca.
– Soledad.
– Suena bien. Tiene nombre de mujer gitana. Por eso nosotros bailamos tanto por “soleares” -se serenó el jerarca.
– Pero ustedes cantan y bailan a una Soledad de carne y hueso. A una simple mortal.

Nuevamente el jerarca de la familia gitana, totalmente tenso, se quedó un largo rato pensativo.

– Lleva usted razón. Nuestra Soledad siempre tiene apellidos.
– Y sin embargo a la mía no la conoce nadie.
– ¿Desea comer un bocadillo de jamón? -intervino la mujer del jerarca para cambiar de tema porque el jerarca no sabía qué contestar.
– Si me lo ofrece de tan buena voluntad no debo rechazarlo.

Y la gitana madre comenzó a prepararle un gran bocadillo de jamón de cerdo.

El Extranjero tenía la necesidad de encender un nuevo cigarrillo.

– ¿Puedo encender un cigarrillo?.
– !Pues claro que sí!. No sólo puede sino que yo le ofrezco uno mucho mejor -respondió el jerarca de la familia gitana sacando un par de puros habanos de una caja de madera- !Y además le acompaño!.
– No debo recibir tantas atenciones. Me es suficiente con encender uno de mis cigarrillos porque, si le digo la verdad, no fumo. Y sería una lástima desaprovechar un buen puro habano.
– !Venga!. !Venga!. !Tome usted uno de mis puros y déjese de complejos!.
– Usted me cae bien… ¿de verdad cree que tengo complejos por no fumar?

El jerarca quedó instantáneamente en silencio.

– ¿Usted cree que un hombre, para serlo, debe fumar? ¿O no es eso de verdad un complejo?.

El jerarca siguió callado.

– No es ningún complejo encender un cigarrillo para no fumar. De niño me enseñó mi padre, que de verdad era un fumador empedernido, que la vanidad de los hombres que tienen que fumar para serlo, suele tener casi siempre un desenlace fatal.
– Los gitanos… los payos… ¿quiénes son mejores, amigo?
– Ninguno de los dos. Los mejores son los que saben para qué suben a la cima de las montañas.

El Extranjero, a pesar del permiso concedido por el jerarca de la familia gitana, decidió no encender el cigarrillo.

– Pero… ¿no iba a encenderlo?.
– Así es la verdadera libertad amigo mío.

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