El jerarca de la familia gitana tenía una voluminosa barriga y unos enormes bigotes negros.
– Está bien, a pesar de todo reconozco que lleva usted razón. No siempre la sabiduría gitana es buena sabiduría.
– En realidad la buena sabiduría es, a veces, guardar silencio y a veces gritar a pleno pulmón. No existe término alguno en este sentido.. ¿sabe por qué?.
– Ni idea -contestó sinceramente el jerarca
– Por culpa de las injusticias. Pero sólo se lo digo para que medite…
El jerarca de verdad que se quedó meditando…
Entonces fue cuando la tormenta arreció más que nunca mientras todos los gitanos y gitanas, más el Extranjero, comían bocadillos de jamón de cerdo.
En la Gran Ciudad todos los aficionados al fútbol abrieron sus paraguas o se pusieron el chubasquero. Todos excepto aquellos que no habían sido previsores y no tenían ni paraguas ni chubasqueros. No les quedaba otro remedio que o abandonar el estadio o mojarse hasta los huesos arrriesgándose a que, al final, el resultado fuese contrario a sus equipos. Todos hablaban sin parar de mala suerte, de mal fario, de mala ventura… Algunos de los que no tenían ni paraguas ni chubasquero se quedaron a sufrir la tormenta pero muchos de ellos abandonaron a todo correr el estadio par irse a sus casas a seguir el partido por la televisión.
En los barrios más bajos; aquellos donde vivían los hombre más pobres, las mujeres más humildes y los niños mas desamparados… todos se apiñaban en los cafetines ya que para los demás eran seres sin importancia alguna. Allí hablaban sin parar de miles de cosas ajenas al fútbol mientras no perdían de vista al televisor. Curiosa paradoja de la humanidad de los más necesitados.
En la cueva de los gitanos donde se encontraba El Extranjero el silencio era otra vez tenso. Uno de los gitanos, bastante bajito pero con anchos hombros y nariz de boxeador, se decidió a romper aquel silencio en contra de la voluntad del jerarca
– En mis tiempos más jóvenes yo pude haber sido campeón de Europa por lo menos
– ¿Se dedicaba usted al boxeo?
– Y era muy bueno de verdad Todos me conocía como “El Gran Heredia”.
– De verdad no puede ser uno muy bueno ni muy malo. Siempre aparece otro que al final te tumba.
El gitano quedó sorprendido mientras el Extranjero siguió hablando
– De verdad sólo se puede ser o verdadero o falso
– Me haces pensar demasiado y sin embargo me caes bien.
– No es cuestión de pensar tanto sino simplemente de deducir.
– Pues eso me hace pensar todavía más
El Extranjero sonrió al gitano bajito y de anchos hombros que tenía la figura de ex-boxeador de los pesos gallos.
– Escucha amigo. Muchas veces la vida es mucho más dura que un combate de boxeo.
– ¿Qué me dices?. ¿De verdad?.
– Cierto. De verdad o de mentira o como desees entenderlo, pero cierto.
El Extranjero ya no habló más y pidió permiso para dormir un poco mientras la tormenta estaba en su mayor apogeo.
– Utilice usted mi hamaca por favor- le dijo el jerarca
– Solo necesito un par de momentos nada más. Un par de momentos no es un par de horas sino sólo un par de momentos.. ¿me entiende?
– No
– Quiero decirle que para dormir no se necesitan las horas para nada.
– Ahora sí.
– Por eso prefiero dormir sobre el suelo junto a la hoguera.
– ¿Pero cómo va a dormir en el suelo una persona como usted que se ve a la legua que es de muy buena familia?
– No es la primera vez que lo hago… aunque quizás sea ya la última.
– ¿Es que tiene usted el presentimiento de que va a morir?.
El Extranjero ahora si que se rió con ganas.
– No. No es eso. Es todo lo contrario
– Pues me deja usted todavía más perplejo
– La perplejidad es la entrada de las confirmaciones a una verdad cuando se sabe escuchar.
– Antes de dormir respóndame a lo siguiente. No se ofenda. Es una cuestión que despierta mi interés.
– Si le parece interesante pregunte..
– ¿Para qúé va usted en direccción a la cima de la montaña?.
El Extranjero se quedó mirando fijamente al jerarca de la familia de los gitanos antes de contestar.
– ¿Usted sabe por qué se sube a una cima?
– En realidad yo, las pocas veces que lo he hecho, sólo ha sido para estirar un poco las piernas y si ha habido algún otro motivo ni me acuerdo porque debió de ser intrascendente.
– Si alguna vez desea tener una verdadera experiencia busque un porqué trascendente cuando suba la cima de una montaña.
– Pero no ha respondido a mi pregunta inicial
– Verá. Dejemoslo en unos puntos suspensivos mientras, de verdad se lo digo de corazón, no dormiré en su hamaca.
– ¿Y después me dirá por qué desea tanto subir a esa cima?
– Después puede usted acompañarme para poder subir los dos juntos y saberlo.
– !Ah, no!. !Eso si que no! !Mis piernas ya no están para esas cosas!
Entonces fue cuando El Extranjero se tumbó en el suelo, junto al calor de la hoguera, y quedó profundamente dormido.