Sagetario (cuento del Viejo Oeste) (5)

Aquel 24 de julio, último viernes del trimestre, quedó también grabado en la memoria de todos los habitantes y forasteros que se encontraban en Kansas City. A varios kilómetros de distancia, en Omaha, Sage y la bruja Mari Juana habían conocido, desde hacía un par de meses, a los finos, amanerados y elegantes, pero facinerosos asaltabancos, llamados Don Diego Morales De la Cabra (el cabecilla del grupo),
Barahona, Correa, Gordón y Paredes, Todos ellos de la peor ralea y calaña y ausentes de todo tipo de ética profesional y de moral personal. Inmundos por completo debido a su hipocresía sin límites.

La Mari Juana había concebido, para la madrugada de aquel día, una trampa que creía perfecta para atrapar a La Chica en su diabólica red ya que había sabido, a través de un telegrama enviado a ella por la gordinflona Angela y la esquelética Merceditas, que era la última vez que La Chica había decidido actuar en el “saloon” Milboona pues tenía otros planes para su futuro. La trampa de la bruja consistía en que el lindo, relamido y afeminado Don Diego entrase en el “saloon” de Kansas y, aprovechando que entretuviese a Mendoza Colt, los otros cuatros amanerados (elegantes de guantes blancos y levitas negras) asaltarían el Banco Central de Kansas City, llevándose toda la fortuna de su caja fuerte.

Todos habían aceptado la propuesta debido a que ella les había jurado que les dejaría violar, uno tras otro, a La Chica, antes de que ella abusara también sexualmente de ella y luego la cortaría, con su sierra mecánica, depedazándola en pequeños trozos que echaría a los buitres carroñeros de aquel lugar.

Así que Don Diego Morales y sus compinches llegaron al galope de sus caballos (todos grisáceos de pelaje, pues eran los preferidos del afeminado Morales De la Cabra) a los alrededores de Kansas City. El asunto es que Don Diego entraría primero en el “saloon” y si todo iba bien, media hora más tarde, los cuatro restantes asaltarían sin ninguna clase de temor el Banco. Fue así cómo el lindo y relamido Don Diego entró por primera vez al Milboona. Casi se desmaya al ver a la espectacular Chica. Pero, aunque sus ojos la devoraban, mantuvo cierto equilibrio y, abriéndose paso entre la muchedumbre se acercó a la barra donde estaba apoyado Mendoza Colt.

– Caballero –dijo el fulano zalamero – veo que es usted un gran hombre.

Mendoza no respondió nada.

– Esa estrella de cinco puntas que lleva usted tan bien adosada a su chaleco, en su lindo corazón, me hace decir que es usted un hombre pero que muy grande. Sí señor. Una verdadera autoridad – seguía el afeminado Don Diego…
– ¿Qué quiere usted decirme? –contestó secamente Mendoza.
– Verá… yo y unos amigos míos somos mexicanos de Tijuana…

Rápidamente Mendoza Colt comprendió que no era de Tijuana porque su acento no respondía al mexicano tijuanense que tan bien conocía desde hacía mucho tiempo. No dijo nada…

– Verá, caballero… ahorita mesmo le propongo un negocio redondo.
– ¿Qué clase de negocio?
– Pos nada más manito que usar a esa preciosidad de chiquilla para… ya sabe uestes… eh… dolaritos frescos…
– Esa mujer no es lo que usted está pensando.
– Mire usted compadre, ¡chuta!, que esta misma madrugada la conquisto y me la llevo a la cama. Como yo me llamo Don Diego Morales De la Cabra que la conquisto… ¡chuta!…

Mendoza Colt pronto reaccionó y se dio cuenta de que aquel fulano no era mexicano sino ecuatoriano. El ¡chuta! lo había denunciado. Entonces le miró fijamente de frente y recordó que hacía una semana había visto, en la Alcaldía del pueblo mexicano de Morelos, cinco carteles de “Se Busca” con el rostro de Diego Morales. De los otros cuatro intuyó que eran los mismos que recordaba. Así que decidió prevenirse…

– Espere un momento galancete… que ahora mismo vuelvo. Sólo tardo cinco minutos.

Mendoza cruzó la calle y avisó a su ayudante “Rabietas”.

– Pierre… si ves llegar a cuatro jinetes elegantemente vestidos, con trazas de alta clase social, no pierdas un instante y los enchironas en la trena. Son cuatreros y asaltantes de bancos que están siendo buscados por el Alcalde de Morelos. No permitas que se escapen. Sólo tienes que meterlos entre rejas hasta que yo haga lo mismo con su cabecilla. No lo dudes un instante, “Rabietas”, y si tienes que tirar a matar, mata…
– ¡Eso está hecho, Mendoza!…

Efectivamente. Una vez que el “sheriff” entro de nuevo en el Milboona aparecieron los cuatro elegantes y atildados jinetes, se bajaron de sus yeguas y fueron hacia la puerta del “saloon” donde, inesperadamente, se vieron sorprendidos por un ayudante de “sheriff” bajito y barrigudo (con enormes mostachos) que no vaciló in instante en apuntarles al corazón con sus dos pistolones ya obsoletos pero todavía matadores de verdad.

– ¡Esto es un atropello! – comenzó a protestar, Barahona.
– ¡Si es un atropello o no… eso ya se verá dentro de una par de horas. Ahora vamos todos a la trena!…
– !Yo no me muevo de aquí! – respondió Correa, que se las daba de bravo..,

¡Bang!. Un solo disparo que le pasó rozando su oreja derecha le hizo entrar en razones. Y los cuatro fueron puestos entre rejas.

Mientras tanto el lindo Don Diego seguía haciendo la propuesta…

– Yo le juro a usted compadrito que… ¿le puedo tutear?.
– No – dijo secamente Mendoza – y además aquí viene La Chica para tomarse su merecido descanso…

Efectivamente Ella se dirigía con una media sonrisa, y entre los vítores y aplausos de todos y todas, al lugar donde estaban los dos hombres.

Morales comenzó a temblar pero se aguantó lo que pudo y empezó a balbucear…

– Yo… esto… yo… quisiera… Linda Flor del Sur… si puede ser… si no le molesta…
– ¿Quiere decirme algo ya? – dijo La Chica mientras Mendoza Colt hacía enormes esfuerzos por no soltar la carcajada.
– Yo quisiera… si puede ser… si no lo considera una osadía…
– ¡Suéltalo ya! –explotó de repente Mendoza
– ¡Está bien! – se galleó el falso mexicano- ¡Chuta!. ¡Ahora mismo se lo digo!. ¡Quisiera tomar una copita conmigo en el Hotel Monkey’s Bar… y después… ya sabe chamaquita – volvió a balbucear- quien a buenas… se hace entender… las palabras…pues sobran… ¿verdad?…

La Chica pidió una copita de anís, la bebió lentamente (ante la desesperante obsesión de Don Diego por poseerla) y se fue de nuevo a su tarea que era cantar y bailar…

– No puede ser… no me ha dicho nada y encima se va sonriendo… a mí eso no me había ocurrido nunca ¡chuta!…
– Esa mujer que usted ve es independiente…
– Demasiado independiente diría yo.

Mientras Don Diego Morales De la Cabra intentaba hacer tiempo para que sus compadres asaltaran tranquilamente el Banco, algo muy grave había sucedido en la oficina del ”sheriff”. Sucedió que “Rabietas” totalmente confiado del éxito de su operación se había dormido a pleno ronquido dejando caer las llaves al suelo. El ladino Barahona, con supremos esfuerzos, había conseguido introducir su brazo por entre las rejas y se apoderó de ellas, luego abrió lentamente y lentamente los cuatro salieron de la oficina y, montando en sus yeguas grises, partieron a todo galope hacia Omaha.

“Rabietas” despertó bruscamente al ruido de los caballos, pero ya era muy tarde para reaccionar y, totalmente fuera de si, sabiendo que le había fallado a Mendoza Colt, se arrrancó la estrella del pecho y la dejó sobre la mesa. Montó en su caballo “Bucéfalo” y se alejó definitivamente, muy cabreado consigo mismo, de Kansas City.

También Mendoza Colt cometió un grave error…

– ¿Es usted de verdad mejicano?

Diego Morales se dio cuenta de que había sido descubierto y no dijo nada. Entonces La Chica estaba cantando una canción tan profundamente bella que Mendoza Colt no pudo resistirse a entretenerse en admirarla mientras la cantaba. Y Diego Morales, astutamente, se deslizó entre la masa de vaqueros, pistoleros, granjeros y mujeres de granjeros, salió a la calle y. montando a su yegua, se perdió igualmente como alma en pena en dirección a Omaha.

Cuando Mendoza Colt se quiso dar cuenta era también demasiado tarde. La Chica, en realidad, le había hipnotizado sin querer…

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