Día 12 de marzo del año 2014 después de Jesucristo. La marcha, hoy, se presenta bajo la amenaza de lluvia; pero esto no es causa justificable para abandonar en el intento. Se prevé una cierta dureza porque vamos a combinar llanura con montañas. Está previsto que quizás nos caiga un aguacero a mitad de camino pero, una vez iniciada la salida, lo mejor es tirar hacia adelante y que sea lo que Dios quiera; así que, siguiendo con mi costumbre de la seguridad, me incluyo en el grupo de los que van en cabeza para no ser cortado y caminamos con un ojo mirando al suelo para no pisar ciertas cosas que hacen los animales y con el otro ojo mirando al cielo para ver si Dios se apiada de nosotros y nosotras y no llueve. El cielo, nublado, parece haber oído nuestras peticiones y comienza a clarearse el dia.
Siempre enlazando entre los de cabeza y los que intentan aguantar el ataque de los de cabeza, sirvo de enganche entre ambos grupos pero una vez conseguido reagrupar a todos los participantes abandono esta labor y me fusiono con el grupo de cabeza. Hemos tomado la salida del Hogar un total de 15 personas (4 mujeres incluídas) pero ya se presiente, desde los primeros compases de la prueba, que habrá algún abandono. La travesía que llevamos es la de “coser y cantar” y algunos cantamos por lo bajo para no asustar a los pajaritos del campo. Vamos cogiendo ritmo. El asunto es no dar tirones que acaben pronto con los menos resistentes y mantener la resistencia con el ritmo adecuado para no quedar descolgados (velocidad sostenida) porque nos vamos a enfrentar con las montañas.
De vez en cuando, el grupo se estira y luego se encoge, se estira y luego se encoge, y con esta manera de hacer las cosas llegamos al inicio de las cuestas arriba por las montañas. Nos damos cuenta de que las 4 mujeres ya han decidido no continuar en la marcha y se han dado media vuelta. Recuento a los que estamos realizando las subidas de “media dificultad” y doy el aviso de que hay 2 hombres que o se han rezagado demasiado o han decidido también abandonar.
Por las montañas subimos y bajamos, en forma de “toboganes”, un total de 9 competidores. Es entonces cuando hay que aplicar la inteligencia más que la fuerza bruta y, como digo muchas veces, aprender a subir bien es más fácil que aprender a bajar bien. En las bajadas cualquier resbalón insignificante puede tener graves consecuencias. Y así, con la prudencia necesaria, aplico la ley del mínimo esfuerzo en las bajadas dejándome llevar por el impuslo efectuado en las subidas pero mirando bien donde pongo los pies. Hasta que, en el punto máximo de la marcha, llegamos al “Árbol del Ahorcado” después de haber pasado por un edificio ya derribado que, como dicen quienes lo conocen, antes fue una Fábrica de Pólvora. Algunos también dicen que luego pasó a ser “fábrica de polvorones” y nos entra a todos la risa.
Observando el “Árbol del Ahorcado” (se cuentan historias tétricas sobre él) es verdad que está la soga con el nudo corredizo y medito sobre el asunto de que un suicidio no es cuestión ni de valentía ni de cobardía sino de desesperación (cuestión que defiendo desde hace muchos años). Así que como he prometido a mis compañeros hacer un pequeño verso sobre este asuento aquí lo expongo: “Si dicen que me he marchado / hacia el abismo final / que nadie piense tan mal. / Ni soy un acobardado / ni tampoco un héroe social, / pues todo hombre ahorcado / no es hombre sino mineral”. Y es que, en realidad, todos los que voluntariamente se quitan la vida no están actuando como seres pensadores sino como un pedazo de roca y de cristal. Fuertes por fuera pero flojos por dentro. Cuando alguien se suicida es porque ha perdido el sentido de su existencia.
Saliendo de la montaña me uno a Pedro en cabeza y vamos hablando de cosas de nuestras infancias: historias infantiles, tebeos, cromos, las anécdotas que nos sucedían cuando íbamos descubriendo el mundo. Al final, ya superada la prueba y de vuelta al Hogar, resulta que hemos cubierto de 12 a 13 kilómetros. Hemos estado cerca de 2 horas (minuto más o minuto menos) caminado por la llanura y por las montañas (con esos “toboganes” que nos han despertado finalmente el apetito) contándonos cosas personales de nuestras vidas. Hoy subimos. Mañana bajamos. Pasado mañana volvemos a subir. Etcétera. Si hemos salido 15 y hemos vuelto 9 es que los supervivientes hemos sido más del 50 % del total que hemos participado en la prueba. Lo cual no está nada mal sabiendo que nos enfrentábamos a las montañas. Después, un café con leche que paga Agustín, nos hace entrar a todos en calor.