Una de las características que más distingue y dignifica a todo ser humano (hombre o mujer) es su condición de ser único e irrepetible; y esto se pone de manifiesto por su absoluta distinción como especie, es decir como hombre o mujer orientado u orientada hacia el mundo para realizarse ante la historia como ser corporal y espiritual, distinto a los demás por su manera específica de ser persona.
La manera de ser, de pensar, su color, su forma, peso, la manera de vestirse, sus creencias, la manera de relacionarse, caminar, hablar, actuar, etc. etc. Todo ello configura a un ser humano como persona antes que como un simple individuo. Basta la actitud de persona que todo ser humano lleva implícita para decir que todo lo que como hombre o mujer hace o dice es propio de esa única persona.
Un hombre o una mujer es hombre o mujer único e irrepetible en sí mismo o misma, diferente a todos los demás. Ahora bien, al decir que es único e irrepetible no debe hacernos pensar que estamos solos refugiados en nuestro egocentrismo pues nos relaciones con el mundo y vivimos en sociedad.
Italo Gastaldi decía: “yo soy yo y no puedo ser habitado por otro, ni representado, ni sustiutido por nadie”. Y siguiendo el pensamiento de José Ortega y Gasset llegamos a la conclusión de que nuestra unicidad es única, inconfundible, que nos parecemos a los demás pero somos diferentes. Pero. volvemos a incidir en que vivimos junto a los demás y que la interioridad de cada uno de nosotros y nosotras es la que nos permite ser conscientes de lo que hacemos, lo que decimos y los que somos en relación con los demás que también poseen su propia unicidad e irrepetibilidad.
La manera de gozar de la libertad (y hablo sólo de los que tenemos la fortuna de poseer cierta libertad porque existen muchos seres humanos que desgraciadamente no gozan de ella por imposiciones externas y ante eso hay que rebelarse) podemos ser responsables de nuestras opciones, pero no sólo para con nosotros puesto que al vivir al lado de los demás tenemos que pensar fundamentalmente en nuestra relación con ellos. Nuestro “yo” debe actuar con una actitud abierta y franca con los “otros” a los que debemos considerar hermanos o congéneres y procurar hacer del mundo un mundo mejor para mí y para todos a la vez.
Porque el hombre y la mujer, siendo únicos, somos seres para el encuentro, para hacernos y enriquecernos culturalmente con los demás. La única forma de realizarnos como personas es cuando nos identificamos con los otros aún sabiendo que somos únicos e irrepetibles. Damos parte de nosotros a los demás y sólo de esa manera ayudamos a nuestra propia persona a crecer y lo que es mejor a ser libres y más humanos.