Estaba amaneciendo. Al abrir los ojos el joven licenciado se encontró unos ojos profundos mirándole bajo la limpia atmósfera. Los cristalinos ojos de la muchacha del teatro volvían a poseer una innarrable luz.
– ¿Cómo estás? -dijo ella.
– Todas las mariposas, en este momento, se han posado en la seda de mis alas. Vuelo con el peso de tu luz y tu sonrisa. Todas las mariposas de tus ojos han venido, con el viento, en busca mía… formando un íntimo haz de luz que me alcanza la fiebre y que me eleva a las alturas, en medio de la esperanza de poder seguir amándote.
– Te quiero… -contestó la muchacha del teatro- Me gustaría que mis ojos se convirtiesen en el ondulado mar donde tu cuerpo desnudo recibiese mis caricias a través de las olas.
– ¿Por qué no un nido nuevo bajo el viento?. En tu nido nuevo del viento viven una paloma dorada, un canto al anochecer y, al alba, una orquídea bajo el verde olivo.
– Si… ¿por qué no?. En mi nido nuevo del viento son precisas las nubes y, en las orillas de los ríos, esperanzas sembradas en la hierba.
– En tu nido nuevo del viento es necesaria la existencia de colinas inéditas, surgidas bajo los vuelos de las alondras, y el suave trenzado de tus ojos.
– En mi nido nuevo del viento… sólo puede existir tu presencia…
Y comenzaron a reír.
El perrillo blanco y negro rondó por la buhardilla. Se acercó al borde del camastro, donde el joven licenciado había dejado caer una de su manos, y la comenzó a lamer. Entonces la muchacha del teatro afirmó.
– Es como una alondra…
A media mañana se habían levantado y, vestidos ya, comenzaban a desayunar café caliente cuando llamaron a la puerta. Salió a abrir la muchacha del teatro. Tres hombres preguntaron.
– ¿Vive aquí el joven licenciado?.
– Sí, pasen un momento.
Se dirigieorn entonces a él.
– Es necesario que hablemos contigo. Venimos enviados por la empresa donde trabajas. Te llevaremos a una lujosa residencia donde descansarás tranquilamente. Allí podrás recibir todas las visitas que desees y tendrás tiempo para respirar aire puro. No te preocupes. Te sentará muy bien. Todos nosotros estaremos a tu lado para ayudarte. Es nuestra profesión. Pronto estarás de vuelta al trabajo.
La muchacha del teatro se enfrentó a ellos.
– Por favor… ¡no se lo lleven!. Junto a mí tiene todo cuanto desea. No necesita ninguna ayuda. Es él quien la ofrece.
– Mire señorita… el mundo es mucho más amplio que esta pequeña buhardilla. Necesitamos que se reintegre al trabajo cuanto antes.
Ante la insistencia de la muchacha del teatro tuvieron que apartarla con cierta dureza.
– ¡No la toquen!. ¡Iré con ustedes pero no la empujen!.
– No te preocupes -le dijo a ella- el agua de tus ojos nunca me faltará.
Se puso la gabardina. Tomó la pipa y la introdujo en el bolsillo interior. Antes de salir le dio a ella un beso cálido en la mejilla izquierda.
Cuando se marchaban los cuatro, el perrillo blanco y negro comenzó a gruñir y se aferró a los bajos del pantalón de uno de los visitantes; uno que lucía un bigotito hitleriano. Y tuvo que ser la muchacha del teatro quien lo separase. Después ella se sentó en la cama una vez que los pasos se perdieron por las escalera.
– ¡Cálmate!. Volverá. Tú y yo le esperaremos en esta nuestra galaxia.
La sirena de la ambulancia se perdió entre las calles.
Mientras tanto la prensa había iniciado una verdadera batalla dialéctica. Los periodistas, en base a la noticia, comenzaban una dura lucha en las imprentas. Temas sobre la fe y la conducta humana se expusieron en diversos artículos. Algunos atacaban a la sociedad por su falta de valores. Otro defendían la libertad de las expresiones nuevas. Todos utilizaban la noticia de la seta para imponer sus dogmáticos principios. Se desarrollaba la lucha de los escritos.
La prometida del joven licenciado, con alguno de estos recortes, se dirigió, al comenzar la tarde, hacia la buhardilla.
Tocó a la puerta. Una voz femenina le indicó que podía pasar. Por primera vez se enfrentaban aquellas dos bellezas diferentes.
– ¿Así que tú eres la seta? -exclamó la prometida del joven licenciado dirigiéndose a la muchacha del teatro -ya sabía yo que algo se escondía bajo tal locura. ¿Sabes quién soy yo?.
– Estás equivocada. Soy una mujer tan de carne y hueso como tú. En realidad, lo que ocurre es que discurro como un río mientras que tú permaneces quieta en el páramo.
– ¿Acaso no crees que soy lo suficientemente hermosa para que un hombre beba también de mí ?.
– Por supuesto que lo eres; lo que ocurre es que hay muchas maneras de entender la vida. Yo creo que tú perteneces a un mundo dominado por axiomas imperfectos; pero él ha descubierto una larga serie de intensidades que no podría compartir contigo, aunque se empeñe en querer que todos penetren en su filosofía.
– ¿Pero es que acaso es lógico compartir la idea de casarse con una seta?.
– A mí, por ejemplo, no me cuesta ningún esfuerzo.
– Pues… si tú no eres la seta no me explico tu falta de celos.
– Yo sólo tengo celos en el teatro. La representación de la vida, cuando es perfecta, no sabe de celos ni de falsos orgullos. A mí me parece bien que una seta pueda alimentar el corazón de los seres humanos. Yo le entiendo a él porque comparto sus ilimitados pensamientos. Estoy segura de que tú sólo vives dentro de sus limitaciones físicas.
– Pues por salirse de ellas mira lo que ha conseguido…
Y le tendió los artículos de prensa. La muchacha del teatro los dejó sobre la mesa sin mirarlos.
– A nosotros no nos interesa ese cúmulo de necedades innecesarias.
– Nunca entendí vuestro mundo. He nacido en el seno de una familia liberal, me han dejado crecer sin represiones y ahora, cuando estaba alcanzando la felicidad, llega vuestro mundo y me frustra.
– No creo que estés frustrada por eso. Tu frustración es muy lógica y también la poseo yo, como la posee él y la poseyó el anciano poeta extranjero. Si has visto alguna vez un caballo al galope habrás comprobado que también se para. Todos nos paramos muchas veces en la vida. Por eso el anciano poeta extranjero nos inculcó la idea de que nos faltan veinte minutos para poder realizarnos. ¡Quién sabe si el joven licenciado ha conseguido alcanzar esos veinte minutos!. Nosotros hemos tenido que quitar el reloj atorado de la vieja taberna porque nos hemos dado cuenta de que es necesario buscar los veinte minutos fuera de sus manecilas.
– ¿Tienes tú acaso ese axioma perfecto que dices faltarme a mí?.
– Me lo indicó él esta noche: “El bicho feliz es el que cuando quiere come soledad y cuando quiere bebe compañía”. ¿Por qué debemos empeñarnos en coartar esa libertad?.
– Porque el amor, cuando es sincero, no puede debatirse entre engaños. Si él está conmigo no es justo que comparta noches contigo.
– El amor se puede entender como un viento que se enreda en la intensidad del camino. Á mí no me engaña cuando está conmigo y si no está conmigo, lógicamente, tampoco me está engañando. Simplemente no está conmigo lo mismo que yo no estoy con él.
– Pero también en la ausencia del otro existe el engaño.
– En el amor, no. El amor no es como la amistad o las finanzas. En éstas una persona le puede tender la mano a otra pactando un sentimiento o un negocio y luego, a sus espaldas, traicionarle. Pero el amor no es nada de eso. Cuando el amor se está viviendo es un “ahora” en esa intensidad donde sólo debe existir lo sincero. Es entonces, sólo entonces, cuando se puede o no se puede engañar en el amor. Ocurre, sin embargo, que somos los suficientmente cobardes como para no reconocerlo así. Por eso las gentes intentan atraparse unos a otros a través de contratos matrimoniales. Pero no es cuestión de atrapar sino de volar en una misma dirección. Tú tienes que reconocer que vuelas de distinta manera a como lo hace él. No se trata de altitudes ni de velocidades, sino de permanecer, unos instantes, en el mismo punto. Luego puede suceder que uno de los dos planee de distinta forma y se pierda ese punto común. Es lo que ha ocurrido entre vosotros.
– Al principio me dieron ganas de abofetearte, pero después de escucharte veo que no hay suficiente motivo. Sin embargo, no estoy dispuesta a que vuestro mundo arruine el mío. Si es necesario arrancar esa seta a la que tanto ama yo me esforzaré en hacerlo.
– Si le quieres no lo hagas. Es lo que le hace ser fecundo. Si arrancas la seta le arrancas a él y si estás dispuesta a arrancarle lo mejor que puedes hacer es olvidarle y buscar otro hombre con axiomas similares a los tuyos, ¿no crees?.
La prometidoa del joven licenciado contempló su lujoso bolso y lo comparó, involuntariamente, con el humilde camastro de la buhardilla. Luego posó sus ojos en el brillo profundo de los ojos de aquella muchacha. Volvían a destellar una innarrable luz. No podía mantener segura su belleza ante aquel brillo y entonces decidió darla un beso en mejilla derecha.
– Lo pensaré… -dijo mientras se marchaba.
Aquella noche el director del teatro, ante la ausencia de la muchacha, había mandado colocar un aviso en la ventanilla de despacho de localidades: “Cerrado por descanso de la Compañía”.
Un rótulo grande, de color rojo, pintado sobre un rectángulo blanco, de madera, lanzaba su reclamo a los transéuntes: “MORIR POR CERRAR LOS OJOS” (Todos los días).