Lo vi caminar distante entre el bullicio de la ciudad. Recorrí su cuerpo, su cara con mis ojos. Era el mismo a pesar de los años. Cuando levanto la mirada observe que sus ojos brillaban igual. Me vio con ternura, como si ya antes hubiese levantado la mirada en espera de verme, sin encontrarme ahí. Habían pasado cinco años, habíamos recorrido miles de kilómetros distintos, pero yo otra vez tenia quince y el otra vez dieciséis. Camino lentamente, temerosa, sin hablar. El pasado no había sido perfecto, pero a pesar del tiempo, que tantas otras cosas curo, seguía sintiendo un toque de electricidad al verlo. La ciudad entera, con todo y sus vendedores, las madres abnegadas, los hombres trabajando, los niños jugando…todo desaparecía. El ruido cesaba de existir y me encapsulaba en un mundo para él y para mí. Tomo mi mano sin decir nada y caminamos así un tiempo, en silencio, un silencio todo menos vacio, acostumbrándonos a la idea de tenernos cerca.
Su mano me transmitía una seguridad y un alivio que ya no recordaba. Sentí ganas de llorar sin saber bien porque. Las emociones se mezclaban, a punto de explotar. En momentos como este, tan simples pero tan emotivos, es dónde culmina la vida. Así anduvimos, entre la gente ignorante de las palabras que fluían sin ser pronunciadas entre nosotros, de las explicaciones y los reclamos que contestábamos sin hablar, de la manera en que nuestras almas se fundían junto con nuestras manos. El sol se ponía y paramos en un café de la plaza, aun en silencio. Pedimos un café cada quien, yo negro y el con crema, como en los viejos tiempo. Nos miramos a los ojos y me sonrió, y las preguntas y el coraje y la frustración que invadían mi alma por su ausencia se disiparon, y él también olvido sus preguntas y sus reclamos, pues el pasado estaba de más. Platicamos de nuestro pasado como si hubiese sido ayer, del presente como si lo conociéramos, pero el futuro no lo comentamos jamás. “El futuro no es un tema para nosotros”, siempre dijiste. Y no porque dudaras de que era para ti, simplemente las circunstancias no nos permitían planear. Así eran tu alma y la mía, espontaneas, libres, pero atadas entre sí. Conectadas como si alguna vez hubiesen sido una, en otro tiempo y otro espacio lejos de aquí. Pagaste y nos fuimos caminando bajo las estrellas. Aunque no lo admitiría jamás, te he extrañado como una loca. Sabes que no soy de las que exponen sus sentimientos, con tu. Aunque tú te los guardas a veces cuando más los necesito. Te detienes y me besas, y en ese beso están todas las palabras que callaste esos cinco años, y admito que nadie más produce estos sentimientos en mi. Me dices que me amas, y yo, que tantas veces antes perdí el momento, te lo digo por fin. Te amo y duele decirlo, es tan grande que lastima, que me aplasta. No te das cuenta ni yo, pero una lágrima cae por mi mejilla. Caminamos hasta el hotel bajo las luces de la ciudad y entre los ruidos de la noche. Estábamos aquí tu y yo, sentados. Me besas de nuevo, esta vez con más fuerza. Puedo sentir tu rabia, tu amor, tu alma. Nos exploramos como si fueran terrenos desconocidos, como si ambos supiéramos que podría ser la última vez. Me pierdo en ti, me fundo, me ahogas, me embriagas. Si pudiera decidiría no despertar jamás. Caemos en un sueño profundo, pesado y tranquilo, como la muerte. Y mis sueños consisten en ti, en aquel futuro con el que nunca nos atrevemos a soñar despiertos, en ese futuro que tal vez no llegara para nosotros jamás. Despierto con el vacio de tu ausencia, y no logro distinguir si alguna vez fuiste mío, si en realidad estuviste aquí…
Un comentario sobre “Siempre me dejas”
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!Es precioso lala!. Lleno de ternura profunda y de interrogantes sobre un fiuturo que quizás no llegue o quizás sobrepase todo lo ente ndible. De verdad que es muy bueno tu texto. me encantó.