No sé qué tienen de misterioso las siete menos cuarto del amanecer. Pero me encanta desperterme a esta hora (quince minutos antes de las ocho) cuando, todavía con las ideas en blanco, caminan los obreros por las calles a sus talleres y fábricasy las chiquillas de las oficinas pasan ligeras para no llegar tarde. Me encanta despertarme y salir a la calle a las siete menos cuarto porque, en esta hora (que no se puede denominar como el final de una noche o el principio de una mañana ya que es las dos cosas a la vez) me gusta pasear por las callles con las manos en los bolsillos (como siempre casi vacíos de dinero pero llenos de papeles con versos escritos el dia o la semana anterior) porque puedo tomarme un café con leche en la cafetería donde conviven, al mismo tiempo, dede el peón de albañíl hasta el policía municipal, pasando por el dueño de una cristalería y un joven ciclista.
Todo un mundo donde escribir poemas apoyado en el mismo borde de la barra. Me encantan las siete menos cuarto de la madrugada porque las chavalas caminan tan deprisa por las calles que es imposible verles los rostros y entonces me encanta imaginarlas bellas y hermosas, mientras tomo mi café con leche acostumbrado a acompañarlo de madalenas o bollos con cabello de ángel. Me encantan las siete menos cuarto de la mañana porque todo el ambiente es mucho más humano. Y el humo de nuestros cigarrillos, a esta hora, realiza piruetas risueñas que me enamoran con su inesperada danza aérea. Sí. Me encanta encender un cigarrillo a las siete menos cuarto mientras alguien lee el MARCA y la dependienta del bar me cuenta las últimas noticias de su tierra…