Sobre un texto de Alberto (Políticas Editoriales)

Amigo Alberto, expones a la luz pública, en tu texto del jueves 19 de este mes, un tema muy serio, complejo y profundo que afecta, de manera directa, a la cultura lectiva, a la formación de la opinión pública, al marketing del consumo literario, a cierta deshumanización a fuerza de morbo y moda… a muchas interpretaciones de suma importancia en el actual mundo global de la cultura.

Efectivamente, al parecer 17 de 18 grandes Editoriales de Gran Bretaña rechazaron un plagio de “Orgullo y Prejuicio” (cuya verdadera autora fue, en el siglo XIX, la célebre Jane Austen) presentada ahora por un tal David Lassman bajo el seudónimo de Alisia Líele. Lo que más llama la atención es que prácticamente todas las Editoriales (sólo la número 18 sospechó de plagio sin descubrirlo del todo) rechazaran el libro por falta de interés.

Entramos así en un primer asunto de tus planteamientos. Si el interés cultural es la cualidad que tiene un producto artístico que se hace importante o valioso para los demás por su contenido, estas 18 Grandes Editoriales británicas dan a entender que o no saben mucho de su oficio (Jane Austen es una de las figuras literarias más leídas y publicadas en el Reino Unido) o Jane Austen ha dejado de ser Jane Austen. El pronóstico de “falta de interés” en este caso es de “pronóstico reservado” por la gravedad del mismo.

Y es que a la hora de saber determinar qué es lo interesante para los lectores de hoy en día hay que tener en cuenta qué clase de libertad efectiva tenemos los lectores para poder decidir por nosotros mismos. Entramos aquí en la espiral que nos lleva a la creación de la opinión pública. Porque yo me pregunto ¿la opinión pública nace libremente del público o se hace en el público dirigida por esos grupos de poder de los que tú hablas, compañero del Vorem?. Quienes viven de la comunicación de masas o la han estudiado a fondo, saben que la opinión pública, en una gran parte de su formación, la crean unos cuantos poderes fácticos no en base al interés cultural sino en base a los intereses creados. Interés e interés creado no es, por supuesto, la misma cosa.

El crítico literario Ignacio Echevarría ha colgado un texto en Internet en forma de carta abierta explicando algo sobre ello como producto de una experiencia vivida en carne propia. Explica cómo las editoriales (en este caso la de El País y Babelia) se mueven por intereses periodísticos, por intereses comerciales del grupo y en contra de la libertad que se le supone a todo crítico. El caso es que él presentó a Babelia una crítica desfavorable sobre El hijo del acordeonista de Bernardo Atxaga. Inmediatamente fue recriminado por los mismos que le pagan y aparecieron, alrededor de él, múltiples columnas críticas totalmente favorables y dirigidas desde arriba (desde el mismo Jesús Ceberio, director de El País). Como Echevarría no traga con los intereses creados de las editoriales que buscan como único objetivo las ventas de un determinado libro también ha sido reacio a vanagloriar El bosque sagrado de T. S. Eliot. Y ha sucedido lo mismo. Hasta que los de Babelia han determinado no contar más con la opinión de Echevarría, que defiende la plena libertad de opinión.

Sabido es también que todos los años en las Ferias del Libro no se encuentran o es muy difícil encontrar ciertos libros que no resultan interesantes para las Editoras y sí que abundan, hasta la exageración, títulos de autores que están encumbrados por dichos intereses creados (por ejemplo, ¡vaya empeño en hacer de Javier Marías y Almudena Grandes verdaderos genios del arte de la escritura!).

Es por eso, y otras cuestiones de mucho fondo ideológico, por lo que (como tú nos avisas en tu texto) el canario tinerfeño Alberto Vázquez Figueroa ha colgado en el Internet su valiosa novela “Por mil millones de dólares” (visión crítica sobre los intereses de las compañías norteamericanas en la guerra de Irak) para que pueda ser leída gratuitamente por quien lo desee.

Como dice el artículo no es que Vázquez Figueroa se haya vuelto loco, le sobre el dinero o quiera arruinar a su editor y a la vez arruinarse él mismo. Es que el escritor canario ha hecho causa legítima con el derecho que toda persona tiene por tener libre acceso a una cultura que le ayude a desarrollar criterio propio y libertad de opinión, que ambas cosas deberían ser bases imperativas para la creación de la Opinión Pública.

El Estado siempre protege no al lector (aunque tanto se pregone el amor por la lectura en las aulas de colegios primarios, institutos de Secundaria y facultades universitarias) sino a los grupos editoriales que se benefician de la Lectura y benefician de paso al Estado y no a los lectores. El alto costo de los libros, las oscuras manipulaciones que existen a la hora de promocionar autores, las absurdas campañas publicitarias del Marketing literario, las ingerencias de otros sectores (como a veces hace por ejemplo la Iglesia para permanecer entre los poderes fácticos del siglo XXI), los amiguismos, los millones de euros que mueve el mercado… nos hacen pensar en ello.

César Madrid ha llegado a decir en un entrevista que “Marketing y Literatura no casan bien, salvo en lo que se refiere a los beneficios de los editores”. El marketing, ese conjunto de operaciones coordinadas para contribuir al desarrollo de las ventas de los productos, llega, en caso de la Literatura, a ser en muchísimas ocasiones una carga pesada y una alienación de la calidad. Lo que prima es el beneficio.

Para eso estamos, explican y justifican los editorialistas, en una sociedad de consumo (consumir para satisfacer cada vez necesidades más artificialmente impuestas por ellos mismos). Y para tal logro se busca y se rebusca en el fango social, en asuntos como el morbo y las modas. ¿Qué se logra con todo ello?. Deshumanizar al arte literario. Hacerlo producto mercantil y nada más. Moda pasajera y liviana que hace que Jane Austen pase a ser una escritora totalmente sin interés tras haber alcanzado la cumbre literaria tan sólo un siglo antes.

Existen inmoralidades como la protagonizada, hace poco, por Antonio Gala que, al llegar la hora de presentar un libro suyo en un local de la Gran Vía madrileña, amenazó con destruir la obra si se permitía la publicación alternativa de un ensayo sobre él
(en el que Manuel Asensio le daba un fuerte “repaso” en algunos aspectos).

Y es que en este mundo de las Grandes Editoriales existen las oligarquías, los grandes señores que dictan autoritariamente (dictadura de la cultura) qué es bueno y qué no es bueno para la creación de la opinión pública, qué deben o no deben leer los lectores que, de manera imparcial, buscan su propia libertad.

Es esa oligarquía editorialista la culpable de la manipulación cultural, la que aprovecha eso conocido de que psicológicamente la gente cree, de manera ingenua, que todo lo que se publicita es siempre lo mejor, y la que ha hecho decir al cubano Santiago Rodríguez Guerrero-Strachen: “Literatura ¿dice usted?. Producto de consumo, mejor, si quiere estar al día”.

Por eso bienvenidas sean la postura crítica y valiente de Alberto Vázquez Figueroa y las culturas alternativas del Internet.

Podríamos seguir hablando de estos temas mucho más tiempo…

Un comentario sobre “Sobre un texto de Alberto (Políticas Editoriales)”

  1. Totalmente de acuerdo con lo que dices Diesel. Nunca he encontrado los mejores libros desde mi punto de vista en ferias del libro. A los críticos no se les paga por su sentido crítico sino por criticar lo que indica quien paga. ¿Y de dónde nace la opinión pública?…de donde nos digan, no tenemos tiempo ni ganas para pensarlo. No conocía la anécdota de Antonio Gala, pero no me extraña ni lo más mínimo, lamentablemente la cultura, el conocimiento, la literatura, como casi todo en nuestra sociedad tiene propietarios, siempre unos pocos, los mismos. Como tú dices, hay tanto que decir…, un abrazo

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