Anoche tuve un sueño atroz e ilícito. Estaba en un gran salón de fiestas, con altas columnas de mármol blanco y profusas decoraciones doradas. Creo que era un baile de máscaras. Bailábamos juntos. Llevabas puesto un vestido blanco de tul volátil y una careta con plumas negras y plateadas. Tu belleza trascendía la comprensión del instinto. Muy cerca de mí tenías tu rostro y yo respiraba tu aliento y su sabor me hacía arder el corazón en un fuego delirante. Girábamos ceñidos. Sostenía tu pequeña mano derecha en mi izquierda, palma contra palma, con nuestros dedos entrelazados; recuerdo que estaba húmeda y tibia. Aquel tacto hermoso absorbía todo mi ser con una intensidad que jamás experimenté antes. De pronto me despertó una garra invisible estrujándome la garganta. La infausta atmósfera real envolvió mi ser sin tregua. Y descubrí que aún tenía la humedad y el calor de tu mano grabados en la mía.
Es fácil ahora llamarlo sueño y rebajarlo a una conexión fortuita de deseos o pensamientos recabados de la memoria. Pero sé de otra conclusión¹. Quizá aquel sentimiento ilícito no se agota en la distancia. Tal vez, a despecho de nosotros, nuestras mentes aún logran ponerse al unísono cuando envuelve la madrugada, y allí, tejiendo al compás de una misma fantasía en el Palacio de las Letras, se encuentran para continuar con su inevitable baile de máscaras.
¹: “Sé de otra conclusión…”, Jorge Luis Borges, Baltasar Gracián.
El sueño es hermoso, para nada lo encuentro ilícito. Al despertar la sensación que sentiste fué grande por lo agradable del sueño. Sucede a menudo que nuestros deseos inconfesables nos visitan en sueños, solo hay que dejarse llevar y gozarlos, lo que si fué atroz, es que te despertaras en el momento más inoportuno.
Que siga el baile de máscaras.
Un saludo y bienvenido a Vorem Montresor.