Table Dance

Fue la expectación que causó el Sábado la misma que todos los fines de semana se apodera de nuestra mente y no la libera hasta haberse disipado el día mismo. Locos de alegría, felices de la vida, nos dio por querer conocer aquél lugar hasta sus más íntimos rincones. Al cobijo de la noche nos dirigimos al centro de la ciudad a bordo de un taxi. El chofer, un sesentón jovial de gran sonrisa nos proporcionó la información necesaria para poder elegir uno de tantos sitios que existen en la urbe; nos dio el nombre de un “despacho contable” que, según él, era de los mejores que podríamos hallar. Así pues, una vez que llegamos al centro, descendimos del transporte y cruzamos una amplia avenida; ya en la acera, fuimos interceptados por uno de los promotores de club, quien nos proporcionó los pases para ingresar y nos condujo hasta su ubicación exacta.

Allí estaba, el letrero no era muy grande pero con letras luminosas, muy vistosas, rezaba: “Club Tabares”. Nos dispusimos a entrar y uno de los cadeneros dijo que no, que nuestro amigo el chaparrito no podía acceder. Regresamos y convencimos al tipo de darle entrad al chaparrito. Así lo hizo y os recibió en la puerta una bella mujer no muy delgada pero de formas bien definidas y agradable presencia, que vestía un traje de dominatrix negro, sombrero y botas del mismo color. Subimos unas escaleras mientras observábamos las musculosas piernas de la mujer y advertíamos el movimiento uniforme y provocativo de su trasero. Llegamos entonces al piso indicado y, en una segunda puerta, nos dio paso un enano al tiempo que la mujer nos abandonaba. Al levantar la vista quedamos fascinados con el espectáculo que presenciaban nuestros ojos: mujeres desnudas por doquier dando la bienvenida a todos los caballeros allí congregados. En el escenario, dos hermosas chicas de bikinis blancos bailaban con los senos expuestos al ritmo de una canción desconocida para mí, mientras retorcían su cuerpo de una manera por demás excitante.
Uno de los mozos nos condujo a una mesa desocupada y tomamos asiento, entre emocionados y perplejos. Nos mostraron la carta de bebidas y ordenamos un Azteca de Oro. El show continuaba, en el escenario seguían bailando, esta vez dos chicas distintas. Al fondo, a nuestro lado izquierdo, se encontraban los camerinos de las stripers a plena vista de todos; las mesas que rodeaban la pista de acción estaban repletas y de tres de las paredes pendían pantallas en las que se transmitían películas tres equis de lo más fuerte. Así pasamos más de media hora; sólo observando. Sorpresivamente, una de las chicas más bellas subió a nuestra mesa y comenzó un erótico baile que dejó a todos nosotros paralizados. Irguiendo su pequeño cuerpo, mostraba una figura casi perfecta, ataviado con un sencillo coordinado de ropa interior. Sus suaves movimientos, tácticos, precisos, candentes, sólo tenían una intención: despertar aquél sentimiento salaz dormido hacía tiempo en nuestro interior. Aquella mujer invitaba a dejarse llevar por la pasión, por el momento, por la lujuria provocada…por un torrente de placer (pécora sin perdón, redimió mi alma). Cuando se despojó de la primera de su par de prendas, yo ya estaba aniquilado. Mis compañeros estaban peor, se olvidaron de lo que es un parpadeo y hasta de respirar. Al terminar ella completamente desnuda, con su sexo a la vista, no podíamos dejar de mirarla y sobre todo, de desearla ¿quién de nosotros no habría querido, en ese mismo instante, abalanzarse sobre ella y poseerla en el acto, aún con la mirada de toda esa gente?

Sentía la boca seca, tomé un vaso de brandy pero estaba vacío, de los labios de ella escurría un líquido ambarino que bien pudo apagar mi sed. Estaba tan sediento, la chica no lo advirtió, paseó una mirada breve y pasó su lengua por los labios secándose el licor que yo tanto necesitaba. Sus ojos negros apenas divisaron los míos, pero eso fue suficiente para estremecerme; sentía el infierno bajo el pantalón y esa terrible sed que no me liberaba. Mis camaradas estaban tensos, un poco pálidos e, igual que yo, sedientos. Ella se alejó semidesnuda con suaves contoneos de su ancha cadera y los senos al aire, entre la multitud de chicas que igualmente hermosas iban y venían por el lugar. De repente, había desaparecido. Sirvieron más copas; bebimos. El fuego fue apaciguado. El show continuó.

Un comentario sobre “Table Dance”

  1. En un show siempre viene y se va el deseo al ritmo de unas caderas desnudas. Buena tu interpretación de la realidad. Lo que más me llama la atención es tu comparación de los ojos negros de la chica con el infierno bajo el pantalón. Exacto.Ocurre. Las sensaciones ocultas siempre tienen un espejo… Gracias por tu relato porque me ha hecho recordar un suceso ocurrido en Munich… pero eso es otro relato…

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