Nació para llegar a una sola noche. Tenía nombre, y había cumplido años y amaba y desamaba, al igual que el resto de los humanos. Su vida figuraba en los documentos oficiales y en los largos listados de quienes esperan dar un paso hacia un futuro más adelante.
Habitaba en ese anonimato que, juto se rompía en sus amigos del barrio, en las llamadas por el móvil. Quizá siempre estuvo dispuesto a esperar para recibir un autógrafo, cromprar cedés de sus cantantes favoritos y sonreir hablando de esas cosas de chicos.
No creció con biografía, ni supo qué hacer con el traje de la primera comunión…Le impusieron horas de llegada, y en ese círculo de seres anónimos, discurrió sin más ni menos.
Pero en la Noche de San Juan, como en un rito propiciatorio a la noche y al fuego…se dispuso al desafío.
La razón no asegura ninguna tranquilidad, cuando la magia de la vida alcanza el punto de ponerse a prueba.
Atravesó la autopista. Se quedó en un punto. Fue el recorrido en sí y el grito ahogado de quienes le contemplaban. Minotauro estaba allí, disfrazado de velocidad y carrocería. Él dejó de ser anónimo y por unas horas, sirvió como ejemplo en muchas conversaciones. De su libertad, nadie habla: de su insensatez…todos se asustan.
Ya no es sino uno más de los seres que viven tantas cosas, que necesitan tantas veces…que, jamás dejará de ocupar una hora y una noche en el anonimato de una autopista.