Tecla Mágica

El profesor de música de la escuela municipal había estado escuchando con atención y cierto deleite. Miró su reloj, suspiró, antes de levantarse se despidió del chico, y éste desde el suelo dijo: Profesor, ¿me explicará como empezó en su carrera?
Y el hombre, en tono distendido, colocándose bien la parte inferior de la chaqueta respondió: “¡Mañana, a esta hora! ¿Le va bien?…

Las promesas y compromisos se mueven en la memoria y en el reino de la responsabilidad para poderse cumplir. Así que al día siguiente, más o menos a media tarde, bajo un árbol con esplendida sombra de primavera, y ardillas alejadas por una inteligente prudencia, profesor y alumno se encontraron en aquel pedazo de mundo, en aquel lugar donde el día anterior ya había pasado con lentitud a través del tiempo vital.

Ambos sentados otra nueva vez, gesticulando en una conversación, en medio del intercambio de pasados, que aunque se fueron perdidos en medio de las hojas de cualquier calendario, la memoria histórica mantenía vigente, no pudiendo soltar, aligerar cargas pasadas.

Así, que el profesor, convertido en historiador de sí mismo, leyendo en su pasado, narraba a su alumno, unos sucesos llenos de una cierta amargura que en su día no se quisieron reconocer…

Yo era hijo único, para bien y para mal. Mi padre y mi madre eran unos fanáticos religiosos, mi madre perdió la originalidad, la mayor parte de su discurso, lo único que decía eran pasajes bíblicos ante cualquier pregunta que le hiciese, sin querer se convirtió en un magnetófono que repetía de memoria. Mi padre llevaba el tema musical de la iglesia a la que pertenecían, yo fui arrastrado a toda esa influencia, a mi nadie me dejó ser neutral y libre, para poder descubrir con el tiempo mi orientación religiosa, fui engullido por ese engranaje, la recompensa era abstracta y muy buena, ellos lo vivían como algo sagrado e intocable, y se rodeaban de gente afín, pues aquella religiosidad estaba a prueba de cualquier cuestionamiento, estaba blindada.
Mis padres no me permitían relacionarme con niños, que ellos denominaban del mundo, la única infancia que valía la pena era la del grupo. Entonces mi familia y yo, realmente crecimos dentro de una burbuja de hierro forjado. Una Fe procedente de convicciones, de interpretaciones que se hacían y sacaban de un libro blindado con el nombre de sagrado o santo. Una Fe que servía para quedar a salvo de un infierno lleno de un potente sistema de culpabilidad. Para mis padres, yo era corrupto y debía salvarme. Nací inocente, pero era corrupto por haber nacido inocente….y debía salvarme.
Mi madre me obligaba a estudiar música, cualquier música estaba prohibida, la única música que valía era una muy concreta, de compositores que habían nacido y vivido con la misma orientación religiosa que mis padres y el grupo.
Para que no hubiera cabos sueltos, tuve profesores que también pertenecían a la misma burbuja.
Estudiaba y tocaba el piano, no podía escapar, hasta que mi mente quedó subyugada, y sin darme cuenta convertí todo eso en algo imprescindible. Crecí creyendo y sintiendo que mi realidad religiosa era la única, que lo era todo… Poco a poco fui viendo con toda crudeza y riesgo, que tan solo vivía en una pequeña parte de la realidad, tan solo era un fragmento más del todo, la música que tuve que estudiar era una pequeña parcela del todo. El paraíso musical y melódico era descomunal.
Había algo más que desconocía, del que fui privado. Empecé a intuir que si entre nosotros nos necesitamos, pasaba lo mismo con las diferentes músicas. Mi padre y mi madre nunca llegaron a ver esto, quedaron encerrados en su pequeño mundo, sin ver más allá, de una alambrada ficticia pero convertida en realidad.
El más allá que ellos veían era el que estaba en sus fronteras.
Y ellos, con fervor, iban retroalimentando la burbuja de siempre. Era un círculo cerrado.

Y yo no tuve más remedio que aprender partituras y más partituras, ahora bien, descubrí allí dentro, autenticas maravillas. Y así fue como me convertí en un resignado profesor de música y de piano, yo no podía imaginar que con un piano se pudiese hacer lo que hizo usted. Fue fantástico.

Entonces el profesor de música, como si fuese un niño, dijo al alumno: ¡Le propongo algo!
Y Claudio con un rostro de curiosidad dijo: ¡Es curioso, también quería proponerle algo, profesor!
Pues dígame Claudio, usted primero
Bien, de acuerdo, la propuesta es la siguiente: Enséñeme a leer partituras y yo podría enseñarle a tocar Blues.

Y el profesor, con gran entusiasmo dijo: ¡Eso era lo que iba a pedirle a usted!…
Fueron pasando los días y sus tardes, y ambos se enseñaban. Un día, decidieron presentarse como dúo, a dos pianos, en el festival de fin de curso. Tocaron varias piezas, y más de una fueron Blues.
El señor Ateneo, al ver el éxito logrado tras aquella iniciativa, abandonó la resignación.

Fin

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