TERQUEDAD

Su enojo quedó atrapado en aquel puño cerrado, con tanto ímpetu y rabia que empezó a subir, impulso a impulso la ira afeó y contrajo su rostro.
La mandibula reprimida hacia prisionera a una dentadura rabiosa, sus dientes apretaban la situación que parecia puro combustible.
De inmediato todo el universo resumido en su puño enojado que estaba arriba, bajó de golpe hasta estrellarse en la mesa del despacho. (…) Por las puertas de su corazón entró un infarto, que con ayuda de unos enfermeros se recostó en una camilla…
Al otro lado de la carroceria una sirena clamaba paso con prisas y prudencia…

Aparece la doctora diciendo a la familia que se recuperará, luego vuelve a entrar y al enfermo, así su amigo también, dijo:

¡ Que cabezota que eres!

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