Aquel sonido estruendoso casi rompe los tímpanos de mis oídos, mas si alcanzó a la imperturbable calma de mi vida en tan solo un segundo o dos que duró.
Únicamente se trataba de vivir el día a día, de hacerlo lo mejor posible, levantarte a una hora y acostarte a otra…todo era rutina, una rutina bien llevada hasta aquel preciso instante.
Pero, aquella mañana, a eso de las seis y media de la madrugada, la tierra pareció quererse comer a cada uno de los que allí habitábamos, arrastrando a su paso años y años de esfuerzo realizado, esperanzas, sueños, proyectos derrumbados por el arrebato
injusto del tiempo…y así fue como todo se desmoronó.
Nuestros rostros después de aquel aterrador terremoto cambiaron por completo, nuestros temores se acrecentaron, y nuestra mejor lección fue la de que nada es para siempre.
Nunca podremos creer en la estabilidad, en la suerte estática, nunca, pero si podremos creer en nosotros mismos, en nuestra capacidad para superar las peores de las circunstancias, mas nunca jamás podremos vencer a los ataques de ira de la naturaleza, de este planeta que tras sus espaldas lleva mucho dolor arrastrado.
Entonces es cuando te planteas la típica pregunta de si la culpa de todo la tuvo el hombre o si hombre y planeta fueron igual de culpables.
Pero cuando tu hogar está repartido en pedazos de cemento y madera por el suelo, tu mente y corazón se quedan tan paralizados que sería imposible poder preguntarse esto.
Rabia, impotencia, dolor, pena…todo en un solo abrir y cerrar de ojos.
Pero el reloj si sigue marcando las horas, él si es imperturbable, y a veces (aunque no me guste saber que él será quien me marque mi propio final al tener que marcharme de este mundo) tengo que darle las gracias por haberme traído hasta el día de hoy en el que amargos recuerdos quedaron por siempre atrás.
En una aparente tarde tranquila, en un parque con montones de niños tirándose por el tobogán o perros contentos por ir con sus amos a pasear, ya no puedo ver la calma igual que la veía antes.
Y pienso en los que se fueron, en los que siguen estando pero no…y me siento culpable de poder seguir aquí bajo la buena estrella de la vida.
A ellos.
A ellos, nasia… a ellos el canto de los pájaros, los niós que se deslizan por el tobogán, los perros contentos jugando con sus amos, las albas tranquilas de las que no pueden gozar hoy. Quienes vivimos en la calma de la buen aestrella sabemos o debemos saber qu7e los terremotos están ahí… a pùnto de hacer saltar millones de tardes calmas… y cuando pensamos en ellos, en los que están pero no están, sentimos la necesidad de preguintarnos esa interrogativa que tú planteas… “son los hombres, es la naturaleza o ambas cosas por igual”. Lo mismo que tú yo opino que la suerte no es tan culpable. Ni la buena suerte ni la mala suerte se buscan. Quizás la explicación esté solo en esa gfrase que citas: “podemos creer en nosotros mismos”. Y lo que es imposible de evitar es que esas preguntas no los las podemos hacer cuando la tragedia nos azota. Sin embargo lo que es inevitable es que todos saldremos de aquí. La verdadera sinrazón de la vida es que haya gente que no tenga suerte… que no busca ni la buena suerte ni la mala suerte… peor que la mala suerte les pilla siempre indefensos. !Un beso vorémico, Nasia!. !Goza de tus tardes serenas y ten siempre el ánimo tan dispuesto como para saber que la vida es una transición hacia cualquier Destino!.
Tus palabras me llegan amigo mío. Hay que ser tan fuertes como débiles podamos ser para seguir siendo nosotros mismos, para poder seguir sintiendo las tardes tranquilas que llevamos dentro.
Una vez más..gracias Diesel.