Estimado Señor General Gordejuela: Gracias por confiar en mí. Antonio hace ya muchos años que murió pero tuve tiempo de despedirme de él a través de mi silencio. Rodolfo supongo que está todavía atado al duro Banco de los remeros de los intereses. Aguilar, quizás volvió a su querida Cantabria. El “Gordito Relleno” se habrá casado y ya no contará chistes tontos. Pero a todos les perdí de vista. De los demás no sé nada. Supongo que seguirán soñando en los caminos de sus vidas, sentados en un cómodo sofá viendo por la televisión cómo hemos derrotado a los de la Arabia Saudí por 3-2 en el Estadio Tívoli Neu de Innsbruck (Austria). Los ganadores nunca dudamos. Y sus secretos familiares, mi estimado General, siempre los he guardado bajo las ocho llaves de mis secretos. Quizás “El Bajito” aprendió a ser arquitecto o al menos esté todavía dibujando planos de no sé qué artilugios de ingeniería militar.
Sólo le escribo para darle las gracias por su especial confianza en mí. Cuando le estreché la mano le estaba dando mi última despedida porque mi Destino, como aprendí en el Servicio Militar Obligatorio, era convertirme solamente en un argonauta al servicio del mítico Jasón. Mi barca ha quedado en la bahía de los recuerdos. Los tres nos licenciamos cantando por las calles ante las miradas sorprendidas de la guapas chavalas madrileñas; pero he perdido la memoria de sus rostros y no sé quiénes son. Supongo que ellos están viviendo en sus propias casas. Las chicas guapas me siguen gustando pero ya estoy casado con mi Princesa de la que tanto aprendí en los libros de la mitología militar. Mis dos princesitas han crecido ya lo suficiente y yo sigo todavía recordándole, mi estimado General.
Tres eran tres los que nos despedimos al unísono de los compañeros zapadores ferroviarios de Cuatro Vientos y, desde entonces, he subido a muchos trenes de la vida. Ahora ya no son iguales. Ahora son “AVES” que vuelan hasta destinos muy lejanos. Yo ya estoy muy lejos de aquella época pasada de los viejos trenes de carbón y pertenezco a los miles de pasajeros anónimos de las “AVES”. Rejuvenecerse o morir es el slogan, mi General. Sólo quiero dedicarle la siguiente frase a su memoria: “Cuando un General confía tanto en un simple soldado es porque ese soldado es, en realidad, un capitán”. Bueno. Quizás me equivoqué en algunas ocasiones pero intenté cumplir con todo lo que usted me ordenó. Regreso satisfecho a Madrid. Sé que hemos ganado muchas veces hasta sin querer ganar; pero los ganadores nunca dudamos.
Señor Gordejuela: los dibujos que dejé en las cafeterías madrileñas siguen siendo parte de mis recuerdos. Los aprendí a dibujar de mi Princesa. Y consegui romper el círculo vicioso de aquellas ataduras fachas y pasé a escribir otro tipo de frases basadas en la libertad. Lo vulgar, como aprendí de usted, no me interesa para nada. A veces el césped no existía, casi nunca existía el césped para mí, y por eso soy de los que jugaban sobre la arena dura, el suelo encharcado y entre el frío helado de las madrugadas invernales que penetraban hasta los huesos. No se preocupe por eso. Aprendí las alegres sensaciones de reconocer a mis compañeros y olvidar a mis enemigos tal como usted me enseñó. Me convertí en el capitán que usted forjó para poder dirigir. Yo sólo jugaba para ganar o perder e intentar que nadie me quitara el balón. Salvo alguna ocasión casi nunca me lo quitaron. Usted me enseñó, estimado General, a hacer de la vida una interminable fuente de consejos para las generaciones posteriores. Así fue cómo conseguimos permanecer hasta dos años consecutivos imbatidos y ganando todos los combates frente al enemigo. Cuando el Plan A no funcionaba yo tenía la obligación de imaginar un Plan B sobre la marcha. Usted me ayudó mucho, mi estimado General.
Una idea. Una inspiración. Un sentimiento. Cualquier cosa valía para idear el Plan B. Sólo le escribo para decirle que está usted en mi memoria. Es por eso por lo que me despedí de mis compañeros de zapadores ferroviarios de Cuatro Vientos antes de convertirme en argonauta de mis Sueños. Quizás usted no pueda comprenderlo todo. Yo tampoco. Pero siempre tuve que idear múltiples detalles hasta conseguir la victoria final. Tres eran tres. De dos de ellos no sé ya nada. El otro soy yo y sigo en pie. Mi único papel en este teatro de la vida es poder dirigir sin temblarme el pulso este agradecimiento para usted. Muchas gracias por haber confiado tanto en mí. Es verdad. Resulta que un General que confía tanto en un simple soldado es porque ese soldado, en realidad, es un capitán.