Un día extraordinario

La pregunta que más me inquieta: ¿por qué puso Dios tanta inquietud en mis ojos después del sueño en que morías?

Por eso creo que la de hoy ha sido una mañana extraordinaria. En una librería particular vendían libros pequeños a precios altos; en una esquina, un pordiosero tocaba su guitarra con la maestría de un consumado concertista; a la entrada de un edificio, una mujer instruía a su esposo acerca de cómo lograr un sazón excelente para los frijoles del almuerzo mientras ella, muy coqueta y acicalada se disponía a salir en un sospechoso paseo; había enemigos que ayer eran amigos y viceversa;

había también comensales de ocasión vestidos de etiqueta que peroraban sobre lo innecesario de visitar fondas y restaurantes; y obreros sentados, con lo brazos cruzados sobre el estómago, en escalinatas de edificios a medio construir o en reparación. Algún bromista había dejado sobre el muro de una casa un bombillo fluorescente ennegrecido, fundido, viejo, con una nota en la que señalaba su precio: cuatro ciento cincuenta pesos.
Esto me hizo sonreír.
Pero me extrañó, más que cualquier otra cosa, la ausencia de tus ojos.

Adriel Gómez Mesa

FIN

1997

Un comentario sobre “Un día extraordinario”

  1. Y es que este mundo sí que es de verdad extraordinario, Adriel. Mucho más que lo ordinario de otros mundos. Este mundo del Vorem es extraordinario. Lo ordinario pertenece a otro mundo distinto. Muy bueno el texto.

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