Un tranvía llamado Deseo.

Eran tiempos en que los estudiantes universitarios y sus compañeras las estudiantes universitarias se apiñaban en el tranvía y gozaban de la vida riendo sin parar mientras acudían a las Facultades. Era un tranvía llamado Deseo y yo, algunas tardes, me acercaba a verlo pasar sabiendo que estaba lejos… lejos… muy lejos de mi. Y yo soñaba con los ojos despiertos en aquel tranvía llamado Deseo mientras alguien, desde la cama de al lado, me decía continuamente que jamás lo conseguiría porque él había nacido vencedor y yo sólo un perdedor nada más en esto de la vida. Alguna que otra lágrima se me escurría por dentro pero yo sólo miraba aquella sombra dormida en la cama de al lado y sonreía porque Jesucristo siempre estaba presente.

Y pasaban los años y con ellos los cursos del Bachillerato. El bravucón de la cama de al lado tiró la toalla y abandonó porque tuvo, en realidad, miedo a montar alguna vez en aquel tranvía para estuidantes universitarios y estudiantes universitarias de poco dinero. Él no. Él había nacido para ser selecto y ligar muchos triunfos seguidos pero yo permanecía en silencio cuando la luz de la Luna se introducía en la habitación y me hacía llegar el canto de las estrellas.

Pasaban los años. Seguía deseando montar en alguna ocasión, aunque sólo fuese por una vez le pedía yo a Jesucristo, aunque sólo fuese por una vez. Y el tiempo pasó. Los demás abandonaron mientras yo me apliqué a intentar pasar a través del PREU de Ciencias aunque yo era del PREU de Letras. Por eso no fue posible. Por eso salí rebotado como un perdedor y me tuve que cobijar en eso de hacerse hombre amarrado al duro Banco de la soledad. Y me hice más hombre de lo que se me pedía perdiendo el tiempo pero aprendiendo vida.

Y entonces decidí que sí… que todavía quedaba una última oportunidad de montar en aquel tranvía llamado Deseo repleto de chavales y chavalas de la Universidad Complutense de Madrid. Entonces tuve que dar un nuevo paso adelante (como había tenido que hacer desde que tenía uso de razón) completamente solo. Y pasé la prueba del fuego (ese fuego llamado COU de Ciencias cuando yo era del COU de Letras). Y entonces, cuando ya estaba yo también dispuesto a tirar la toalla como habían hecho los otros… llegó Jesucristo y me animó. ¡La bola número 1!. ¡Que salga la bola número 1!. Y salió.

Conseguí por un día, solo por un día, ser el número 1 de Madrid pero a mi no me importaba ser el primero o el último en subir en aquel tranvia llamado Deseo. Lo conseguí. Subido en el tranvia que ya estaba dictaminado que iba a desaparecer, hice un solo viaje que me valió por todos los años que había pasado soñando con los ojos abiertos a pesar de las burlas de los otros tres. Después ya todo vino por sí mismo. ¡Había conseguido viajar, por fin, en aquel tranvía llamado Deseo!. Y en la Facultad de Ciencias de la Información, la de mi querido sueño periodístico, pude aprender cosas tan maravillosas como que “Un Tranvía Llamado Deseo” (“A Streetcar named Desire”) es un clásico del teatro americano y la obra maestra del dramaturgo norteamericano Tennessee Williams. Esta obra le sirvió a Williams para alzarse ganador del Premio Pulitzer en la categoría de Drama en 1948. En 1949, sin embargo, nació solamente un niño que tenía mi mismo nombre porque era yo.

2 comentarios sobre “Un tranvía llamado Deseo.”

  1. Y entonces, cuando ya estaba yo también dispuesto a tirar la toalla como habían hecho los otros… llegó Jesucristo y me animó. ¡La bola número 1!. ¡Que salga la bola número 1!. Y salió., en verdad has plasmado muy bien esa odisea que es la vida, cuando miramos un punto lejano, un tranvía, cualquier ilusión y de un modo inexplicable, la persistencia del deseo trabaja en nosotros y en un punto casi mágico confluyen, como el que saliese la bolilla 1, y ese final cuando hablas de tu nacimiento, es en verdad muy atinado, gracias por tu escrito y por T. Williams, saludos.

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