Una vida en la encrucijada se compone de 14 capítulos y se desarrolla durante la posguerra civil española. Es la historia de vida de un niño, que con solo doce años se ve en la necesidad de huir del hogar familiar por los malos tratos sufridos por parte de su padre.
Toda su vida fue errante y sin calor familiar. Cincuenta años después desahuciado por la medicina, se enamora de su enfermera y relata su historia en sus días cercanos al final.
Capítulo I – Nunca es tarde para amar.
Apenas hacía un año desde el fatídico día que él médico me dio la noticia; las piernas se me doblaron y me quedé sin palabras:
– Amigo, sabes que tu vida laboral en las minas te ocasionaron daños irreversibles en tus pulmones, desde que se te diagnostico la silicosis hasta el día de la fecha, tu enfermedad ha progresado mucho. Yo como profesional de la medicina he de decirte la verdad, en este estado no aguantarás mucho tiempo, pero si pones algo de tu parte podrás vivir unos años más. Los tienes llenos de plomo y la medicina hoy por hoy no da para más, pero en la ciencia nunca se tiene la última palabra, y mañana, ¿quién sabe? Cuando tengas dificultades para respirar se te puede ayudar con oxígeno, vas a tener días que te va a doler el pecho, pero te recetaré calmantes que te ayudarán; será mejor para ti el alta, ya que este tratamiento igual lo puedes hacer en tu casa, sin necesidad de que estés hospitalizado
Desmoralizado por esta noticia tan drástica para mí, coincidí con el doctor que en casa estaría mejor que en el hospital. Me dirigí al pequeño piso que en su día compre en las afueras de Barcelona, gracias a la indemnización que la empresa me tuvo que pagar, cuando me detectaron la enfermedad que contraje en las minas, El piso, aunque un poco pequeño, era cómodo y estaba bien amueblado. Disponía de un espacio de 65 metros cuadrados, más que suficiente para una persona sin familia – mi propio caso y casi me venía grande -, además, tenía dos habitaciones amplias y un comedor espacioso, cocina y aseo; toda la fachada daba a una calle y en mis ratos de ocio observaba desde el balcón cómo iban pasando los viandantes como si siempre tuvieran prisa.
A pesar de mi situación y dentro de mi desgracia, supuse que estaría bien atendido por mi nueva vecina: era una buena enfermera y llevaba varios años sin ejercer desde que perdió su trabajo. Por supuesto que no lo haría gratis, pero para mí no era problema: gracias a mi pensión disponía de recursos para pagar sus servicios. Y en efecto, llegamos a un acuerdo con su salario sin problema por mi parte, teniendo en cuenta mi situación, su disponibilidad fue inmediata.
María era quince años menor que yo, separada y sin hijos, su estatura era más bien alta – metro setenta y dos, calculé – y su cuerpo era más bien delgadito, de contornos bien formados, ojos grandes color miel, pelo largo castaño oscuro, cara redondita sonrosada, labios sensuales. Una de las cosas que más gustaba, no faltarle nunca su bonita sonrisa. En una palabra: bien se podía considerar una mujer agraciada.
Aparte de su belleza, su situación de inactividad era una baza que jugaba en mi favor para contratarla. Al no tener responsabilidades familiares disponía de tiempo suficiente para ocuparse de mí.
Transcurrido tres meses que contraté sus servicios mi satisfacción era muy buena. Además de tratarme muy bien como profesional, era cariñosa y amable conmigo, y hasta se ofreció para realizar las tareas del hogar.
A la hora de pernoctar siempre se despedía de mí con una bonita sonrisa al mismo tiempo que decía: “¡hasta mañana y que tengas un dulce sueño José!”.
Entre las dos viviendas la distancia era relativamente corta, y siempre llegaba a mi casa antes de que me despertara. A pesar de todo, una noche ocurrió lo que siempre temí: me puse tan malo que pensé que había llegado mi última hora, sentía dolores en el pecho y no podía respirar ni con ayuda de oxígeno. Intenté llamar por teléfono a mi enfermera, pero no tuve fuerza para hacerlo. Solo, en aquella situación angustiosa, aguanté hasta el día siguiente como pude. Ella, al verme en un estado tan precario, se alarmó mucho y avisó al médico. Éste me recetó unos antibióticos y empecé a sentirme mejor. Lo había pasado tan mal, que estuve por comentarle si se podría quedar por las noches en casa, pero pensé que esto sería pedir demasiado y no me atreví a tanto. Una cosa era ir y venir cada día para cumplir con su trabajo, y otra quedarse a vivir conmigo: la gente iba a pensar mal, así que desistí de ello. María pareció intuir lo que estaba pasando por mi mente cuando, sin más, me miró a los ojos fijamente y me dijo:
– José, por qué no hablamos y tratamos de dar una solución a tu problema No te encuentras bien y de noche no me gusta dejarte solo. He pensado si sería posible quedarme definitivamente en tu casa, tienes espacio y una habitación libre, y para mí no va a suponer problema. Sé que eres muy comedido y que me dirás que no por mi reputación, pero yo nunca tuve perjuicios por lo que otros digan o dejen de decir y, ahora, en este momento lo único que me importa es tu salud.
No me lo podía creer, sus palabras fueron lo mejor que pude oír en mi vida.
Además de cumplir bien su cometido, era una mujer agraciada y tierna, en mi vida solo tuve un amor que por razones del azar disfrute por poco tiempo. Desde entonces no tuve cariño, ni suerte con las mujeres. No porque fuera desagradable o feo ante el sexo opuesto, sino lo contrario. Siempre me consideraron una persona simpática, con sentido del humor y agraciado. Creo que mis rasgos se podrían encuadrar en una persona normal, estatura más bien alta, delgada, pelo rubio y ojos verdes como mi madre. No obstante, a pesar de mi buen físico nunca tuve una pareja estable, mis únicos contactos fueron como hoy en día se dice para hacer el amor. De estos contactos, dos de ellos fueron traumáticos para mí, el primero, se aprovecharon de mi adolescencia para manipularme y conseguir unos objetivos concretos, el segundo, ¡mi único amor! fue fugaz en el tiempo, ya que el destino me lo impidió disfrutar. Pero esto lo dejaré para un capítulo aparte, ya que por su importancia para mí, creo que bien lo merece.
Me vi en la obligación de imponerme que no debería encariñarme más de lo necesario con esta mujer: era una buena profesional y sólo hacía su trabajo. Que me demostrara cariño no quería decir que sintiera algo por mí, únicamente cumplía con su deber.
Solo había transcurrido un año desde que empezó a vivir en mi casa, y me di cuenta de lo mucho que significaba para mí. Mis ojos me delataban, estaba enamorado, y lo más delicado para mí, que ella se había percatado de ello. El día de su cumpleaños le hice un obsequio: me lo agradeció con una cena especial que ella misma había preparado. Cenamos y reímos contando chistes, y lo pasamos muy bien. Como postre, nos dimos un beso en los labios, al mismo tiempo que levantábamos nuestras copas brindando:
– María es mucho lo que tengo que agradecerte, ¡que seas muy feliz! y que cumplas muchos años.
Después de darme las gracias me miró fijamente a los ojos:
– ¡José soy mujer, y las mujeres intuimos muchas cosas en los hombres! Es como si tuviéramos un sexto sentido. Te veo muy cambiado, tus ojos te están delatando, ¿qué te sucede? ¡Dime la verdad!, sé que el cariño que sientes por mí, va más allá del que yo te ofrezco por razones de mi trabajo. ¿No te habrás enamorando de mí?
Era lo que temía, había descubierto los sentimientos que siempre traté de ocultar. Mi corazón se aceleró aumentando mis pulsaciones, y por un momento me quedé sin pronunciar palabra. Con mucha dificultad balbuceé:
– ¡Así es María! Ya ves que nunca te quise decir nada, yo solo lo sufrí. En mi situación no tendría que haberme enamorado, soy un enfermo terminal, y veinte años mayor que tú. Es un amor imposible, pero no lo he podido evitar, perdóname.
– ¡José, en este caso deberíamos perdonarnos mutuamente! Si es que se tiene que perdonar por amar. Está claro que los dos nos hemos enamorado como dos adolescentes y que el amor no tiene edad.
Ante aquellas palabras tan dulces, nuestras miradas se cruzaron y nos besamos ardientes de pasión. Lloramos como dos niños y acabamos en la cama haciendo el amor. Hablamos de formalizar nuestra situación casándonos lo más pronto posible. Siendo conscientes de mi esperanza de vida, viviríamos nuestro amor intensamente. Pero antes de unirnos en matrimonio, había algo en mi vida que mi prometida debía saber. Le pedí que me escuchara y me dispuse a explicarle todo mi pasado. Ella me volvió a besar y su contestación a mi deseo fueron estas palabras:
– ¡Está bien José! Si es eso lo que quieres estoy dispuesta a escucharte, pero antes quiero que sepas que lo pasado, pasado está y que sólo tendré en cuenta lo que ocurra a partir de aquí.
– ¡De acuerdo mi amor! Sabía que me ibas a dar esta oportunidad y no esperaba menos de ti. ¡María, tú has dado sentido a mi vida ofreciéndome el amor que por causa del destino no pude disfrutar! Lo único que lamento es no haberte conocido antes, porque me perdí en mi rumbo sin norte y sin disfrutar de tu amor. Tú ya sabes que mi vida no fue fácil, y antes de casarnos me gustaría que conocieras al hombre que deseas entregar tu corazón. De nuevo te ruego que me escuches y seas consciente del camino que tuve que recorrer hasta llegar a ti. Es verdad que me tocó vivir tiempos muy duros, pero también lo es que no supe valorar lo que la vida me ofrecía. En este momento me viene a la mente la hija que tuve por razones de azar, que nunca conocí y que nunca pude cuidar. Pero lo más triste para mí es no tener constancia de si está viva; prefiero imaginarla feliz y llena de vida junto a su madre. Sé que nunca intenté buscarla, pero de haberlo hecho habría sido un contratiempo para ella; y es lo que me motivó para permanecer siempre en el anonimato. Soy consciente de que en la actualidad nada de esto habría ocurrido, pues por suerte vivimos en un país de libertad y democracia. Pero en aquellos años oscuros de nuestra posguerra, donde reinaba el poder del caciquismo, todo era posible en España.
Precioso, emotivo, cargado de sensibilidad y buenas formas en su escritura.
Me quedo a la espera del próximo capítulo.
Unabrazo
!Hola Alborjense!. !Cunatísio tiempo sin verte por acá!. me entusiasma tu manera de narrar experiencias vivas de una mmoria personal y colectiva que manejas con mucho arte. Yo también espero las continuaciones. Un abrazo y adelante. Escribes con gran detalle y muy bien por cierto. Es formidable tu manera sensible y sentida de narrar
Hola amigo:
Tienes razón, estuve un tiempo fuera de orbita a causa de una larga enfermedad de mi hermana Dolores, para al final morir de un tumor cancerigeno de hígado.
Como habrás podido leer en el encabezamiento del primer capitulo de esta historia de vida, son vivencias muy cercanas a mí, que conozco como la palma de mi mano y que viví algunos fragmentos de mi vida junto al protagonista de esta historia de vida, lo veras en próximos capítulos que figuro como su amigo, por supuesto con nombres ficticios.
Te doy las gracias por tu comentario y en una semana pegare el capitulo dos.
Como podrás observar las descripciones de lugares del capitulo dos se parecen un poco a las que hago al principio de Cicatrices del alma, pero tiene que ser así ya que esta historia de vida acaeció en el mismo lugar y en nuestra posguerra.
Un gran abrazo y como siempre a tu disposición para lo que haga falta, Alborjense