Una vida en la encrucijada, Capitulo V

Mi desventura en casa de Isabel.

Para alivio de estos señores llegó el revisor, y dio un aviso a los jóvenes que guardaran compostura, de lo contrario no tendría miramiento y los invitaría a bajar en la próxima estación. Sus palabras pronto surtieron efecto y dejaron de cantar. Yo permanecí en silencio, pero estaba un poco nervioso, ya que aquel matrimonio no dejaba de mirarme, como sí intuyeran mi problema. No tuve que esperar mucho rato, cuando la señora se dirigió a mí y me dijo:
– ¿Te encuentras mal joven?

Sin darle tiempo a terminar la frase contesté:
– ¡No me pasa nada! ¡Es que estoy un poco nervioso!
– ¿Y hacia dónde te diriges tan joven y solo?
– ¡Ni yo mismo lo sé señora!

Seguimos conversando un rato, les mentí que estaba solo en el mundo, y que mis padres habían muerto en la guerra, que siempre había vivido en la calle sustentándome de la caridad de la buena gente. Mi mentira surgió efecto y creo que la señora hasta se compadeció de mí.

Por un momento me ignoraron, y empezaron hablar los dos bajito, supongo que en su dialogo se referían a mí por sus gestos, porque no dejaban de mirarme. No me equivoqué, la mujer que parecía llevar la voz cantante se dirigió a mí y me dijo:
– Mira chico, hemos tenido la desgracia de perder en la guerra a nuestro único hijo, nos sentimos muy solos, y por lo que tú nos dices no tienes familia ni un sitio donde ir. ¿Qué te parece si vienes a vivir con nosotros? Sólo tendrás que cuidar del jardín y hacer algún recado, a cambio tendrás comida gratis, ropa para vestir, y una cama para dormir. ¡Piénsatelo bien porque únicamente nos queda una hora de viaje!

Quedé sorprendido ante esta propuesta tan positiva para mí, pensé que el buen Dios había puesto en mi camino a esta buena gente. No hace falta decir lo que yo pensaba al respecto, mi situación no era muy halagüeña que digamos, y no debía desaprovechar la oportunidad fortuita que tan generosamente se me brindaba. Vi en ellos mi única salida, y después de darles las gracias acepte sin más preámbulos.

Por otra parte, no comprendía lo que aquella mujer sintió por mí, si lo hacia porque echaba de menos al hijo que perdió, o porque se compadeció de mí. Fuera por el motivo que fuera a mí me hizo un gran favor. Deseche estos pensamientos que no conducían a nada, y deje el destino que decidiera por mí.

No dejamos de hablar; y creí ver en ellos buenas personas; calcule que podrían tener una edad comprendida entre cincuenta y cinco o sesenta años. Por su forma de vestir y de expresarse intuí que podían ser de clase alta, y nada me extrañaba que ejercieran algún alto cargo, y poseer un estatus importante.

Según me manifestaron, el señor se llamaba Pedro y la señora Isabel. Yo les dije que me llamaba José, y a partir de aquí empezó una aventura más para mí.
Todo esto pensaba cuando fui interrumpido por la voz de aquella mujer que me dijo:” ¡José preocúpate de todo el equipaje, que nos bajamos en la próxima parada”!
Estas fueron las primeras ordenes que recibí de la que ya era mi patrona, y me las dio con tal autoridad que corroboré mi intuición: en su casa era la que mandaba, y no el esposo como en la mayoría de los casos de aquella época. Obedecí y empezamos apearnos, ya que el tren se había detenido.

Apenas habíamos puesto los pies en el suelo, cuando nos ofrecían un servicio de taxis. Aquellos taxistas se disputaban hacer el servicio a los viajeros recién llegados a aquella ciudad (Almería). Pero muy pocas personas podían permitirse este lujo en aquel tiempo de nuestra posguerra. Sin embargo, mi patrona tenía contratado su propio taxista; y la estaba esperando; le hizo un saludo casi de reverencia, y abriendo primero las puertas nos invito a subir al taxi, mientras el conductor colocaba el equipaje en el maletero.
Llevábamos quince minutos de recorrido, cuando el taxista paró el coche en la misma puerta de la casa.

Después de descargar los equipajes, Isabel le pago el viaje y este se despidió. Recién habíamos entrado a la casa, la señora Isabel se dirigió a mí: “José, vente conmigo que te conduciré a tu habitación, y al mismo tiempo te enseño la casa y el jardín”.

Seguí a la señora y empezó por el comedor: era de grandes dimensiones para lo que yo conocía; pude observar unos muebles un poco antiguos, pero bien conservados. En las paredes había colgados varios cuadros, en los que se podían apreciar barcos de la armada en posición de combate. También los había de hermosos paisajes, y de animales exóticos, todos pintados por grandes pintores de nuestra historia. Después nos dirigimos hacia las habitaciones: éstas estaban alineadas y muy bien amuebladas. Habíamos visitado siete, y me di cuenta que se pasaba una por alto; iba a decirle algo, pero para mi sorpresa no me dejo terminar la frase: “¡José a esta habitación ni se te ocurra de entrar!, ¿Me oyes? ¡Ni se te ocurra! Eres libre de andar por toda la casa, pero nunca se te ocurra abrir esta puerta.

Sorprendido por el cambio en su actitud, hice un ademán de inclinación de cabeza, y conteste: ¡Lo que usted mande señora, para mí como si no existiera!

Pasado este pequeño incidente, me condujo al jardín que también pecaba de grande. Éste rodeaba toda la casa, y abundaban árboles de jardín, plantas, y toda clase de flores, pero las que mas prevalecían eran rosales por todas partes. Jamás había visto un jardín tan bien cuidado y tan hermoso, y creí encontrarme en el mismo paraíso; por un momento permanecí ensimismado oliendo aquella fragancia a rosas, cuando, rompiendo el silencio, se dirigió a mí y me dijo:
– ¡Y bien joven!, ¿qué té ha gustado más de la casa? – ¡Me ha gustado todo mucho señora!, pero nada comparable al jardín y ese aroma a rosas, ¡es como si uno se encontrara en el paraíso! – ¡Me alegro de que todo sea de tu agrado, lo importante es que te sientas bien trabajando para nosotros, si así es, mañana a primera hora mi esposo te pondrá al corriente del cuidado de las plantas, pero te advierto de que seré muy exigente contigo, en lo que respecta a tu trabajo. Tienes que saber que adoro las flores y
que me gustan que estén bien cuidadas. Sí cumples con tu cometido tendrás trabajo para rato.

Cenamos y me fui a pernoctar muy temprano, ya que me encontraba enormemente cansado. La habitación que me asignaron era más bien un poco grande, pero estaba con gusto decorada; el color de la cama era de un negro metalizado, y mediría sobre unos noventa centímetros. El colchón era de lana de oveja, y las sabanas blancas de puro algodón; le cubría una linda cubierta, y sus bordados fueron hechos a mano. En ambos lados de la cama había dos mesitas de noche, con sus respectivos cajones para guardar los objetos personales. Al fondo de la pared, un armario para guardar la ropa, y justo encima de la cabecera había un enorme crucifijo. Las paredes estaban decoradas con cuadros de imágenes religiosas.
Nunca tuve una habitación solo para mí, y menos tan hermosa como esta. Me encontraba tan feliz, que
antes de cinco minutos estaba en el mejor de los sueños.
Al día siguiente sentí en la puerta unos golpes estrepitosos, y la voz del señor de la casa que gritaba: “¡Venga perezoso, levántate que tenemos mucho por hacer!”
Sus gritos me despertaron un poco desorientado, ya que hasta que no reaccioné no sabía ni donde me encontraba. Con una voz autoritaria me ordeno que
me aseara, mientras él preparaba el almuerzo. Almorzamos los dos solos ya que, según él, la señora se levantaba una hora mas tarde. Empezamos almorzar y justo en el primer bocado me dijo: “José, por hoy pasa, pero en lo sucesivo acostúmbrate a que no te llame nadie, a las nueve ya tienes que estar en el trabajo, por lo tanto, tendrás que levantarte a las ocho, para que te dé tiempo de asearte y almorzar. Éstas son las órdenes para ti de parte de mi esposa; ella va a tener muy poco que ver contigo, y seré yo el responsable de enseñarte, y de hacer cumplir sus órdenes. De momento sígueme que empezamos a trabajar.

Mi primer día de trabajo fue más bien de teoría que de práctica. Escuche con atención las explicaciones que me dio mi patrón, ya que al día siguiente me tendría que valer por mí mismo, pero siempre me quedaba la opción de preguntar si algo no había entendido bien.
La verdad que no me costo mucho aprender todo lo que conlleva ser un buen jardinero. Apenas hacia un mes cuando ya me había ganado el aprecio de mis patrones. Trabajar las tierras de labor junto con mi padre, me ayudaron en gran medida para aprender la jardinería.

A pesar de gustarme mi nueva ocupación, no me encontraba satisfecho con aquella familia. Veía cosas muy raras en Isabel que no entendía. Sabía que se encerraba en aquella habitación que a mí me prohibió la entrada, y que permanecía en ella muchas horas al cabo del día. Al final fue su esposo el que me confeso que estaba enferma, porque nunca logro superar que le mataran a su hijo en la guerra. Me advirtió de que si veía en ella cosas raras, que yo no comprendía, que fuera comprensivo. También me hizo saber que había sido un alto cargo de la armada,
combatiendo a las órdenes de Franco, que todos los españoles de bien le debíamos absoluta fidelidad, ya que él representa a los españoles como un padre a la familia, y que bajo ningún concepto se le podría ofender, porque ultrajarían la nación. Prosiguió su monólogo dando gracias a nuestro caudillo y a los que combatieron a su lado, porque ello supuso ganar la guerra librándonos de la opresión del yugo comunista.
Según sus palabras, todos gozábamos de privilegios y un bienestar, como nunca tuvimos en España.
Esta conversación era habitual en él, ya que siempre hablaba del mismo tema.

Para mi forma de pensar, era todo lo contrario de lo que opinaba mi jefe, pero cualquiera le contradecía en aquel tiempo de opresión y falta de libertad. Yo lo escuchaba en silencio y le dejaba hablar, aunque no estaba de acuerdo con ello. Él hizo la guerra al lado de Franco, y los privilegios fueron para los ganadores. Los perdedores, como en la mayoría de las guerras, fueron perseguidos y muchos murieron en represalia, otros tuvieron que exiliarse, y los que quedamos fuimos sometidos al caciquismo del régimen.

Los días se sucedían con muy pocas novedades para mí, pero el comportamiento de Isabel me intrigaba cada día más, sobre todo aquella habitación en la que se encerraba, y en la que no permitía entrar ni a su propio esposo.

Una mañana la oí llorar, y hablar con alguien en aquella habitación. He de confesar que, por primera vez, sentí mucho miedo, y pensé para mí mismo: ¡si no dejaba que entrara ninguna persona!, ¿con quién diablo hablaba?”.

Empezaba a sentirme mal en aquella casa, no pararía hasta descubrir el secretismo que tan celosamente guardaba Isabel sobre aquella habitación, y aunque tuviera que romper mi promesa que en su día hice, en la primera ocasión que se me presentara pensaba abrir aquella maldita puerta, aunque sabia que me iba acostar muy caro, pues conociéndola como la conocía, sabia que no me lo iba a perdonar, pero aun así, asumiría las consecuencias que me pudiera acarrear mi curiosidad.

Había observado que Isabel solía guardar la llave de aquella habitación, que tanto me intrigaba, en una de las mesitas de su dormitorio; así que aprovecharía la primera oportunidad de quedarme solo en aquella casa, para satisfacer mi curiosidad. Y no tuve mucho que esperar para esta ocasión. Un domingo de los que salían para oír misa, entré en su dormitorio, y
me dirigí directamente a tomar prestada la llave. Abrí el cajón de la mesita y justo allí estaba lo que buscaba. Las piernas se me doblaban y mi corazón
palpitaba tan fuerte que yo mismo podía escuchar los latidos y el bombear de la sangre por mis venas. Por un momento dude si seguir adelante o renunciar a lo que pensaba hacer, pero pudo mas mi curiosidad que mi duda, así que en un estado nervioso y lo mas deprisa posible, introduje la llave en la cerradura. Le di dos vueltas, y la puerta se abrió, estremeciéndome por completo al contemplar la estancia. Por un momento parpadee varias veces, pensando que estaba sufriendo una alucinación, ¡pero no!: era real.

Nunca vi algo semejante, me lo tenía que creer porque lo estaba viendo con mis propios ojos. Sobre una cama yacía el cuerpo de un hombre ya cadáver, con uniforme de la marina, y galones de alta graduación. En la chaqueta prendían varias condecoraciones, su cara parecía de cera y brillaba como una muñeca de porcelana. En ambos lados de la cabecera de la cama descansaban dos candelabros de pie sobre el suelo, que iluminaban aquella habitación, pero especialmente orientados hacia una imagen de la Virgen del Carmen, patrona de la marina.

Mi visualización fue muy rápida, ya que el miedo que sentí me hizo salir de aquel velatorio corriendo, sentí la boca seca y bebí un vaso de agua sentado en un sofá, tenia que pensar y tranquilizarme, si no quería que los nervios me causaran una mala jugada. Respire hondo y más tranquilizado reflexione, que podría hacer para salir de aquel embrollo, que por voluntad propia me había metido.

Pensé en su hijo que hacia años que había muerto, y hasta donde podía llegar el amor de aquella madre para mantenerlo a su lado, recurriendo a embalsamar su cadáver; aquella mujer debía estar desequilibrada para llegar aquel extremo, pero vi algo que me hizo dudar y no acabó de convencerme: ¡si realmente se trataba de un cadáver, la perfección de su cara era insuperable! Saque fuerza de flaqueza y volví a entrar de nuevo un poco más tranquilizado. Palpe la cara y el cuerpo y, para mi alivio, deje de tener miedo: lo que en un principio creí que se trataba de un cadáver, era un simple maniquí con una cara de esmerado diseño, y no por un cualquiera, si no por alguien que dominaba el arte. Sin embargo, aun tratándose de un simple maniquí, aquella mujer estaba enferma y necesitaba tratamiento psiquiátrico.

Ya sin temor por lo acontecido durante mi pequeña aventura, deje la llave en su lugar y reflexione sobre mi nueva situación. Pero tomara la decisión que tomara, tendría que ser en aquel momento, ya que ellos volverían en una hora aproximadamente. Aparte de las rarezas y la locura de Isabel, tengo que reconocer que me encontraba bien en aquella casa, me gustaba mi trabajo y por lo menos no pasaba hambre. En cuanto a lo que había descubierto nadie tenía por qué enterarse, pero yo no podía fingir lo que había visto, haciendo ver ante ella que no sabía nada. Me sentí culpable pues pague su confianza con mi traición, para bien o para mal, mi decisión fue huir de aquella casa en aquel mismo momento.

2 comentarios sobre “Una vida en la encrucijada, Capitulo V”

  1. A este pobre muchacho del relato el ha tocado pasar de todo y mal, espero que en algún recodo de su camino encuentre algo de felicidad.
    Felicidades Alborjense, escribes muy bien y como ya sabes me tienes enganchada.

    Un abrazo

  2. Gracias amiga por seguirme y por tu comentario:
    Has acertado amiga, a nuestro amigo José le quedan todavía muchas aventuras tristes que contar, y aunque su vida fue errante desde los doce años, además de tristeza tubo tiempo para el amor y por supuesto el humor.
    Gracia de nuevo y un abrazo, CONEC

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