Una vida en la encrucijada, Capitulo- VIII

Fui utilizado como conejillo de indias.

Desorientado ante su proposición me dejé llevar y mi sorpresa no tuvo límite cuando vi aquella mesa preparada con la finura y el buen gusto que tanto le caracterizaba. Esta vez no me pude contener y ante el cuadro que se me presentaba exclamé:
– ¡Se puede saber a qué se debe tanto honor señora!
– Desde que te vi por primera vez me enamoré de ti José, y esperé esta oportunidad para hacerte sentir en tu piel la pasión que siento por ti.

La verdad es que me encontraba confundido, no sabía qué hacer ni hasta dónde quería llegar, y a pesar del agasajo que me ofrecía me sentí incómodo. No podía aceptar esta traición a mi patrón y me pareció un juego sucio por parte de los dos. Pero a pesar de todo, no podía hacerle un desplante a mi patrona, me dejaría llevar por los acontecimientos y pondría en manos del destino la última palabra. Como si adivinara lo que pensaba y tratando de desviar mis pensamientos, rompió el silencio diciéndome:
– Venga José, vamos a la mesa que la sopa se va a enfriar. La noche es nuestra. ¡Beberemos este vino reservado para ocasiones muy especiales!
– Gracias señora, empecemos.

Nos pusimos a cenar y antes de terminar con tal festejo ya habíamos consumido una botella de vino. La verdad era que lo estábamos pasando de maravilla, Rosa no paraba de contar chistes verdes y nos reíamos a carcajadas. El vino empezaba a surtir efecto – sobre todo en ella –, ya que mirándome a los ojos me insinuó:
– ¡No te dijo ninguna mujer lo guapo que eres!

Ante sus palabras y un poco ruborizado contesté:
– Nunca me dijeron nada.
– Pues yo te lo aseguro ahora.
– Vera señora, es que soy muy joven.
– Ya eres un hombrecito. Además, hay un refrán que dice, que el que no es de quince no es de veinte, y tú vas a cumplir pronto los diecisiete.
– Eso si es verdad señora.
– No me llames más señora, tutéame y dirígete a mí por mi nombre.
– Así lo haré Rosa.
– ¿No te has acostado nunca con una mujer?
– Pero Rosa ya te he dicho que soy joven, además, que me da mucha vergüenza.
– ¿Alguna vez tendrá que ser no? Y esta noche será tu primera vez, tu sólo tienes que dejarte llevar que yo tomaré la iniciativa
– Por favor, Ros… – no me dio tiempo ni de terminar mi última frase. Selló mis labios con los suyos y tirando de mi brazo me llevó a su cama.

No sé si fue por efecto del vino o por el predominio que ejercía aquella mujer ante mí, pero el caso fue que no supe salir de aquella situación que, aunque placentera, me iba a traer muchos quebraderos de cabeza. Me sentí culpable ante mi patrón, y pensé que pagaba con una traición la confianza que había depositado en mí, pero el mal ya estaba hecho y no había vuelta atrás.

Al despertar el día siguiente me sentí como si hubiera cometido un delito, y las primeras palabras que pronuncié a mi patrona fueron éstas:
– Rosa, ¡qué es lo que hemos hecho! Hemos traicionado a tu esposo y los dos somos culpables de lo que ha pasado.

De nuevo selló mis labios con los suyos y me impidió seguir con la conversación.
– Tranquilo José, no tiene por qué enterarse. Será nuestro secreto. ¿Sabes que él también tiene sus rollitos? ¿Qué crees tú que hace en sus viajes de negocios? De ahora en adelante, cada vez que nos quedemos solos haremos el amor todas las veces que nos apetezca. Has tenido tu primera experiencia y sé que ya no podrás prescindir del sexo. Nosotros nos gustamos y vamos a seguir haciéndolo.

A partir de mi primera aventura amorosa con Rosa mi vida cambió en aquella casa, los días se sucedían en un estado agudo de tensión y no era capaz de mirar a mi patrón a los ojos. Seguí acosado y dominado por aquella mujer y no fui honesto para poner fin aquella situación, aunque sólo hubiera sido por respeto a Diego. Hasta llegué a asimilarlo como si fuera algo normal, ya que Rosa trataba de quitarle importancia a nuestras prácticas sexuales, e insistía en que éramos los dos cómplices, porque nos gustaba y lo deseábamos. Aunque parte de razón la tenia, ya que me sentía enormemente atraído por aquella bella mujer, fue una experiencia nueva para mí y llegamos a probar todo lo inimaginable: ella fue mi maestra y yo su amante inexperto en relaciones sexuales. Cuando hacíamos el acto, siempre insistía en que me relajara y me dejara guiar por ella y por su iniciativa. Rosa era una mujer que nunca se veía satisfecha y lo pedía constantemente, aprovechando los viajes que hacía su esposo en aquellos supuestos negocios. Mi timidez no me permitía echarme encima de ella sin permiso aun deseándola a muerte. Una vez terminada nuestra relación intima, siempre me obsequiaba con una cantidad importante de dinero para la época que describo; si en algún caso lo rechazaba, no dejaba de insistir haciéndome ver que le sobraba el dinero.

En una de aquellas ausencias de mi patrón, Rosa me insinuó que me deseaba y que me quería llevar a la cama, dónde además me aguardaba una gran sorpresa. Antes de que le preguntara sobre ello me mandó callar, prometiéndome que me la daría cuando hiciéramos el amor. Aquella noche, mientras hacíamos sexo reía y se sentía muy feliz sin prestar atención a nuestro acto amoroso, se reía tanto de mí que llegué a enfadarme. Ante mi actitud se quedó seria, me miró fijamente a los ojos y me dijo:
– ¿Sabes que me has embarazado buen mozo?
– Pero Rosa ¡qué estás diciendo…! – Dije tartamudeando.
– Lo que oyes, estoy de dos meses.
Poco me faltó para que me diera un ataque:
– ¿Y estás tan tranquila?
– ¿Y por qué no lo voy a estar? Soy la más feliz de los mortales, voy a ser mamá y tendré un hijo. ¿Acaso es malo ser madre?
– Dios todo poderoso… el patrón…
– Tranquilízate José porque no va a pasar nada, tu patrón lo sabe todo.
– ¿Qué sabe qué…?
– Mira José, te voy a ser sincera. Deseábamos tener un hijo y de mutuo acuerdo te hemos utilizado. ¿O acaso creías que te quería a ti y no amaba a mi esposo? Este juego terminó… Nos has hecho un servicio y se te ha pagado bien. Y a partir de ahora: ¡señora Rosa y señor Diego! Y el niño para todos los efectos será de su madre y de mi esposo, entiendes… No obstante, y si lo deseas puedes seguir trabajando para nosotros. Pero tienes que borrar de tu mente esta aventura de amor y pensar que nunca ocurrió. Mañana cuando despiertes verás que todo fue un sueño, y que no se te ocurra hablar al respecto. De lo contrario te vamos a encerrar en la cárcel para toda tu vida por perjurio. Hicimos gestiones por nuestra cuenta y sabemos que estuviste en la cárcel por ser un ladrón. No deberías olvidar que tenemos poder y los suficientes medios para que te encierren otra vez. Ahora retírate a tu habitación a dormir, que mañana viene el patrón y el trabajo va a ser duro para ti.

Sin mediar palabra obedecí a aquella mujer y me fui a mi habitación, pero no conseguí dormir, Sabía que esta perversa mujer disfrutaría si me veía llorar y no le di ese placer. Me dolía la cabeza y creí que me iba a estallar. Se aprovecharon de mí sin tener en cuenta mi juventud y mi poca experiencia en la vida. Nunca pude imaginar que estuvieran de acuerdo y se sirvieran de mí para tener a su hijo sin tener en cuenta mis sentimientos. Fue como si me hubieran robado un trozo de mi propio ser y, lo más grave, sin derecho alguno en reclamar mi paternidad. Debería huir de aquella familia lo antes posible ya que no podría ni mirarles a la cara. Pero algo en mi interior me impedía hacerlo, como si alguna fuerza invisible tirara de mí hacia dos lados opuestos y me partiera en dos. Después de mucho pensar me quedé medio dormido y soñé que me encontraba en un laberinto perdido e incapaz de encontrar la salida.

Hice caso a los consejos de Rosa e imaginé que todo fue un sueño, y que nada de lo acontecido fue real. Aquella fuerza invisible que tiraba de mí hacia lados opuestos seguía allí mismo, ganando la partida la que me quería dejar en aquella casa. Empezaría mi jornada junto a mi patrón como si realmente no hubiera ocurrido nada. Él hacia tiempo que era consciente de lo que pasó y no lo sacaría a la luz. Su objetivo ya estaba cumplido y se encontraba feliz porque iba a ser padre.

No me equivoqué, todo salió tal y como pensé y aun tuvo la desfachatez de saludarme cínicamente con una sonrisa, como si no hubiera pasado nada. Pero su hipocresía fue a más y quiso hacerme más daño. Una noche, mientras cenábamos, puso su mano en el vientre de su esposa y sonriendo dijo:
– ¡José tenemos que darte una buena noticia, vamos a tener un bebe! Hemos pensado en ti y nos gustaría que tú fueras el padrino. Se me retorcieron las tripas al oír aquellas palabras, me di cuenta que lo único que pretendían era reírse de mí y herir aún más mis sentimientos. Me encontraba en un callejón sin salida, y de momento lo mejor para mí sería seguirles su juego sucio y esperar. Hice de tripas corazón y no me quedó otra alternativa que aceptar su invitación y, forzando una sonrisa, les di la enhorabuena.

Su embarazo seguía adelante y en sus caras se podía ver la felicidad, mientras que para mí sólo era tristeza, pues aparte del daño psicológico que me estaban ocasionando, empezaron a humillarme y me trataban como lo que era: “Un simple criado”. Sabia que tarde o temprano tendría que huir de aquel lugar, porque ya no les iba hacer falta y tenían de mí lo que desde en principio tramaron, harían todo lo posible para que yo me despidiera, sin necesidad de hacerlo ellos. Pero por mucho que me humillaran nadie me movería de aquel lugar sin conocer a mi hijo.

Si esto me hubiera ocurrido en la actualidad con la democracia que disfrutamos, les habría ganado la partida, primero por abuso a un menor, y segundo porque se disponen de medios suficientes científicos para demostrar genéticamente quién es el verdadero padre. Pero en el tiempo de nuestra posguerra donde reinaba el poder de la dictadura y del caciquismo, lo tenía todo perdido, y como bien me advirtió Rosa, “Incluso podría ir a la cárcel”.

Como todos sabemos, el nacimiento de un hijo para unos padres es el acontecimiento más hermoso y más grande que les puede suceder en sus vidas. Sin embargo, para mí sería todo lo contrario: el más triste de mi vida, ya que no me lo dejarían ver al tener prohibida mi entrada en la casa familiar – el lugar de residencia de los que había que llamar señoritos –, pues los criados o trabajadores éramos otra historia. A nosotros nos situaban en una especie de nave, generalmente cercana al establo donde encerraban a los animales; como se puede ver, mi caso fue de favor para conseguir sus objetivos, una vez que los consiguieron tuve que abandonar la casa y ocupar el lugar que, según los señores, me correspondía.

Llegó el día que nació mi hijo, y según comentarios de mi patrón supe que había sido una niña, que era muy guapa, con los mismos ojos que su madre, y que pensaban ponerle de nombre María. De Rosa no sabía nada desde el fatídico día que tuve que abandonar la casa, pero supuse que puso todos los medios para evitar todo contacto conmigo y con ello impedirme que viera a la niña. Consciente de su cruel actitud, ya sólo me quedaba esperar que fueran de palabra y que cumplieran lo que en su día me prometieron, ofreciéndome ser el padrino, pero esto no lo tenía tan claro y dudaba que me lo ofrecieran.

Al final aconteció el ansiado día del bautizo. Mi patrón comunicó a los trabajadores que lo iban a celebrar a bombo y platillo, como se solía decir; que asistirían muchos invitados de alta sociedad, y que aquel día tan señalado nos darían a todos los trabajadores fiesta pagada por el gran acontecimiento. Después de misa tendríamos una suculenta comida en la nave que los trabajadores teníamos asignada.
No hace falta decir que no podríamos comer junto a los poderosos, sería una bajeza para el caciquismo y, como desde un principio sospeché, no permitirían que un cualquiera apadrinara a su supuesta hija, pero no me iba a quedar de brazos cruzados, le recordaría su poca formalidad y su promesa incumplida. En una ocasión que quedamos los dos solos le dije:
– Señor Diego, acuérdese que tengo que ser el padrino.
– ¡Pero bueno! ¿Hasta dónde quieres llegar? ¿No viste que era una broma? ¿Crees que elegiría un simple criado que apareció de la nada para apadrinar a mi hija?
– ¡Señor, usted me lo prometió!
– ¿Y tú te lo llegaste a creer? Valiente ignorante. No te quise despedir en aquel momento, pero debería hacerlo ahora: ¡Y no te entrometas más en mi familia! De lo contrario, como te dijo mi esposa, vas a terminar en la cárcel. Y ahora sal de mi despacho y vete a tu puesto de trabajo.

Sin mediar más palabras me dirigí a mi puesto de trabajo. Sólo deseaba ganar tiempo y dejé las cosas como estaban, no provocaría la ira de mi patrón para que llevara a cabo mi despido y perder la única oportunidad de ver a mi hija en el bautizo. Esperaría pacientemente ese día que tanto significaba para mí, después seguiría huyendo como era habitual en mi vida errante, pero en este caso dejando atrás una parte de mi vida.
Por fin pude ver a mi hija, pero eso sí… a treinta metros de distancia, ya que a los trabajadores nos situaron en las ultimas filas de sillas de la pequeña Iglesia del pueblo. Las primeras, para no perder la costumbre y como era lo normal en aquella época, estaban reservadas para la clase alta, ya que la clase media no existía: o se era muy rico, o muy pobre, tanto como para pasar mucha hambre. Por lo tanto, la diferencia entre burgueses y trabajadores era muy grande.

Los padrinos fueron gente de su misma familia: un hermano de Diego y una hermana de Rosa. Como imaginé desde un principio incumplieron la promesa que en su día me hicieron. Ni siquiera me dieron la oportunidad de ver de cerca a mi hija. Aquel día fue uno de los más tristes de mi vida, mis lágrimas afloraron y tuve que disimular ante mis compañeros de trabajo.

Una vez que terminó el bautizo, los trabajadores nos dirigimos al departamento de residencia donde nos tenían preparada una suculenta comida. Tengo que decir que mientras mis compañeros se lo pasaron en grande, e incluso se emborracharon, para mí fue lo contrario, pues no probé bocado y me disculpé ante mis compañeros diciendo que estaba enfermo, ya que estos se percataron de mi tristeza. Después de comer hizo acto de presencia el patrón y nos dio una pequeña charla. Según sus palabras era un gran día para él y su esposa, ya que al final de tantos años sin tener descendencia, Dios había escuchado sus plegarias y les había concedido el hijo que siempre desearon. La verdad que me sentí muy mal cuando daba su charla, pues cuando se refirió a su hijo su mirada la dirigió hacia mí.

En esta situación tan dolorosa para mí fueron pasando días, y mi trabajo en aquel lugar cada día se me hacía más difícil. Vivía en constante tensión y no conseguía conciliar el sueño, sabiendo que a una corta distancia había un trocito de mi carne que no me dejaban ver: mi hija era la que me retenía allí en espera de que se diera un momento propicio que me permitiera acercarme a ella, aunque sólo fuera una vez. Pero los días se sucedían y no había esperanza para mí, ya que ponían todos los medios para que este encuentro no llegara a suceder. Triste y desmoralizado entré en un agotamiento físico y psicológico, mi motivación era nula y dejé de rendir en mi trabajo, dando lugar a que mi patrón me diera un aviso de su descontento, con la amenaza de dar por terminado mi contrato de trabajo, si no mejoraba mi rendimiento.

Desolado y triste opté por el abandono. No le daría ese gusto de rescisión de mi contrato de trabajo a mí patrón, sería yo quien se adelantara a los acontecimientos. Así que al día siguiente me despediría y le pediría la cuenta para alejarme de aquel lugar que marcó una parte de mi vida. Atrás dejaría algo que me pertenecía y que, sin embargo, no tenía derecho a reclamar, pero en mi interior conviviría conmigo y no moriría hasta el resto de mis días. Él, por su parte, me pagó lo que me correspondía, sin poner objeción alguna a la decisión que llegué a tomar. Me animó y me deseó suerte, pero en su cara pude ver una mueca de burla cuando, dirigiéndose a mí, me dijo:
– José, fue un placer que trabajaras para nosotros, nos has hecho un gran servicio, tanto mi esposa como yo agradecemos tu colaboración en esta empresa. Ella se encuentra cuidando a la niña, pero me ha pedido que te despida de su parte y te desea suerte.

Si esperaba que le diera las gracias se equivocó. Aunque no pude disimular mis lágrimas, que empezaban aflorar. Él se percató de mí mal estar, y aun tuvo la desfachatez de herir más mis sentimientos:
– ¡Comprendo que estés triste José, a todos nos pasa igual cuando se trata de despedir las personas que se quieren!

Estas fueron las últimas palabras que pude oír de aquel hipócrita, y que nunca olvidé, no podría pasar por alto a personas de esta clase de estirpe, que sin ninguna clase de escrúpulos me utilizaron para conseguir sus objetivos, sin importarles para nada mi adolescencia, sentimientos y mi poca experiencia en la vida.

2 comentarios sobre “Una vida en la encrucijada, Capitulo- VIII”

  1. Afortunadamente para mi no soy el protagonista de esta historia de vida, si no solo el que la escribe con nombres y lugares ficticios, y que de hecho conviví algunas experiencias de vida junto a mi gran amigo José con nombre ficticio de Ricardo.
    Te doy las gracias por tu comentario y te mando un gran abrazo fraternal Alborjense

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