En la calle donde vivo, envuelto en mis propios sentires y sintiendo, a la vez, el palpitar de los ajenos, muy cerca de los territorios universitarios de Quito, es una colmena humana donde hay personajes de todos los colores y sabores. Son los vecinos. Los hay tremendamente amables, cariñosos, que te saludan dándote la mano y en seguida se sitúan en una charla distendida generalmente sobre los acontecimientos cotidianos que, en sus bocas, pasan a ser mitologías narradas al vaiven de las jornadas.
Hay tambien otros que son muy personalistas y herméticos. Apenas saludan, cuando lo hacen, coin un leve movimiento de cabeza inexpresivo. Los hay simpáticos, que están contentos a todas las horas del día, que cuentan chistes y siempre te reciben con una humorada genial que les sale del interior de una profunda chispa ç, y los hay mutçy serios, que sólo hablan de cosas sesudas acerca de la política del gobierno y la carestía de la vida.
Tengo vecinos bullangueros, festiveros, que al atardecer reúnen en sus hogares a toda una variopinta multitud al ritmo de la música bailbale de los trópicos y tengo vecinosque, por el contrario, aman el silencio y acuden prestos y raudois a pedir a los bullangueros que bajen el volumen de la música y que no alrguen la fiesta más allá de las diez de la noche. Hay aquí vecinos minuciosos y observadores, siempre atentos a todos los sucesos de la calla, inquisidores a veces de todo el trajinar sospechoso y están los que caminan cabizbajos, con el pesar de sus soledades encorvándoles la espalda.
Hay vecinos que apenas pisan la calle, salvo para comprar el periódico, el pan y las viandas y otros que, por contra, siempre te están esperando en la esquina para tomar unas cervezas en el bar del Iván puesto que aman las tertulias. Cerca de mí temçngo vecinos educados, respetuosos para con los demás, y limpios, que siempre tienen brillante el trozo de acera que les corresponde y otros que, sin embargo, tiran colillas al aire -caigan donde caigan sólo es cuestión de cálculo de probabilidades- y llenan el suelo de las aceras de papeles y desperdicios. Tengo vecinos muy cumplidores que, acuden puntuales y pulcros, a todas las reuniones vecinales… pero otros no acuden nunca y luego son los que más reclaman.
Hay vecinos muy concienciados con los problemas sociales y están siempre dispuestos a las reivindicaciones de cualquier tirpo. Otros no les importa nada y siempre que se les pide apoyo se encogen de hombros. Los hay hambrientos de camaradería, que te abren la puerta de sus viviendas nada más verte y otros que, sin embargo, las cierran a cal y canto, ponen verjas y sitúan perros que ladran a todos los que se acercan.
Algunos vecinos aman la noche y se les ve pasear por el barrio a la luz blanca de la luna. Otros duermen desde las siete de la tarde porque consideran que la noche es un pecado. Los hay liberales y conservadores, progresistas y reaccionarios, completamente ateos y completamente religiosos… Y están los que nunca se dfinen y sólo escuchan… escucha… para después actuar según soplen los aires o según tengan tçya preestablecido de antemano. Están los humildes (y por ello sabios) y los vanidosos y orgullosos. Hay vecinos que piensan antes de actuar y otros que no piensan nunca. Los hay correctos en el habla y los deslenguados. Y, por último. está ese vecino sordo del que nunca sabemos si sube o baja por la vereda… pero este barrio me gusta, es parte de mi esencia, es una verdadera comunidad de sentimientos bajo la luz de las estrellas y al calor del sol.