Sacarina era una joven simpática, realista y coherente. Sabía muy bien que en la vida había de dedicarse a cosas que realmente valiesen la pena, y ciertas otras cosas, mejor dejarlas pasar en otras direcciones y lugares, donde tendrían muy buena y aceptable acogida.
Había logrado romper el cordón con su madre, que se llamaba la señora Paquita.
Desde que hizo la mudanza, para descargarse de esa presencia materna, descuidó bastante a propósito, el retrato de aquella mujer madre, en una acartonada caja de… cartón. Todavía no estaba de ánimos positivos para buscarle un lugar en la decoración externa, entre los bastidores de la existencia cotidiana y no menos sagrada o crucial.
Tenía muy claro que no quería sacarlo, no fuese que volviesen las trampas verbales a través de recuerdos e imaginaciones, que con tanta fuerza se nos meten en la mente para dirigirnos, o porqué no, medio dirigirnos, que también puede tener su riesgo destructivo. Desde que se marchó de casa se encontraba muy animada y tranquila. Al parecer, sienta bien eso de romper el vital cordón umbilical a su debido tiempo.
Su vida transcurría con normalidad. Y elevadas dosis invisibles de alegría… sutil.
A Sacarina le gustaba escribir y leer, pese a las trabas interpuestas por el gobierno maternal sufridas en el reciente presente anterior, también le gustaba estar sin hacer nada, aunque eso siga siendo un hacer algo.
Exactamente como los ceros del lado izquierdo. ¿Para que están? ¿Que pintan ahí? ¡Si las calculadoras pudiesen hablar!
Un reciente viernes por la tarde, acabado de consumir, llegó cansada a su casa, pero satisfecha por haber dejado la maquinaria aunque fuese por dos días. Y sin haber podido deshacerse saludablemente del envoltorio de los papeleos y cosas de oficina que siempre ocurren en el trabajo y te hacen salir tarde, con un regusto más o menos… un poco raro.
Sacarina estaba muy sensibilizada con un nuevo compañero al que sentía que podía ayudar, ella llevaba más tiempo que él, tenía más experiencia, era un chico con una gran apertura hacia los demás, y al parecer, se decía en los rumores de la maquinaria, que la responsable de relaciones públicas temía que este chico pudiera hacerle la competencia en un futuro bastante inmediato y quitarle el puesto a través de eso que llaman la proyección laboral interna…o algo parecido.
Al cerrar la puerta de su casa se permitió dar un pequeño salto de alegría, una pequeña celebración, valía la pena. Lo hizo con cuidado para no molestar al vecino de abajo, que tenía la fea costumbre de molestarla con fiestas subidas de tono, y en horas bastante anormales. Varias veces había tenido que llamar a la policía a causa de este vecino trepa, que al igual que muchos huelguistas manifestantes se dedican a pisar y perjudicar al resto de ciudadanos con tal de conseguir sus propósitos.
Como si fuese tan difícil divertirse, reclamar, sin molestar ni perjudicar al otro u otra… ¡Si la inteligencia pudiese hablar!
Descansó un pequeño rato. Poco a poco desconectó de toda la jornada y semana laboral y se quedó sentada en la butaca mirando las musarañas, siempre y cuando se dejasen ver, porque su hábitat no es ese.
Algo interesante debió ocurrir en su fuero interno, porque se levantó de aquella comodidad, buscó en la Red no segura algún sitio donde se publicasen diarios, textos e historias, al parecer le gustaba mucho un lugar donde escritoras y escritores profesionales, noveles y aficionados publicaban con un seudónimo, sus textos, gracias a la paciencia y sensibilidad del administrador de ese espacio virtual. Y encontró uno que llamó su atención, se titulaba “Verlo para Creerlo”
Se trataba de un Cuento…
Empezó a leer
En cierta ocasión, hubo un viajero, que recién llegado a una aldea, las gentes se le acercaron para saludarlo, aunque aquello era un truco, pues en realidad era para averiguar quien era, y qué intenciones traía. Pues allí, como tenían muy mala fama, y nunca recibían visitas, desconfiaban de cualquier visitante o caminante de paso. Con este comportamiento su mala fama de multiplicaba, y se ahorraban de volverse más amables, hospitalarios… dialogantes…
Había un habitante, mucho más suspicaz y susceptible que el resto. Poco a poco, frase a frase, fue ganándose su confianza, gracias a los vastos conocimientos de otras épocas pasadas, que tenía en la ciencia de las habilidades sociales y el arte de hacerse escuchar. Así que poco después, en plena conversación, cuando el forastero había entrado en el juego con una sonrisa, el habitante suspicaz, por sorpresa, en un giro brusco de actitud, preguntó al recién llegado ”¿De que color es tu sangre?” el caminante por unos segundos esenciales, quedó al descubierto, en blanco… vendido.
La pregunta trampa escondía una exigencia, como si cada persona que visita la aldea estuviera obligada a conocerse a sí misma… Como si estuviese prohibido vivir huyendo de uno mismo y auto-engañarse. Era una pregunta con un alto y muy sutil contenido en provocación y desafío.
Pero en ese momento el forastero aunque confuso y dubitativo, no estaba demasiado para juegos y trucos, empezaba a darse cuenta de algo extraño, algo no cuadraba. Posiblemente en la forma de preguntar, posiblemente en el tono empleado, podría ser la pregunta en sí misma, posiblemente en el contexto. ¡Pero algo raro había!
En lugar de responder con evasivas y defensivas, con astucia e ironía… pues no, al hombre no se le ocurrió otra genial e incomodante cosa que…responder con honestidad, y dijo con gran seguridad en sí mismo “¡¡No lo sé!!” La respuesta no podía ser más sencilla y clara… ¡A tal pregunta tal respuesta! ¡Te atreves a preguntar, tendrás respuesta para escuchar!
Y el aldeano que había preguntado puso rostro cara, de enfado. Su cara se marchó a toda prisa al reino de la perturbación… Y claro…se perturbó.
“¡No sabes de que color es tu propia sangre!” le recriminaba, buscando que se sintiera perseguido, acusado y culpable, por no contestar la supuesta respuesta oficialmente pre-establecida.
Pero ante tanta crueldad y adversidad, la actitud del recién llegado empezaba a tambalearse.
Comenzó a palidecer, a sentirse extrañado por el perverso juego al que había sido sometido.
A medida que transcurrían los segundos entraba en la dinámica del juego, empezó a sentirse mal consigo mismo, había mordido el anzuelo y ahora debía empezar el engorroso mecanismo de reafirmarse, defender su postura a toda costa, con todo el orgullo y soberbia posible, tal y como aprenden muchos niños y niñas, cada vez que sus padres y madres no los toman en serio y de mayores van repitiendo.
En su galería interna se inició una lucha, entre la frustración para sacar el orgullo o la calma para reflexionar…para dejar pasar el agua que no hayas de beber; si bien, mejor cerrar el grifo.
Las sensaciones contradictorias iban y venían creando confusión e indecisión, y eso quería el aldeano preguntón.
Tras unos segundos de calma y serenidad, se daba cuenta, que en el momento de recibir la pregunta, no pensó en la respuesta fácil y establecida. ¡Hubiese sido más prudente o cómodo decirles lo que querían oír! ¡Sí, pero…! ¿cómo saber eso que querían oír? ¡Buena pregunta!
Él respondió su verdad o su respuesta, lo que le vino en ese momento, y de inmediato advirtió que eso no se aceptaba. ¡A nadie le importaba lo que pensaba! ¿A quien le importa lo que pienso?
Se preguntaban la sumisión y el criterio. ¡Si de verdad, existiese la libertad de expresión!
Responder su verdad significaba pagar por infringir alguna ley que no se sabe si existe o no.
Allí, toda esa gente, ejercían una mala influencia… los seguidores con su presencia, fortalecían al líder. Y esa fuerte presión vecinal acabó por hundirlo más.
Aquel atormentado y preguntón habitante lugareño, viendo que el recién llegado todavía no acababa de encajar del todo en los prejuicios de la comunidad, desapareció haciendo aspavientos, posibles restos de rebeldía en época de infancia.
Pero luego volvió comportándose de extraña manera…Mirando, como si el forastero fuese un bicho raro; era visible que con esa actitud intimidatoria pretendía inspirar desconfianza…animadversión, y cierto desequilibrio.
Y en pocas horas se extendió por la aldea, que efectivamente, el recién llegado era un individúo raro, extraño, ingrato, advenedizo, endemoniado y poseído por las malvadas fuerzas de la honradez y honestidad, sospechoso de tramar algo, propagador de plagas verbales e ideológicas. Miembro de alguna logia con misiones y ministerios sobre la aldea para convertir a sus gentes. Acusado de querer y pretender difundir alguna enseñanza apócrifa.
Las autoridades morales lo acusaron de no amoldarse al patrón oficial establecido.
Para que aquello tuviese más justificación, y aspecto de asunto grave, lo acusaron de estar poseído por alguna entidad maligna. Le prohibieron pensar, aunque no se sabe como lo hicieron y le prohibieron defenderse. Fue detenido y llevado a los calabozos. Alimentado con mendrugos de pan del otro día y un vaso de agua, no fresca, al día.
Luego, fue puesto a disposición de una especie de inquisición o escaparate de individuos con cara de pocos amigos y de mucha soberbia, y emplearon técnicas de presión psicológica para sonsacarle información y dijese que intenciones traía. Toda la aldea estaba cegada, en contra del recién llegado. Ni siquiera le preguntaron su nombre, para crearle más angustia y más sensación de indiferencia y distanciamiento.
Hasta que un día de mucha presión para que hablase accedió ha confesar, habló de porqué no sabía el color de su sangre. Para ver si lo dejaban en paz y libertad, salir de allí con toda rapidez y no volver.
Fue sentado en una silla y empezó a explicarlo todo.
Habló este discurso con extenuación:
“Voy a confesar el motivo por el cual no conozco el color de mi sangre.
Hace muy pocos meses, muy lejos de aquí, estaba esperando en un centro sanitario para hacerme una extracción de un muestra de mi sangre. Entonces, al yo entrar, la enfermera que me atendió estaba muy distante, seria, con actitud tiesa,demasiado correcta y fría. Y con cierta indiferencia y automatismo, me pidió que me subiera la manga para poder pincharme, y en el momento que dijo “Pincho” empecé a marearme y tuve que mirar hacia otro lado, pues no pude mirar lo que hacía aquella señorita, y por tanto al no mirar la jeringuilla, no pude ver el color de mi propia sangre, aquello duró muy poco. Cuando escuché que me decía ¡se acabó! esperé unos segundos, me levanté despacio, aun sensiblemente mareado y salí para sentarme en los bancos de la sala de espera, fuera de aquel sofocante y cargado ambiente supuestamente sanitario.
Me hubiese gustado saber que color tiene, pero no pude mirar. Algún día de más tranquilidad, quizás lo haga.
Esto es lo que digo en favor de mi defensa.”
Entonces de aquel tribunal apareció una voz que parecía haberse dado cuenta de que se podrían haber precipitado, y habló con este breve discurso: “Bien, ahora avisaremos a un médico para que contribuya con sus conocimientos y nos diga si esto que dices es así o no”.
De inmediato entró un médico y se le preguntó” Doctor médico, ¿puede una persona sentir alguna indisposición en el momento de realizarle una extracción de sangre?”
El orgulloso médico se acomodó sensiblemente en su asiento, ante una gran representación de las gentes de la aldea, y respondió: ¡Efectivamente, puede suceder, lo mismo que cuando se busca se puede encontrar! Sobre todo cuando eso ocurre en ambientes forzados y tensos, puede influir, y también depende de la predisposición, sensibilidad, de la persona!”
Del tribunal, un juez, Don Alguien, dijo: “¡Está bien, queda usted libre de todas las acusaciones! Pero antes, responda a una pregunta de este tribunal: ¿Porqué no respondió al principio, el motivo por el cual desconocía el color de su sangre?”
Y aquel forastero recién llegado a la aldea respondió:
“No lo sé, creo que en lugar de integrarme en la aldea, quise encajar. Pero he decidido que aquí no quiero estar, no me gusta este lugar con este extraño ambiente”.
El Juez, mirando con fijación y muy serio respondió “¡No estoy entendiendo nada de lo dice!”
Y luego, para burlarse, se dirigió a los demás miembros del tribunal y les trasladaba la misma pregunta “¿Vosotros entendéis a este extraño?” Y muchos clamaban por respuesta “Que se vaya lejos de nuestras tierras. Que se vaya”
Sacarina al acabar de leer, se quedó unos minutos en silencio… reflexionando y sin prisas…mirando cara a cara, neutralmente, todo lo que pasaba por su mente, acerca del doble cuento de algunas mentiras y discursos.
Luego, al cabo de una semana, de unos meses, de unos años, susurró “Verlo para creerlo” “Verlo para… Verlo”
Sigo diciendo lo mismo: escribes muy buenos cuentos y tus temas son muy interesantes. Tienes mucho talento y genialidad. Un abrazo amistoso. Quizás este cuento haga reflexionar a muchos que creen que sobre la vida está todo escrito…
Sigo diciendo lo mismo: escribes muy buenos cuentos y tus temas son muy interesantes. Tienes talento y genialidad. Ojalá la lectura de este cuento haga pensar a muchos que sobre la vida no todo está escrito. Un abrazo amistoso.