Doblaba la esquina balbuceando incoherencias;
miró hacia atrás, tenía miedo de avanzar demasiado, quizá el viaje
ya había terminado, y ella, ausente, aún no se había enterado.
Ahora sus pasos, muy lentos, prometían la parsimonia aquella que
sólo puede desembocar en un contra-ataque perfumado
con filosos cuchillos,
que en algún momento festejaron su cumplemuerte.
Claro que iba a encontrarse, ni siquiera
la gestalt de su presencia escaparía a los
antiguos vicios mundanos; ni siquiera él.
Era otro el peligro entonces, era otra la presencia
que se materializaba oportuna, en episodios
fragmentados por irrupciones mnémicas,
que desfiguraban el curso de una guerra insalvable.
Allí había ganado la medalla de la sorpresa
esperada, de la música sin nombre, del tibio regreso
al hogar de sus huesos. Porque alguien formaba parte de
él;
después y antes de mi.
Así el camino se encontró otra vez escindido,
entre el devenir de una historia destejida y la lejanía
de su luz apagada, decorando con dulces pinceladas
de sangre el sueño de la horca.
Así iba a aprender a morir en la cima del deleite,
pero ya no sola; ni mutilada. Ya no excéntrica ni
celestial. Tan sólo penumbra y ajedrez, y clases
sin ceniceros. Detalles.
Volvería.