Ayer, regresando del Norte, volví a recuperar los paisajes de los veranos de otros tiempos.
Esas laderas sobre las que parece que alguien ha colgado un tapiz verde esmeralda, impecable, sin que se vea interrumpido más que por casas, por vacas o caballos pastando. Esos campos cubiertos de hierba muy verde, muy brillante, esos altozanos cubiertos de árboles como prestándole su altura a la elevación del terreno. Tan bello todo cuando llueve, maravilloso cuando sale el sol.
Ese paisaje apacible, esas ermitas antiguas que aparecen y desaparecen de nuestra vista, esos ríos cuyo verde oscuro contrasta con el más claro de la hierba. Esos antiguos y desportillados edificios, medio en ruinas, de explotaciones abandonadas, de industrias que han desaparecido. Las zonas de nieblas densas en los valles. Todo tiene su encanto.
Ayer lo volví a ver todo desde el tren. Ventajas y desventajas: como ahora se viaja más deprisa no puede uno recrearse tanto en el paisaje. Comodidad versus poesía.
Conozco muy bien el Norte. Tengo raíces biológicas de ese Norte. Es exacto a como lo describes. A mí me encantan siempre que voy por allí los altozanos y las praderas, los miles de matices verdes que allí existen. El más hermoso color verde que he visto en mi vida lo descubrí siempre allí en tu querido Norte.
Amiga pienso que ese norte debe ser muy bello, de hecho lo veo en la tele y me encanta esos prados tapizados de verde, haber si algún día puedo hacer un recorrido por tan bellos paisajes, un abrazo Aborjense