Pasada la infancia llega siempre la adolescencia y de los sueños con niñas con más o menos trenzas se pasa a la realidad de chavalas con tipología de mujeres. Gimi seguía perdiendo terreno en su hegemonía dictatorial y, aunque seguía mandando en aquello del “hit-parade” de nuestros primeros discos musicales de vinilo, ya comenzaba a declinar su poder. Estábamos en un nuevo barrio y los tres pequeños empezábamos a vislumbrar una nueva existencia de liberación.
Otro de los inventos modernos que minaron y socavaron, ampliamente, grandes parcelas de la prepotencia de Gimi fue la televisión. Él había escrito, en la barandilla de la terraza del tercer piso de Pizarra número 3, ecalera izquierda, lo de “no se puede vivir de ilusiones” pero yo contrarresté su frase (que no era suya por cierto) con lo de “pero sí se puede vivir de esperanzas”.
Con esto logré superar la frontera de la dependencia y mi carácer personal (que nada tenía que ver con el mal genio de él) me configuraba ya como un líder natural ya no sólo en mis equipos de fútbol (Esparta, Estrella y Olímpico) sino también en los ámbitos y ambientes personales y sociales. Aquella sensación que tuve en Alcalde Sáinz de Baranda de que no pertenecía yo al mundo de Gimi se afirmó con la tele. Se desplomaba, por fin, su omnímodo poder. Al menos yo ya estaba “trillando mi propia era”. Era, en realidad, mi primera liberación, incluído el asunto de las chavalas de buen ver, cuando vi aparecer, en la televisión de mi casa, a Elvira con la serie “Escuela de maridos”. Era la temporada 1963-1965 y se trataba de Elvira Quintillá Ramos. Aprendí entonces, también, lo que era aquella, ecuchada por mí en el Colegio Lope de Rueda, “Escala en Hi-Fi” musical que, de repente, la televisión me la convertía en algo concreto y natural.
Desde entonces el “hit-parade” de nuestros primeros discos de vinilo (manipulado todo ello por Gimi) me importaba ya menos que un pimiento morrón meclado con sardinas en escabeche (que a veces nos ponía mamá para comer) y me la “refanfainaba” del todo porque yo estaba trazando mi propio camino y me preparaba para ser líder-capitán de mis propios equipos aprendiendo a jugar de área propia hasta área rival para demostrar que mi puesto natural era interior derecho centrocampista pero que no me importaba también defender (incluso jugando a veces de guardameta) o atacar siendo siempre uno de los máximos goleadores arrancando siempre desde atrás y no como otros “espera greles” que he conocido a lo largo de mi vida futbolera y que casi siempre estaban “fuera de juego”. Empezaba a demostrar que podía rendir al ciento por ciento en cualquier lugar del terreno de juego pero que era el centrocampista que siempre buscaba la victoria de mi equipo sin ser nunca un individualista sino un líder-capitán al servicio de las victorias fuese yo el que metiera los goles importantes o dando el pase a algunos de mis compañeros para que fuesen ellos los que los metieran.
Elvira Quintillá Ramos supuso un aire fresco, una nueva forma de seguir desarrollando mi sonrisa bohemia, un principio de sensaciones nuevas que tomaban formas concretas y factibles en el Instituto San Isidro de Madrid (la ayudante de Química y la profesora de Arte) desde aquellos pequeños “escarceos” con la directora de la Academia “Altamira”. Lo mejor de todo ello comenzaba a partir de entonces, mientras en la pantalla se unía a Elvira la ya citada Patty Shepard. Desde que apareció el Telefunken en casa a Gimi no le hizo gracia el asunto y comenzó a largarse con viento fresco en sus escarceos por esos mundos a los cuales yo no deseaba pertenecer porque tenía, como siempre, los míos propios. Y a ello sumemos por ejemplo a Irán Eory. Todas ellas me hacían etremecer de emociones naturales y por eso buscaba compañías femeninas, pero bien femeninas por cierto, por el borde del río Manzanares jugando al “que te adelanto y me dejo adelantar” (juego mucho más sano al del Gimi de “aquí te pillo aquí te mato” que no cuadraba, para nada, con mi manera de ser). Recuerdo perfectamente aquel “que te adelanto y me dejo adelantar” junto al río Manzanares porque, a pesar de arriesgarme a coger un fuerte resfriado, la verdad es que la chavala era guapísima y merecía la pena el riesgo.
Gimi, para intentar llevarme a sus terrenos, me contaba continuamente, por las noches y a escondidas de mi madre, tremendas historias de sus quehaceres de Don Juan El Conquistador con cualquier tipo de chavala porque le importaba un bledo cómo estuviera cada una de ellas, pero yo nunca fui un personaje donjuanesco -figura machista de la cual siempre he huído toda mi vida- sino que me dejaba conquistar por ellas para luego poder enamorar a alguna pero sin hacerla ninguna clase de daño ni material ni espiritual, ni físico ni psicológico… ya que yo estaba bien “pillado” por mi Princesa. La Princesa habia elegido ya. Me tocó a mí y nadie me la podría arrebatar jamás precisamente por no ser yo nunca un donjuanesco “castigador”.
Gimi veía, impotente para evitarlo, cómo yo seguía soñando, con los ojos bien abiertos, con la Princesa que nunca pudo conquistar él. Su falta de dominio propio -que le hacía esar siempre irritado y cabreado en la mayoría de ocasiones- sólo hizo que yo me liberara cada día más y luchara por liberar a Califa y a Fantini. Era la época del “¡Qué fantástico refresco es Fanta!” mientras él le daba al “alpiste”. Se acercaba el momento del final de su dominio despótico “chapero”. Quedaba ya muy poco para la rebelión de los tres pequeños (Califa, Fantini y yo) y para que el juego de las chapas quedara también liberado de la opresión de Gimi. La Copa Fiocchi marcó el final de la era despótica de Gimi y el principio de la era democrática de “Diesel”.
Como escribe hoy Matteo Garrone: “La televisión ha suplantado a la realidad”… pero la realidad era, en aquel entonces, que habia que aprender lo que es “nadar y guardar la ropa” en medio de toda aquella multitud de chavalas de la Academia “Cima” entra las cuales, sin distinción alguna debido a su mal carácter, Gimi había producido “estragos”. Así que llegué yo y las liberé hasta que conseguí que volvieran a florecer las sonrisas en todas aquellas chicas primaverales que en abril (Victoria Abril también por supuesto) comenzaban a quitarse ropajes de abrigo porque ya llegaba “la primavera de la nueva realidad” cuando descubrieron que yo ni era Gimi ni era como Gimi ni actuaba como Gimi…
Mi abuela materna: Yo vivía entonces mi propia dualidad que consistía en ser tu abuela y ser, al mismo tiempo, esa amiga sincera que no sabe leer ni escribir pero sabe leer en tus ojos. Y mientras en el televisor discurría una parte de la vida la otra parte, la personal, se estaba viviendo entre la cocina y la habitación de mis sueños. Era en la noche cuando más te sentía que acababas de cruzar la línea. ¿Ya sabes a qué línea me refiero?
Sí abuela. Había empezado a cruzar la línea que existe entre la Inocencia y la Credulidad. Al salir todos los días hacia el Instituto siempre iba pensando en eso…