Y estabas tú apoyada en el quicio de la puerta…

Y estabas tú apoyada en el quicio de la`puerta, semidesnuda y excitante… pero yo te dije que más allá de ti existía una gaviota que siempre me acompaña en los rumbos marineros de mi existencia viajera. Y tú, apoyada en el quicio de la pùerta, seguías insitiendo con tu mirada febril y escandalosa. No. Mi gaviota roja es la que me alimenta noche tras noche y la que me alienta en mis momentos más difíciles. ¿Acaso tú me ayudarías a salir a flote cuando mi barca, a veces, se desvaría y está a punto de sucumbir entre los violentos oleajes de la vida y las temibles tormentas de la alta mar?. No. Tú no estarías allí para ayudarme a no naufragar… y una vez calmada tu ansiedad de sexo… te alejarías con otro para volver a lo mismo de siempre.

No. Jamás. Quédate apoyada en el quicio de la puerta incitando y excitando a todos los marineros que pasan por tu lado. Yo no. Yo seguiré siempre con mi gaviota roja hasta un punto exacto que ella y yo conocemos como nuestra Eternidad. Sí. Nuestra Eternidad. La que tú serías incapaz de vivir conmigo.

Y estabas tú apoyada en el quicio de la puerta… y yo pasé tranquilamente de largo y me abracé al cuerpo trigueño de mi gaviota roja… la que siempre es… la que nunca engaña… la que en todo momento vive la Eternidad junto a mi…

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