Esta Cenicienta, como la del cuento clásico, era una pobre chica que había caído en las garras de su madrastra cuando su padre, un terrateniente bastante acaudalado, falleció. La madrastra y sus dos hijas (que eran muy feas) se comportaban muy mal con ella, que vivía una vida modesta.
Un día se recibió en la casa una invitación para el baile en el palacio del rey. Inmediatamente, todo el mundo se conmocionó. La madrastra y las hermanastras de Cenicienta empezaron a pensar en trajes y tocados, en cómo valerse de los afeites para disimular su fealdad. Cuando Cenicienta preguntó, esperanzada, si ella también podría asistir al baile, se rieron en su cara y la llamaron sucia, desaseada, incapaz de presentarse en el palacio para una ocasión tan señalada.
Cuando el gran día llegó, la madrastra y las dos hermanastras salieron hechas un brazo de mar hacia el palacio en su limusina. Y Cenicienta se quedó triste en la cocina. Pero ¡oh maravilla! De pronto vio una luz muy brillante que iluminaba hasta el último rincón de la pieza y de esa luz surgió la figura resplandeciente de una mujer, que le decía: “Soy tu hada madrina y vengo para prepararte para el baile del rey.” El hada puso manos a la obra y convirtió sus harapos en galas deslumbrantes. Calzó sus pies descalzos con unos zapatos de cristal maravillosos (y, lo que era muy importante, que no la hacían daño a pesar del taconazo que tenían).
Entonces la introdujo en una limusina preparada para llevarla al baile. “Recuerda, no obstante, que antes de las doce habrás de estar de vuelta, si no quedarás en ridículo en medio del baile porque tus galas volverán a ser andrajos.”
Nada más llegar, el príncipe, que era joven y muy atractivo, se fijó en aquella hermosa desconocida. Se acercó a ella y la sacó a bailar. Y con ese baile encadenó otros muchos bailes, mientras las demás jóvenes quedaban ignoradas por él. Cuando la fiesta estaba más animada, llegaron a oídos de Cenicienta las lentas campanadas de un reloj. Preguntó la hora y le dijeron que iban a ser las doce. Entonces, Cenicienta recordó su promesa al hada madrina y echó a correr, subió a la limusina y a toda prisa volvió a su casa, mientras veía cómo sus galas iban desapareciendo poco a poco.
El príncipe no sabía cómo localizar a la joven que le había gustado tanto. Pero entonces tuvo una idea: pondría un anuncio en el periódico y seguro que Cenicienta respondería. Un método rápido y eficaz. Así que redactó un anuncio muy breve, que decía: “A ti, joven y bella desconocida del baile del rey, desearía volver a verte para continuar nuestra amistad o lo que surja”. Y a continuación citaba un número de teléfono y una dirección de correo electrónico.
Cenicienta vio el anuncio en el periódico y se enfadó mucho, porque estaba entre otros anuncios en la sección de “Contactos – Chico busca Chica – Chica busca Chico – Chico busca Chico – Chica busca Chica”.
Llevada de su enfado, acudió al que había sido abogado de la familia en vida de su padre, puso un pleito para recuperar las posesiones de su padre, que en realidad eran casi todas herencia de su madre y pudo arrebatárselas así a su madrastra, lo que consiguió después de algunas dilaciones.
Con lo cual, si no se casó con el príncipe (tampoco sabemos qué hubiera ocurrido si se hubieran llegado a ver de nuevo, hay príncipes frívolos y puede que él sólo quisiera tontear), al menos se labró una posición cómoda y pudo disfrutar de la vida.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
Madrid, 1989 (reconstruído y revisado)
Cenicienta tiene ahora una criada a la que trata con amistad y respeto. Cenicienta va a la disco acompañada de su criada. Cenicienta se va a casar con un humanista que cree en la Teoria de la Evolución de Darwin. Mientras tanto la criada está todavía poniendo anuncios en la sección de Chica busca Chico y chatea por el Internet.