Yasuní (Cuento Japonés)

El joven Yasuní se descalzó las sandalias y entró en el templo más antiguo de Kobe, el templo shintoísta de Ikuta. Fundado por el emperador Jingú muchos años antes, fue construído por orden del Gran Poderoso Dios Wakahiru-me (El Sol Naciente) y superaba con mucho a los templos de Hirota (dedicado a la Gran Diosa Ama-terasu, la Diosa de la Luz) y de Nagata (dedicado al Gran Dios Ebisu, el Dios Pescador).

Toda aquella pesada carga de Dioses del Panteón Japonés le aplastaba materialmente el cerebro al joven Yasuní, el hijo del viejo samurai Nikoto Nakajima.

Toda aquella pesada carga de Dioses del Panteón Japonés y la obligación a que estaba siendo continuamente sometido por parte de su padre para alcanzar a ser el Mas Grande de los Samurais al servicio del Gran Sacerdote de y la Gran Sacerdotisa de Ikuta. Él tenía la obligación, según le ordenaba su padre Nikoto Nakajima de ser el mejor de los octavos dan… !el mejor!…

– ¿Qué te sucede, joven Yasuní? -le salió al encuentro el Gran Sacerdote Kojo Ojin- mirándote a los ojos veo en tí a un muchacho desgraciado.
– Gran Sacerdote Kogo Ojin… ¿es cierto que para ser el Gran Samurai hay que obtener el octavo dan y dormir una noche en el lecho de la Gran Sacerdotisa Nara Kibuta “La Señora de los Dulces Sueños”?.
– Totalmente cierto, joven Yasuní…
– ¿Y por qué hauy que dormir la primera noche con ella?.
– !Para demostrarte a ti mismo que eres un hombre verdadero!.

Yasuní no comprendía bien todo aquello. ¿Para demostrar que era un hombre verdadero era necesario dormir la primera noche con “La Señora de los Dulces Sueños?. ¿En qué parte de la Naturaleza estaba simbolizada tal cosa?. Él, que había tenido que aprender, a la fuerza, todo lo relativo al shintoismo, no encontraba en ninguna de sus reglas que tuviese que dormir la primera noche con la Gran Sacerdotisa… él pensaba que para ser hombre sólo debía demostrárselo a su amada Kisoy, la bellísima Annitta Kisoy, la hija del panadero.

– ¿Gran Maestro Ojin?… ¿es impoisble que un gran samurai se case con la mujer que ama, auqnue ésta sea la hija de un panadero?.
– !Qué me estás diciendo, joven Yasuní!. !Qué clase de barbaridad me estás diociendo!. Los más grandes samurais sólo pueden clebrar boda con las princesas del Palacio Imperial!. !No me extraña que tu padre te castigue continuamente a no ver a esa tal Annitta!. !!Yo además te daría una buena tunda de latigazos ante tamaña falta de respeto a las tradiciones del Gran País del Sol Naciente!!.

Yasuní se sentía verdaderamente com pungido. Había podido conocer un día, por pura casualidad, a la Gran Sacerdotisa, “La Señora de los Dulces Sueños” y le había parecido vieja, muy vieja, fea, mut fea, repugnante, muy repugnante… todo lo contrario de lo que veía con sus inocentes y puros ojos a su amada Annitta Kisoy así que decidió marcharse del templo inmediatamente.

– ¿Espera un momento joven Yasuní?. ¿Qué modales son esos?. ¿Por qué intentas salir del templo del Gran Wakahiru-me sin arrodillarte ante su presencia y pedirle perdón pòr tantas felonías que estás realizando en contra de la tradición del shintoismo al cual tienes la obligación de servir?.
– ¿Yo servir a una estatua gorda y panzuda?. !Jamás!.
– !!!Cómo osas llamar estatua gorda y panzuda a Todopoderoso Wakahiru-me “El Sol Naciente” que siempre proteje a nuestro Imperio y en el nombre del cual somo el Gran Imperio del Sol Naciente!!!.
– !Podéis castigarme todo cuanto deséis, Maestro Kojo Ojin… pero jamás me voy a poner de rodillas a lanzar cantos extraños a mis jóvenes oñidos… esas letanías tan pesadas y aburridas proferidas no sólo en nombre de Wakahiru-me, El Gran Sol Naciente, la GRan Diosa de la Luz a la cual la llamáis Amatera-su o al Gran Dios Pescador Ebisu; sino que tampoco me arrodillaré ante las viejas y ruinosas estatuas de los demás Grandes Dioses. Aizen-myo, al que llamáis el Dios del amor, no me cae bien cuando me impide que me enamore de mi Annita Kisoy; El Dios de la Guerra que tanto adoran los samurais, ese viejo y decrépìto Denix no me seduce en absoluto y mucho menos, todavía, Kagutschi el Dios del Fuego porque a mí me gusta sólo el mar reflejándose en los bellos ojos de color de miel de mi Annitta, Uzume el Dios de la Feclicidad que ninguna felicidad me aporta para nada, Susanowa, el Dios del Trueno, pues me gusta la paz y no las tormentas, Tsuki-yumi la Diosa Luna, ya que la única luna que mme intersa adorar es la que se refleja en el hermoso cabello negro mineral de Annitta; Bentem, un Dios de la Música a cuyo ritmo de tambores y bongos no deseo nunca bailar y cuaya suerte siempre me ha dado la espalda; a Inari, el Dios del Arroz, pues no me gustan para nada las enferemdades que se contraen en los infectosos arrozales de nuestro pueblo, ni Ukemochi, el Dios de la Comida. ¿Para qué quero yo comer si no me dejan amar a mi Annita Kisoy. Yo no creo en todo ese Panteón de pacotilla. Yo sé que hay un solo Dios, cuyo nombre no conozco, pero cuya presencia la siento siempre dentro de mi al mirar a los ojos de Annitta. !Un solo Dios verdadero y no tanto escalafón de Dioses Mayores, Dioses Menores y Dioses Pequeños.
– !Eres un desvergonzado insolente jovenzuelo lenguaraz y en cuanto vea a tu severo padre ya le contaré lo que me estás diciendo!. !Él hará que tu valentía ante un pobre anciano como yo se conviertas en un mar de llanto y de lágrimas.

Yasuní se marchó corriendo del Templo con la intención de no volver a saber nada más de él ni del shintoismo, ni del kendo ni de los samurais… hasta que llegó al palacete de su padre, a unos 15 kilómetros de distancia, completamente exhausto.

– ¿Qué te sucede Yasuní? -le preguntó, sobresaltado, su padre Nikoto Nakajima.
– Padre… perdóneme por lo que le voy a decir… !pero no deseo ser ninguna clase de samurai!.
– !!Tú serás un Gran Samurai Octavo Dan como lo ha seido tu padre, como lo ha sido tu abuelo, como lo fue tu bisabuelo y como lo fue, asimismo, tu tatarabuelo. Los Nikoto siempre hemos sido los más grandes samurais desde el antiquísimo período Kifu de nuestra Grande y Noble Historia!!. !No es un derecho que tienes sino una obligación!.
– !Padre!. !Yo no deseo ni he deseado jamás ser un gran samurai octavo dan!. !!Yo sólo deseo ganarme la vida haciendo reír a mi triste pueblo de hombres esclavizados por el peso de los yugos feudales!. !!Yo sólo quiero ser un payaso… pero un payaso profesional que, a cambio de unas simples sonrisas, vea cómo se alegran las caras de tosos esos millones de tristes personas que trabajan en los cenagososo arrozales siempre expuestos a morir de alguna extraña enfermedad y a vivir con la tristeza siempre en sus miradas!!. ¿Es que no habéis visto, padre, las miradas de nuestros pobres agricultores?.
– !!Insensato!!. !!Te prohíbo que hables así a tu padre!!. ¿Quién te ha metido esas filosofías en tu cabeza de loco bohemio sin destino alguno?. ¿Ha sido esa pordiosera de la hija del panadero?.
– !Si la volvéis a llamar así una vez más, una sola vez más, os prometo que me olvido de que sois un anciano y me olvido que sois mi padre!.

Kojo Ojin mudó su rostro rojo de ira por el rostro amarillento del miedo.

– Pero hijo mío… piensa en el honor… en el tradicional honor de las familias aristócratas japonesas… ¿cómo es posible que todo un aristócrata como tú desees sólo ser un payaso para arrancar sonrisas a esos pobres campesinos?. ¿Cuándo se ha visto eso en el Imperio del Sol Naciente?.
– Para que os enteréis de una vez por todas y para que no sigáis hablando más veces mal de ella tengo que deciros que todo eso lo he escuchado en sueños, en la voz de un Dios verdadero que no es para mí ningún sueño sino una realidad mucho más lógica y racional que toda esa parafernalia de Dioses Mayores, Dioses Medios y Pequeños Diose sque son sólo viejas y carcomidas estatuas.
– ¿De qué Dios me estás hablando?. ¿Te has vuelto loco?.
– De un Dios que no sé su nombre pero que estoy seguro de que existe porque no sólo oigo su voz sino que lo veo reflejado en los dulces ojos de Annitta Kisoy.
– Escucha hijo mío… escucha y sé recional… si me prometes que estarás los siete años necesarios que tienes que pasar en el Templo de Ikuta, formándote fielmente hasta conseguir alcanzar el más alto grado de Octavo Dan Samurai, te prometo que nunca más la insultaré. Pero también te juro por lo más digno y noble de nuestra antiquísima y arisócrata familia que si no dejas de buscar a Annitta Kisoy, que es sólo la hija de un pobre e infeliz panadero, sin dote alguna para casarse contigo, te juro, escucha bien, que la mando degollar de inmediato y te traigo su cabeza en una bandeja de oro para que la mires todos los años de tu vida… ¿entendido?…

Yasuní supo que su padre, ahora, estaba hablando muy en serio y que nunca podría casarse con Annitta ni ser un payaso para llevar la sonrisa a los pobres cam`pesinos de su propio pueblo.

– ¿Me promete que te concentrarás solamente en estudiar estos siete próximos alños de tu vida y convertirte en el mejor samurai de la Historia del Imperio del Sol Naciente?.
– Os lo prometo, padre… -contestó abatido el joven Yasuní.
– Entonces yo te juro que cuando lo hayas conseguido te regalaré los tres mejores tesoros que se le pueden regalar a un Gran Samurai.
– No es necesario. Seré el mejor Gran Samurai de toda la Historia del Imperio del Sol- Naciente sin recibir ningún premio alguno, salvo saber que así he cumplido con mi palabra.
– !Si señor!. !Así habla un verdadero Nikoto!. Sé que te convertirás en una verdadera leyenda para todo nuestro pueblo.
– Bien que lo pensaís así, mi señor padre, porque yo también os lo juro que seré una leyenda para el pueblo nipón.

Y el joven Yasuní estuvo siete años enteros estudiando en el Templo, siendo el más alegre y feliz de los compañeros, el más fiel y honrado amigo de ttodos ellos, sacando siempre las notas más sobresalientes de todos los aspirantes a Gran Samurai, obedeciendo siempre todas las rigurosas obligaciones y reglamentaciones shintoístas del Gran Sacerdote Kojo y demostrando a todos ser el más experto luchador de kendo hasta obtener el tan deseado por todos Octavo Dan Samurai. Y llegó, al fin, el día en que cumplió con la promesa hecha a su querido padre…

Éste lo recibió en su brillante y rico palacete con un gran banquete aunque Yasuní, como demostración de esoticismo no quiso aquella noche probar bocado alguno para demostrar que era el mejor Gran Samurai de toda la Historia del Imperio del Sol Naciente, y se retiró en silencio a su lujosa habitación privada.

A escondidas, su padre Nikoto Nkajima le había comprado los tres regalos prometidos. el mejor sable para un Gran Samurai, el mejor caballo para un Gran Samurai y el mejor arco para un Gran Samurai. Con los tres grandes y mejores regalos del mercado de los samurais el padre, feliz y contento, fue directo hacia la lujosa habitación privada de su hijo convertido ya en todo un hombre y el mejor de los más Grandes Samurais. Abrió la puerta…

Nikoto Yasuní, el más Grande Samurai que había pasado por el Templo de Ikuta, yacía colgado de una de las vigas del techo. Simplemente se había ahorcado en el más completo silencio y habiá dejado, bajo sus pies, que todavía bailaban en el aire como si de una macabra Danza de la Muerte se tratara, el siguiente papelñ escrito con la más excelente ortograf´´ai y caligrafía aprendida en el Templo de Ikuta: “Gracias, !oh padre omnipotente! por el hermoso sable, por el hermoso caballo y por el hermoso arco… pero donde ya estoy no los necesito para nada. Que ese Dios único y verdadero cuyo nombre no conozco se haya apiadado de mi y, sobre todo, se haya apiadado de ti… !oh padre omnipotente!. Besos a mi amada Annitta Kisoy a la que jamás he podido olvidar y a la que jamás olvido”.

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