Guardo en mis manos
un manojo de cápsulas.
Silencios,
verdades,
recuerdos,
sueños.
Guardo en mis dedos
sensaciones de suspiros.
Caricias,
calores,
fibras,
hebras de otras pieles.
Noches de tertulias en la casa quiteña del Conjunto Residencial Falconí. En la casa de José María todo es fiesta y alegría. Noches en las que se habla hasta del sexo de los ángeles o las diferencias existentes entre la gasolina y el diesel. Al son de las guitarras y el canto, allí había siempre un lugar para todos y todas y aún… !sobraban sillas!. ¿Sobraban sillas de verdad?. Pues mi intuición cree que las ocupaban duendecillos malignos.
El caso es que, entre los contertulios más sonrientes, se hallaba el patricio Ben Avides, felizote él en sus comentarios sobre las bombas de Al Qaeda que tumbaron Las Torres Gemelas de Nueva York e hicieron saltar por los aires a los tres trenes de cercanías en la Estación de Atocha de Madrid, además de las bombas que intentaron destruir el Pentágono de los Estados Unidos.
Por que en la tristeza de mi alma
lloro por tu amor y recuerdo mi amargura
Y el dolor de tu venganza, el
desfortunio de tu indiferencia
Te recuerdo y siento tristeza y
odio , pero no se si hay cabida para el amor
Por que mi encierro es este cuerpo ,
que siente dolor, este corazon que te extraña
esta eperanza que se niega a morir
Un día, muy lejano ya, quise ser torero. Pero no un torero cualquiera, sino un torero como el que cantaba Federico García Lorca( Sánchez Mejías) o un torero con el arte y tronío de Curro Romero.
Para conseguir mi meta escribí mis propio pasadoble y alguien, quizás mi Ángel de la Guarda, fue quien le puso la música.
Así que salté a la arena del coso taurino haciendo el paseíllo yo sólo, pues era una sola lucha entre el toro bravo y yo. Al son del pasodoble cogí el capote y comencé a fijarle. Era un toro noble llamado Lucero.