Las chavalas de Paddington eran distintas. A primera vista parecían las mismas chavalas que las de las otras discotecas madrileñas pero, bien vistas, no eran así. Eran igual de guapas que las otras pero tenían un estilo propio y ese estilo propio hacía que Paddington fuese, por lo menos durante un tiempo determinado, mi discoteca favorita y no por lo de Caballero de Gracia precisamente. Así que hasta hubo un día gris y lluvioso (de la década de los 70) y porque es curioso que cuando llueve nos encontramos a solas con nosotros mismos… me atreví a entrar allí sin la compañía de ninguno de mis amigos. A solas. Era una de las pocas excepciones a la regla pero hábía motivo suficiente para que fuese así. Ese motivo es que anteriormente había visto (esta vez acompañado de mis amigos) bailando a una muy guapa que me gustó un montón. Quizás hasta algunos bellos pensamientos hacia ella se escaparon de mi imaginación. Era por eso por lo que acudí sin compañía alguna a Paddington. Fue siempre un secreto… un secreto que nunca conté a nadie salvo a mi ensoñación que ya por aquel entonces era muy elevada.
Archivo por días: 10 septiembre, 2011
Gozo
Repanchingado en el sillón,
con un libro de poesía entre mis manos,
y la música de Händell sonando bajito a mi lado;
y esa luz acogedora
que por la ventana va entrando,
anunciando que la tarde
poco a poco va marchando.
Y la música de Händel
que sigue en mi alma calando.
Y mi perrita feliz
en la alfombra dormitando.
El piano eléctrico
-¿Me vas a decir adiós? Porque no quiero más oírte decir eso.
-Qué bien, porque no pienso decírtelo. Le respondí y haciendo un silencio de
redonda continué: – No voy a despedirme, porque no voy a irme. Cada
vez que la luz atraviese nuestra ventana, voy a crear un destello para que me
veas, ¿sí?
-Voy a extrañar todo de vos, tus manos, tus besos y nuestras payasadas, dijo
intentando parecer fuerte.