Gloria a Dios que es el amor
y en la tierra paz a los hombres
que luchan por la justicia.
Te alabamos,
porque luchamos para que nuestros niños
hambrientos coman.
Te glorificamos,
porque queremos destruir ya
los instrumentos de tortura.
Querida Adelina…
Querido Alfonso…
Muy Sr. Mío…
Estos prólogos de carta en su momento tan cotidianos han pasado a formar parte de nuestra historia escrita ¡qué lástima!
Esta vida desenfrenada donde este instante ya ha caducado, ha relegado casi al olvido, aquellas epístolas que se componían con esmero, pulcritud, despacito y con buena letra.