Como un acto el agua se desploma como si fuese una lluvia asustada al oír un temible trueno repartiendo.
Rugidos y miedos por do.
Por doquier se oían, ¡relámpagos de voz!, temores tronar, rayos dando a luz y rajando a la oscuridad con chispeante y bella brusquedad.
De poca edad un niño de cabello pelirrojo y rostro hermoso mira a la ciudad, desde lo alto en su ventana, cara a cara, a la que se asoma, en la ventana.
Ocupa en los despoblados del ocaso, el último vagón de un tren abandonado. Ramiro Smith González, frisando el tongo de un round llamado pasaje, se acuerda de su andadura tortuosa. Sintiéndose taciturno por tantos golpes encajados, unas veces entre las cuerdas, y muchas más contra el suelo, destruido, frente a miles de miradas despiadadas. Posee los ojos del color de la experiencia, infinitas muescas de supervivencia en el semblante…Ha cruzado el puente de la vida, en innumerables ocasiones, con coraje, sin lanzarse por el abismo de la desesperación, a veces salvado por la resonancia de la sangre en el adversario, otras, la soledad le lastimó, advirtiéndole de una probable compañera que sería eterna. Sigue Leyendo...
¿A quién podré nombrar
cuando llegue ya la noche
y los arces se deshielen
allá en las montañas?.
¿A quién podré llamar
sentado en el porche
mientras las horas vuelen
llegando las mañanas?
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