56: Ha nacido una estrella.

El número de la suerte era el 56 y lo llevaba yo desde el mismo momento en que nací. Así fue. Salió premiado el 56 y yo llevaba el 56. Ya era yo, entonces, un incorregible bohemio y, asomado al alféizar de la ventana del piso 5-D, escalera izquierda, del 56 de la calle Alcalde Sáinz de Baranda de Madrid, contemplé el cielo despejado de una noche de verano y la vi aparecer con toda su luminosidad. Era la más brillante y hermosa de todas y yo, como es costumbre cuando algo te gusta de verdad, me dirigí a Jesucristo y le rogué con un ¡Me la pido!. Fue algo memorable para mi existencia; porque Jesucristo me miró, sonrió sanamente y me contestó que sí, que aquella estrella (la más hermosa y brillante de todas) era para mí. Me la había concedido no porque yo la mereciese más que nadie sino que la amaba más que nadie. Dos cosas muy diferentes por cierto. Porque desear la deseaban muchos millones de hombres pero amarla como yo la amaba, y la sigo amando hasta la Eternidad, no había nadie más que yo. 56. El número era el 56. Había nacido una estrella y el número 56 lo llevaba yo porque se lo había pedido a Jesucristo y Jesucristo me la concedió aquella noche de verano en que estuve toda la noche pensando en Ella…

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