El poeta se asoma a contemplar la noche. Reflexiona sobre los acontecimientos del día, las compras, el concierto de piano en el marco maravilloso del Museo, el posterior paseo por los jardines y la agradable tertulia alrededor de unas cervezas con los amigos.
El poeta observa los árboles y reflexiona sobre la explosión de verdor de la primavera que acaba de terminar y la madurez, ya, de los árboles y arbustos en este comienzo de verano. Sin saber bien cómo, esta observación le lleva a auto-examinarse: sabe que no está dando la talla respecto a lo que de sí mismo esperaba. Sabe que está estancado y, lo que es peor, que no ve cómo recuperar el tono que siempre ha animado sus días. Sabe que presenta un exterior muy diferente a lo que lleva por dentro y que sus amigos escucharían con incredulidad una confesión en tal sentido.
El poeta, que nunca pudo dar rienda suelta a su emotividad, ahora que sí puede hacerlo siente cómo ésta quiere desbocarse y no puede ni quiere permitirlo. Sólo en momentos en que le coge desprevenido algo que hiere su sensibilidad y le descoloca lo consiente antes de poner coto: es fácil caer en la sensiblería y en la auto-compasión. Y ambas cosas son sumamente peligrosas.
El poeta ha serenado su espíritu, ha dado gracias a la noche, a las estrellas y a los árboles, y se va a dormir.
Junio 2009
Gracias amiga por dedicarme esta preciosa reflesión, tu eres poetisa en lo mas interno de tu ser y ello no se puede evitar además de ser maravilloso, un besazo