La primera vez que fuimos a Roma era con un viaje organizado, de esos que no nos gustan nada porque vas a toque de corneta a los sitios, te detienen quizá una hora en algo que no te interesa demasiado y sin embargo pasan casi de largo por lo que te interesa mucho. Uno de los componentes del grupo, que se había perdido alguna excursión, anduvo a su aire con su mujer por Roma y a la vuelta nos dijo que nadie pagaba en los autobuses: “Ni los curas”. Pero en aquella ocasión no tuvimos ocasión de comprobarlo porque nos llevaban en autocar a todas partes.
Años después volvimos a Roma a nuestro aire, reservando únicamente el hotel, que es lo que nos gusta: lo de tener que sacar billetes de tren desde el aeropuerto hasta la estación Termini y luego de allí un taxi al hotel, andar mucho por la ciudad que visitamos, coger transporte público. Cuando llegamos salimos a comer una pizza por los alrededores, un barrio muy majo lleno de pequeñas villas ajardinadas, con muchas embajadas, muy tranquilo. Luego de descansar por el madrugón, decidimos salir a cenar al centro, hacia la Piazza Navona, que nos encanta.
Nos acicalamos y nos fuimos a la parada del autobús que nos indicaron en recepción del hotel. Llegó el bus, subimos y nos dimos cuenta de que efectivamente nadie pagaba al conductor ni picaba ningún billete en la maquinita.
En la siguiente parada subieron tres revisores. Yo le dí a mi hija la consigna: nosotras no hablábamos ni entendíamos más que español. Y contemplamos como fatídicamente se acercaba a nosotras uno de los revisores. A los italianos se les entiende de maravilla y creo que ellos nos entienden a nosotros aún mejor. Pero estábamos dispuestas a vender cara nuestra piel.
“Los billetes, por favor” (lo decía, lógicamente, en italiano). Y nosotras, con cara de inocencia decíamos que no entendíamos ni palabra. Nos lo repitió varias veces con mucha paciencia y al final nos preguntó si hablábamos inglés. Las dos contestamos a coro que nooooooo. Yo por fin ya “me enteré” de lo que decía, respondí que acabábamos de llegar a Roma y le dije que pagábamos inmediatamente los billetes al conductor, claro está. Pero él, con mucha paciencia y silabeando, nos dijo que había que comprarlos en un tabaccaio (estanco). En ese momento mi hija dijo muy sulfurada que en Madrid se podían comprar los billetes al conductor. Y el revisor, con mucha lógica, respodió “Ma questo non è Madrid”.
Entonces se volvió hacia el conductor y le mandó detenerse en la siguiente parada. Nosotras temblábamos al tiempo que estábamos tronchadas de risa: ahora es cuando nos llevan a los carabinieri, dije yo. Paró el autobús, nos mandó bajar y se enfrentó a nosotras en la acera. Era un chico joven muy alto y nos miraba desde su altura a nosotras, pobres moscas atrapadas, como la araña debe mirar a su presa. Nos soltó una parrafada que venía a decir que la infracción cometida era motivo de una multa de 61 euros por persona. Nosotras petrificadas, más por la vergüenza que por los 102 euros. Dejó correr unos minutos en absoluto silencio. “Cosa facciamo?”. Nosotras mudas. Pasaron otros cuantos minutos… “Si può andare” acompañado de un gesto de despedida con la mano. Y sólo pudimos balbucear: “Grazie”. Puffff.
Jajajaja que notable! yo hubiera dicho pizza, caneloni… cosas por el estilo!
Muy buena anécdota (cuando no te pasan a mayores claro está)
¿Lección? Si no compras el billete, ruega que no se suba el inspector 🙂
Saludos Carlota!
jajajaja, muy divertida tu esperiencia en ese maravilloso pais que es Italia, un besote gordo, hasta pronto, chao banbina
Jajaja, curioso sistema el italiano. Antes en Canarias -me contaron mis padres- en vez de guagua existía el “Coche de Hora”, y en este coche el sistema era exactamente al revés que ahora: la gente se subía y cuando tenía que bajar pagaba. ¡Me imagino cuanto moroso habrán tenido que aguantar los chófers!