Se levantó como todas las mañanas, lo primero que hizo fue ir al lavabo, al mirarse al espejo vio con asombro que le faltaba algo en su cara. Sorprendida e incrédula no supo que pensar. Empezó a tocarse y allí encontró su nariz, sus ojos, sus orejas, pero……algo no encajaba,…….¡¡ su sonrisa no estaba.¡¡….. De repente se vio embargada por una gran tristeza. Por su mente desfilaron mil preguntas, todas ellas sin respuesta.
Como pudo dejó de mirar aquella imagen triste y doliente. Abrió su ventana buscando las gentes que hasta ahora habían compartido sonrisas con ella….Nadie, no había nadie..
Todos estaban compartiendo sonrisas entre ellos, la suya no estaba allí. La cerró y salió en su busca.
Llegó al parque y allí preguntó a los niños que alegres jugaban, cada uno de ellos tenía la suya. No les sobraba, no pudieron dársela.
Buscó en las parejas enamoradas que encontraba en los rincones más íntimos, cada una de ellas las compartían entre sí. No eran para ella.
Con tristeza pudo ver como se intercambiaban sonrisas abuelos y nietos. Las suyas eran limpias, suaves como la seda, resplandecían como brillo de estrellas.
Viajó a las montañas, preguntó a los animales que en ellas habitaban…nada de nada. Buscó en su mente momentos felices intentando conseguir que la sonrisa volviera a su rostro. Dejó lo malo a un lado. Todavía quedaba tiempo y tomó una decisión.
– Me iré volando a un lugar de ensueño donde habite la felicidad, donde no se conocen la envidia, la traición, los celos, el odio, el rencor y todas esas cosas que atraen la tristeza. Me rodearé de gentes con las que compartir el amor y la alegría que tengo encerrados en mi corazón, puede que entonces encuentre en ellos mi sonrisa.
Y voló, voló muy lejos. Por fin llegó a la orilla del mar. Ante sus ojos se extendía un horizonte limpio, de un color azul intenso, a menudo con tintes verdes, adornado de ribetes blancos provocados por el romper de las olas que acariciaban sus pies.
Una gran paz invadió su sentir. El murmullo del mar penetró en sus oídos como música celestial. El aroma del salitre la embriagó, pequeñas estrellas danzaban acariciando la superficie del agua marina, brillando al antojo del sol reflejado en ella.
No las vio, pero allí estaban, aparecieron delante de ella por arte de magia, sin avisar. Un grupo de sirenas de belleza sin igual, sus melenas ondeaban como cortinas de seda aventadas por la brisa. Sus melodiosos cantos la invitaban al unirse al grupo, le alentaban a ello con los brazos abiertos. Sin pensarlo caminó hacia ellas, el agua le acariciaba calidamente y un esbozo de sonrisa empezaba a aflorar en su rostro.
Sintió henchido el corazón, dejó que aquellas deliciosas criaturas la guiaran al fondo de aquel paraíso marino. A medida que se sumergía una gran sonrisa llenaba por completo su faz. Cuanto más profundo se hundía, mayor era la felicidad que sentía. Hasta que exhaló el último suspiro.
Desde ese instante su sonrisa no se separó de ella.
Precioso texto, Wersemei, muy bien narrado. Pero la heroína de tu historia hubiera debido darse algo más de tiempo para volver a reencontrarse con la ilusión, aunque sólo fuera una chispa de ella, para volver a lucir su sonrisa en la Tierra, adonde pertenecía. Esto no es una crítica al relato, más bien una reflexión mía. Espero que no te moleste.
Un beso.
Que lindo cuento Werse… me gustó. Me gustaría contárselo a algún niño o hijo(a) que yo tenga que acostar algún día. Aún falta tiempo para eso, pero igual, eso espero hacer. Un cuento muy fantástico y colorido con buen mensaje Werse. Gracias, te envío una sonrisota a la distancia. 😀