19 de diciembre
– ¿Planea ud. ir a la ópera esta noche?
– Francamente, me encuentro incapacitado para tal empresa.
– Vaya, esto es inusual en ud. Me atrevo a pensar que nos engaña y ahora nos cambia, a mi hermana y a mí, por una mera aventura de naipes.
– Se lo aseguro, sería lo último que cruce por mi cabeza, princesa.
– Sin embargo, cruzará, aún en postrer trance.
– Es ud. quien me obliga a huir, si es que quiero conservar algo de mi dignidad de poeta.
– Mi querido poeta, no se atreva a inculparme de sus desvaríos. En esta casa sólo se le ha apreciado y nuestra puerta siempre permanece abierta para su inspirada charla.
– Con un altísimo costo, si me permite la franqueza.
– No se la permito. Piensa ud. ofenderme y eso no es pertinente bajo ninguna circunstancia. Le recuerdo que ud. es un simple talento.
– En efecto y nunca he aspirado a más. Este mundo no es lugar para el genio. Los que se han atrevido a ostentar tal título no han sido sino ladrones y mujerzuelas.
– Modere su lenguaje o abandone mi presencia. No debiera entregarse a sus pasiones. Considero que es lo más reprensible de su carácter.
– Y también mi único acierto en la vida. En este juego de serpientes y escaleras, la pasión es omnipotente.
– ¿La pasión o la estupidez? De todas formas, ninguna le ayudará a cosechar logros.
– Sabe mi postura al respecto. Pero, disculpe mi falta de tacto. En efecto, le pido que olvide mis comentarios fuera de lugar.
– No, en definitiva no le perdono.
– Como siempre es cruel conmigo, más cruel de lo que tolera el buen gusto.
– Explotar mi única debilidad no le hace sino un barbaján.
– Que tenga una debilidad la pone al alcance de mi vista al menos. De otra forma, sería ud. una diosa y yo un onagro en la selva de Baco. La prefiero ninfa y yo, un simple sátiro.
– Maldita su lengua, poeta. Me ofende y alaga con la misma facilidad. No debiera ud. estar vivo. Ud. merece la gloria eterna.
– “Nunca te fies de las palabras de una mujer”, dice el verso latino.
– Ahí va ud. a atacarme con artillería. Dejemos estas discusiones que, aunque me divierten en demasía, alteran mi ritmo cardíaco.
– Nuevamente me hace avergonzarme de mí mismo. Le ruego me disculpe.
– No, no le disculpo… a menos que nos conduzca ud. esta noche a la ópera.
– Es ud. maléfica e invencible en tretas, su presencia hubiera cambiado el destino de los troyanos.
– Ja! Ahorreme los sermones que soy de la raza de Cassandra. Mi coche pasará por ud. a las siete.
– Un momento, aún no me informa sobre la función de esta noche.
– Odio la facilidad que tiene para arruinar mis sorpresas. Se trata de una obra que Pushkin ha escrito teniéndolo a ud. en mente: “la dama de picas”.
– …(escuché esas palabras mientras desaparecía por uno de los dilatados pasillos de su casa de verano, según su costumbre, abofeteándome con su linaje como a un perro. Supongo que lo hacía porque no me molesta y eso le causa mayor descontento si cabe. -Los perros tienen una dentadura milagrosa, Baba yaga usa sus quijadas en la confección de sus pócimas-. La dama de picas de Pushkin… je! Esa mujer es realmente diabólica.)